El reloj de la estación Cuauhtémoc del metro marcaba las 16:30 horas del domingo 11 de diciembre. Era una tarde fresca y la lluvia intermitente enfriaba aún más la atmósfera de la ciudad. Pero contrario a lo que pasaba a las afueras, el interior de la estación estaba que ardía, ya que una fiebre auriazul estaba a punto de explotar.
Eran los cientos de aficionados felinos que inundaban los vagones del tren con destino a su templo: el Estadio Universitario, que tras 29 años de espera, tenía todo a favor para volver a ver a su equipo coronarse campeón.
Al son de “vamos tigres, que te quiero ver campeón, otra vez”, la marea felina compuesta por niños, jóvenes y adultos de ambos sexos arribaban al Volcán, en donde ya miles de aficionados aguardaban en interminables filas para entrar al estadio.
La peregrinación hacia el santuario felino no podía estar completa sin antes pasar por los vendedores de gorras, banderas, playeras y demás artículos, que como presagio tenían inscrita ya la leyenda de “campeones”.
Las caras pintadas, el sonido de las matracas, los gritos y brincos hacen suyo el ambiente del estadio, hacían del frío y la lluvia un inconveniente mínimo que se mitigaba con impermeables y plásticos.
“¿Le sobran boletos?, ¿le sobran boletos?”, era el suplicio de algunos aficionados que no perdían la esperanza de ingresar al estadio para apoyar a los suyos, pocos minutos antes de que comenzara el partido final.
Marco Antonio Rodríguez “Chiquidrácula” daba el pitazo inicial al encuentro norteño, entre Tigres y Santos a las 18:00 horas, que desató la locura al exterior e interior del Estadio Universitario.
Los más de 40 mil aficionados en El Volcán rasgaban sus gargantas por su equipo. “Cómo no te voy a querer, si te aguanté un descenso, te llevo en la sangre, te llevo en la piel”, coreaban a una misma voz.
Al minuto 12, una falta del portero santista, Oswaldo Sánchez, sobre Danilinho provocó la expulsión del guardameta y el cobro de un penal por parte de Lucas Lobos, provocando una emoción que se desbordó por las gradas.
Pero poco duró esa algidez, el portero Miguel Becerra detuvo el cañonazo del delantero y apagó por un instante los ánimos en la casa Tigres.
Momentos más tarde, el gol de Oribe Peralta sobre los de casa llegaba para complicar el partido para los felinos, alejándolos un poco del camino hacia esa copa.
Sin embargo, ya todo estaba escrito, la tercera estrella en el escudo de Tigres había sido ya bordada. El segundo tiempo fue el de la gloria felina: Jorge Torres Nilo al 52’ marcaba un tanto para el cuadro regiomontano, lo mismo hicieron Danilinho y Alan Pulido al 64’ y 89’ respectivamente, con lo que aniquilaron a los de la comarca.
El Volcán hizo erupción, los miles de aficionados lloraron, sonrieron, gritaron, todo era felicidad para los felinos, muchos de ellos que por primera vez veían a su equipo convertirse en monárcas del futbol mexicano.
El tsunami de aficionados inundó los alrededores del Estadio Universitario, en donde todo era fiesta azul y amarillo, pero la marejada tenía una nueva dirección: la Macroplaza de Monterrey.
Las carabanas de seguidores se observaron por las principales vialidades de la ciudad, especialmente en el centro.
Los miles de fanáticos se congregaron en el corazón de Monterrey, justo enfrente del Palacio de Gobierno, a donde arribaron los artífices del campeonato para celebrar con sus seguidores.
“Esta noche Monterrey no duerme”, comentaron algunos aficionados, lo que en efecto cumplieron, pues el desfile de fanáticos se prolongó hasta altas horas de la madrugada.
El domingo 11 de diciembre de 2011 pasará a la historia como el día en el que, tras casi tres décadas, los aficionados de los Tigres volvieron a escuchar su rugido, con la esperanza de que el felino no vuelva a dormir por tanto tiempo y que por el contrario, sea el inicio de una supremacía. v