Han pasado ya nueve años desde su retiro, pero Alejandro Ortiz, “el cañón jarocho” sostiene que alguien en la Liga Mexicana de Beisbol no quería que rompiera la marca de más jonrones, que está en poder de Nelson Barrera.
El ahora coach de bateo de los Broncos de Reynosa y todo un ídolo con los Tecolotes de los Dos Laredos, habla claro y en serio cuando dice que fácilmente pudo haber superado los 455 cuadrangulares que dejó “El Almirante” de Ciudad del Carmen.
“Hasta ahorita no me explicó qué pasó”, dice tranquilo, pero con un tono de tristeza. “Hubo algo raro ahí. La marca yo la hubiera quebrado fácil porque esa temporada (2003) yo llevaba 10 jonrones”.
Ortiz recuerda que José Antonio Mansur, entonces presidente de los Algodoneros de Torreón, simplemente lo “congeló” y no volvió a jugar más en la pelota nacional. Al veracruzano le faltaban 21 para igualar la marca de todos los tiempos y quizás lo hubiera logrado en 2004, tomando en cuenta que su último encuentro fue el 1 de julio, cuando a la campaña le faltaba un mes para concluir.
“No sé qué le pasó por la mente (al directivo) que me suspendió y me congeló, hasta ahorita no sé por qué , pero así fue”, asegura el veracruzano que dejó 434 bambinazos de por vida, la tercera mejor marca atrás de Héctor Espino y Nelson Barrera (455).
Su último encuentro fue ante los Diablos Rojos y su último jonrón ante los Saraperos de Saltillo, el 22 de junio. Al momento de que lo retiraran del beisbol bateaba para .245 en 75 partidos con 65 hits, 10 cuadrangulares y 38 carreras producidas.
Comenta que habló con el presidente de la Liga Mexicana y con varios directivos para pedirles la oportunidad de seguir jugando, pero nadie le abrió la puerta. Fue una situación injusta para un pelotero que siempre dio el 100 por ciento en el diamante y que formó parte de esa dinastía en Nuevo Laredo en la que estaban Carlos Soto, Andrés Mora, Gerardo Sánchez, Enrique Ramírez, Luis Fernando Díaz y Pedro Meré, entre otros.
Todos ellos eran comandados por José “Zacatillo” Guerrero y fueron protagonistas de batallas épicas durante los años 80, cuando el parque La Junta de Nuevo Laredo se llenaba hasta las lámparas para ver jugar a esos guerreros que, con un plantel modesto en términos generales, siempre se las ingeniaban para llegar al playoff.
“La gente en Nuevo Laredo era muy entregada al equipo porque jugábamos de manera intensa”, recuerda Ortiz. “Don Pepe nos metía en su juego, nos hacía dar todo”.
Ortiz pudo haber conectado muchos más jonrones en el biesbol profesional, pero empezó su carrera a los 23 años.
“Yo jugaba futbol soccer”, dice. “Una vez en el rancho no se completaban y para no perder por forfiet me dieron un uniforme y jugué. Yo venía del campo de futbol y así empezó mi carrera”.
Luego de ese partido lo siguieron invitando hasta que llamó la atención de los buscadores de talento que lo firmaron para el beisbol de paga.
“Por el futbol yo era muy ágil”, comenta, “una vez estaba jugando el jardín izquierdo y salió un batazo, me aventé de cabeza y la agarré. Con eso tuve, me vieron y me invitaron a probar suerte”.
Así comenzó una historia que ya tiene muchas décadas y que ha culminado con ese llamado a la inmortalidad que sólo se le da a los más grandes de la pelota nacional: el Salón de la Fama.
“Llegó el momento que esperábamos, tantas temporadas y tantos sacrificios que pasa el pelotero, bueno este es el momento que uno espera como jugador”, dice.
Ortiz no duda en escoger los colores con los que en teoría le gustaría entrar al nicho de los inmortales, aunque en la realidad todos portan franelas del salón.
“Tengo varias franelas en mi carrera, pero con la que nací y crecí fue con la de los Tecolotes”, confirma. Él debutó en la Liga Mexicana en 1981 y estuvo con los Tecos hasta 1983. Luego regresó en la campaña de 1998 y 99.
De su primer cuadrangular no recuerda a quién se lo dio, pero dice que fue en Aguascalientes.
“El último fue en Torreón contra Mario Mendoza”, manifiesta.
De sus mejores momentos dice que fue ser campeón en la Liga Mexicana del Pacífico y en la Serie del Caribe.
“Tuve cinco temporadas bateando arriba de 35 jonrones y 4 arriba de 20, esas son cosas que me enrogullecen”, dice el veracruzano.
En cuanto a la ausencia de los Tecolotes, que este año desaparecieron por completo de la LMB, dice que es una pena porque la gente sabe de beisbol en esa plaza y se vivieron batallas inmortales, tanto en los años 50 como en la época moderna.
Sobre su futuro, Ortiz cree que lo primero es disfrutar el llamado al Salón de la Fama, recibirlo en familia y luego seguir trabajando en el beisbol profesional.
“Estamos dentro del beisbol y sería bonito dirigir un equipo”, dice y se prepara para que empiece un partido más de los Broncos de Reynosa.