Sereno. Sin aspavientos, el ex técnico nacional se mesa el pelo de la frente para aclarar que está muy agradecido con el futbol por lo que le ha dado y por los momentos de pasión -buenos y malos- que se viven en este deporte. “Porque si vives esa pasión con madurez, no hace daño, ya que sus efectos pasan rápido”.
El 19 de enero de 1993 Miguel Mejía Barón, en su debut como director técnico de la Selección Mexicana de Futbol, estaba instalado con sus jugadores en un cómodo hotel de Florencia, Italia. Después de una charla técnica que versó sobre las fuerzas y debilidades del rival del día siguiente (la scuadra azzurra de Italia), el entrenador mexicano bajó a descansar en un espacio de la recepción. Apoltronado en un sofá, meditaba quizá en la responsabilidad de hacer un buen papel en la cancha italiana para que sus paisanos no sufrieran con una derrota escandalosa frente a uno de los mejores equipos del mundo.
–¿Pero qué haces aquí, Esquivel? –me dijo, levantándose como un resorte, ante la sorpresa de verme entrar con mi equipo fotográfico al hombro–. No puede ser que tengas que venir hasta acá solamente por un partido de futbol que ahora se puede seguir desde cualquier distancia con la nueva tecnología de los medios de comunicación.
Es el interés de mi periódico ser testigo presencial de algo tan importante para tanta gente –le contesté–. Mi director quiere que obtenga la información directa y de primera mano porque tú acabas de renunciar al equipo de Monterrey para dirigir al cuadro tricolor (“el equipo de todos”) y además por el atractivo de captar en la cancha a un gran ídolo de Nuevo León, como lo es el “Abuelo” Cruz.
–Como quiera me parece un exceso lo de ustedes -replicó Mejía Barón–. Es cierto que el futbol es un deporte muy popular y que se trata de un partido internacional, pero no es para tanto.
–Miguel –le insistí–, toma en cuenta también que deseamos tener muchas fotografías de Jorge Campos con su uniforme de portero en una cancha italiana y en un juego contra Italia, pues son imágenes muy llamativas y visten los reportajes y crónicas.
–Muy bien, ya que estás aquí te damos la bienvenida y pues te deseo lo mejor en tu trabajo, pero sigo pensando que el futbol no debe tener la importancia que le estamos dando al grado de olvidar a veces lo prioritario.
Al paso de los años, escucharíamos a Miguel Mejía Barón sostener que el futbol le robó a sus cuatro hijos: tres de ellos ahora de más de 40 años de edad y la mujer de 30. “Si volviera a nacer, lo cambiaría todo” –aceptó con un dejo de nostalgia quizá por el recuerdo del largo tiempo que le dedicó a su profesión en las canchas y la lejanía con que atendió su hogar y se perdió el calor de la familia.
Sin embargo, en 2012 en que Alberto García Aspe, entonces directivo de Pumas, le ofreció que regresara a la UNAM como entrenador del primer equipo, sí consultó a su esposa e hijos, en un concilio muy íntimo, a fin de tomar en cuenta su opinión y decidir en firme si aceptaba o declinaba la invitación. Pero, por increíble que parezca, aunque los suyos aceptaron que fuera director técnico de nuevo, él, en un gesto de solidaridad con Antonio Torres Servín, se hizo a un lado para que este joven valor de la propia institución iniciara su carrera en tan competida profesión.
-Nunca se debe hacer a un lado la familia, ¿verdad?
–A esos excesos me refería, a no invertir más tiempo para lo mejor de la vida –admitió el buen hombre con un grado de sensatez inocultable–. Bueno, a uno de esos excesos.
Excesos del futbol que un día, mucho tiempo después, cuando Mejía Barón escribía para un diario deportivo a fines de la década del 2000, llevaron al entrenador Miguel Herrera a soltar atrevidamente lo siguiente, palabras más palabras menos: “A Miguel lo traicionan sus preferencias sexuales, porque no deja de atacarme, y pienso que le gusto para pareja”.
El malintencionado exabrupto de “El Piojo” Herrera tiene como resorte el rencor acumulado desde aquella ocasión –evoca el ahora entrenador– en que Mejía Barón le comunicó en 1993 que sería seleccionado nacional y luego ni siquiera le llamó por teléfono para darle a conocer que siempre no lo tomaría en cuenta. “Es de poco hombres esa conducta”, justifica una y otra vez no haber sido informado que no vestiría la casaca verde.
AUTÓGRAFOS SOLO DE GABO
Y RINGO STAR
–Es un exceso el que los medios dedican al futbol –me volvió a decir hace poco el ahora auxiliar técnico del entrenador de los Tigres, “Tuca” Ferreti–. Por eso yo jamás me pediría un autógrafo a mí mismo ni a nadie del medio. No soy coleccionista de firmas pues solamente me he acercado a pedir dedicatorias por escrito a Gabriel García Márquez y a Ringo Star.
