
A pesar de que el Mundial de Sudáfrica 2010 se ha vendido como un motor de arranque del desarrollo e igualdad de Sudáfrica, hay muchas otros hechos que añaden sombras al proyecto y al evento.
La construcción de los estadios retira recursos de educación, construcción, sanidad, entre otros, a un país que lo necesita, por pobreza, por nivel de vida, por esperanza de vida.
El mero hecho de la construcción incrementada ha encarecido el costo del cemento en el país, lo que repercute en la construcción de todas las infraestructuras generales.
Existe la sospecha de que todas estas inversiones no generen otras “colaterales” que beneficien la vida de los sudafricanos, como hospitales, escuelas, líneas de comunicación y transporte, que tendrán que esperar su turno.
A pesar de que el reducido precio de las entradas no asegura que esos estadios se llenen y, de esta forma, se asegure el éxito comercial, se espera que la publicidad haga retornar los miles de millones de rands invertidos.
El surgimiento de una clase negra rica cercana al poder se muestra en los carteles que aparecen en las puertas de los nuevos estadios e instalaciones en construcción. Estadios gigantes para las dimensiones sudafricanas, más de 50 mil espectadores, y que difícilmente tendrán encaje posteriormente en una liga de futbol muy menor.
A todo esto, la sombra más que clara de una corrupción, que puede llegar a lo más alto, ensombrece todo este panorama.
En Sudáfrica han salido muchas voces discordantes atendiendo a estos parámetros levemente alumbrados: detracción de recursos para otras necesidades más básicas, repercusión negativa en la población, creación de emporios económicos que pueden ser globos de aire tras este periodo de inversión fuerte apoyada por el Estado, corrupción y falta de idea sobre el futuro de las instalaciones. Es, sin duda, un punto de preocupación.
ANALOGIAS
Lo ocurrido en España, y en el resto del mundo, en relación con la organización de grandes eventos, aparecen una serie de “lugares comunes” y sombríos horizontes que amenazan con repetirse.
En España se tuvo una salida de la oscuridad de la dictadura que puede evaluarse, entre otros muchos gestos, con la organización del Mundial de futbol de 1982, la entrada de España en la Comunidad Económica Europea en 1986, y la organización de los juegos olímpicos de 1992 en Barcelona y la exposición universal en Sevilla, también en 1992.
Esa orientación publicitaria del país con la excusa del deporte no era novedosa, ya que también intentó ser aprovechada, en otro mundial de futbol, en este caso en Argentina 1978, para revitalizar su marchitante dictadura sangrienta.
No lo consiguió, aunque le dio un poco más de vigor internacional durante algunos años. También es conocido el efecto propagandístico y político que tuvieron los eventos deportivos en la guerra fría.
Todos esos eventos sirvieron para darnos la dimensión de los fenómenos que se están repitiendo, con particularidades locales, en Sudáfrica. Por un lado, sirvieron como motor económico por el apoyo de las instituciones y de inversores privados de todos tipos.
Fueron un arranque para una economía asustada y anquilosada por las incertidumbres de la naciente democracia, el caso es equivalente al de Sudáfrica.
Por otro lado crearon holdings o instituciones de organización y gestión que manejaron miles de millones de euros que, en muchos casos, acabaron en las manos de personas y organizaciones afines al poder político y, en otros, en facturas sin justificar, dispendios dificilmente explicables, “traslados” muy 2explicables”, corrupciones y corruptelas.
Este es el riesgo que enfrenta Sudáfrica, pero que por imagen, tanto del país como de los mundiales, puede que no llegue a conocerse nunca. A este respecto cabe indicar que las cuentas de la Expo 92 y de Barcelona 92 siempre han sido bastante desconocidas en su alcance y su distribución, aunque probablemente los españoles aún sigan pagándolas casi 20 años después.
¿Y DESPUES, QUE?
La creación de infraestructuras nuevas, muchas veces desdeñando las antiguas, es es otro lugar común que parece haberse repetido en Sudáfrica,
Nuevos edificios e instalaciones que rivalizan con las mejores del mundo, edicifios de autor, pero que tras los juegos no serán aprovechados y parecen haber sido implantados sólo por el gusto onánico de tener lo mejor, equiparándose en megalomanía con aquel político que quiso tener un teatro de la Opera similar al de Milán en la entonces rica Manaos amazónica.
De lo que no cabe duda es que toda esta organización beneficia a la economía, pero no sabemos si se transmitirá a toda la sociedad, tanto en forma de trabajo como en infraestructuras usables del día a día.
En España enriqueció a muchos y dió de comer a muchísimo más. En Sudáfrica, con sus desigualdades y cortapisas, no se sabe si será así, aunque será un enorme caudal económico que sobrepasará las restricciones restantes de una sociedad separada.
OTROS RIESGOS
Por un lado y en comparación con la opulenta y fantástica representación de la “nueva” China en los juegos olímpicos de 2008 en Beijing. ¿Hasta dónde llegó el cambio de la sociedad, al menos en su arquitectura, urbanismo y ordenamiento?
¿No implicó un abuso contra los más pobres, una recreación sutil, pero terrible del extrañamiento con bulldozers y operarios?
Estos hechos se han dado en Sudáfrica y, puesto que las poblaciones afectadas han sido negras, parece haber revitalizado aquel concepto de “racismo” económico que existe en Sudáfrica. Los pobres negros son más pobres y tienen menos derechos.
Beijing fue paradigmática en este caso, cambió la ciudad, expulsó a habitantes, acosó y probablemente amenazó a muchos para crear sus estupendos estadios que después, ahora, no sabemos si se emplean o no, ya que una férrea censura y control de medios y mentes no nos permite evaluar.
Esa sería otro asunto a revisar, el Mundial como evento global intenta proyectar la imagen positiva y beneficiosa de las ventajas que traerá consigo, pero al tiempo también desea, por el propio bien económico del evento, que los asuntos escabrosos, amenazantes, de riesgo queden bastante ocultos.
Hablamos de la certeza de que sin el apoyo suficiente y continuado del Estado sudafricano, aunque deba desastistir otras “cuentas” de mayor necesidad, el éxito del proyecto estaría en peligro.
De esa ensalada de intereses estéticos y culturales, económicos, sociales, etc., nace un furor por verter hormigón, que es, junto con los derechos de retransmisión de televisión, el corazón de todo esto.
De esta forma, los eventos tienen muchísimos inconvenientes, enormes, pero también muchas ventajas, que de ser gestionadas de manera adecuada, minimizando los efectos negativos, luchando contra los ‘enjuagues’ y ‘triquiñuelas’ que todo corrupto en potencia esconde y, sobre todo, siendo sensible al entorno humano, medioambiental, social y cultural.
Estas inversiones pueden adelantar un futuro que no será el de los grandes edificios y grandes estadios llenos de gente vociferante y alegre, pero sí el de los grandes proyectos y del futuro.