–¿Eres un fan del “realismo mágico” y de la obra cuasi-inaugural del rock and roll?
–La buena literatura, especialmente la de García Márquez, es un gran legado para la posteridad. Y la obra musical de Ringo Star nació también para quedarse como símbolo de los Beattles.
–Pero hablábamos del futbol como fenómeno social que atrapa también a multitudes por la magia de los medios de comercializarlo con un exceso de tiempo electrónico y de páginas escritas.
–Sí es cierto, pero todo vale la pena si se utiliza para civilizar a las masas también en sus excesos y en general para proveer educación, pues está visto que una mejor cultura ayuda a tener un mejor mundo porque las personas se vuelven mejores. El futbol en particular y el deporte en cualquiera de sus manifestaciones son importantes como distractores de tantas tensiones y como antídoto del estrés de la vida diaria. Pero de ahí a que alguien se pese de la raya, ya se vuelve un problema y el exceso en ese sentido también hace daño.
Miguel Mejía Barón es físicamente muy distinto al de aquel encuentro en Florencia en enero de 1993. Ahora, a sus 73 años (nació en la ciudad de México el 17 de abril de 1944), tiene el pelo completamente cano y la barba blanca algo crecida, aunque conserva su complexión delgada y sigue siendo el hombre de futbol ajeno a las estridencias, por eso llamó la atención cuando el 18 de julio de 2016 tronó con su voz aguda en contra de la violencia que, según su punto de vista, promueve la UFC con sus artes marciales mixtas, por lo que dijo deberían titularse “artes criminales mixtas”.
–Hay que impulsar todo lo que contribuya al entretenimiento y a la sana diversión. Pero también hay que eliminar el cultivo del fanatismo, pues la violencia jamás es parte de un deporte que se precia de ser un auxiliar en la educación de los grupos sociales.
Sereno. Sin aspavientos, se mesa el pelo de la frente para aclarar que está muy agradecido con el futbol por lo que le ha dado y por los momentos de pasión –buenos y malos– que se viven en este deporte. “Porque si vives esa pasión con madurez, no hace daño, ya que sus efectos pasan rápido”, advierte con el dedo índice apuntando sobre el hombro de su interlocutor.
–Es mejor promover el deporte y encaminar por su senda a la juventud, en lugar de ver cómo mucha gente se tira al vicio o al delito. Y tampoco debe sorprendernos que haya un gran negocio a su alrededor, porque ahora los sueldos que se pagan son muy altos en comparación con los de mi época de jugador.
Odontólogo de profesión, afirma conservar una muela que le extrajo a Hugo Sánchez y otra de Enrique Borja. Sin embargo fue el futbol el que lo atrapó de lleno y lo encaminó finalmente por la senda de la dirección técnica.
DE LOS RAYADOS AL TRICOLOR
La despedida de Miguel Mejía Barón de los Rayados de Monterrey fue tan sorpresiva como sorpresiva fue la renuncia del laureado argentino César Luis Menotti a la Selección Mexicana en diciembre de 1992. La noticia corrió como reguero de pólvora, y la noche en que el dueño del club regiomontano, el banquero Jorge Lankenau, autorizó su salida, se armó una gran polémica porque muchos aficionados aplaudieron la decisión pero otros muchos la criticaron y los medios de comunicación dieron curso a la voz de todo mundo.
Miguel había hecho campeón de copa al conjunto albiazul en septiembre de 1991, a su llegada a Monterrey tres meses antes.
Estaba viva en la memoria esa fecha tan significativa en que la afición celebró a lo grande en el estadio Tecnológico el triunfo por 4-2 sobre Cobras de Ciudad Juárez, y a pesar de que el campeonato de liga se escapó a los Rayados porque el León se impuso al Puebla en la final en mayo de 1992, los más fanáticos de la escuadra local confiaban en alcanzar el título en la temporada 1992-1993 de la mano del director técnico que había llegado de los Pumas de la UNAM. Y por eso no querían que se fuera.
Pero se fue. Y como quiera el Monterrey llegó a la final. No la ganó porque después de haber derrotado al América por marcador global de 1-0 en los partidos de ida y vuelta, sucumbió el 30 de mayo de 1993 ante el nuevo monarca capitalino, el Atlante, por 0-1 y 3-0.
AQUEL MUNDIAL DEL 94
Miguel Mejía Barón llegó a los Rayados con el halo de un campeonato de la UNAM en la temporada 1990-1991. Esa vez, superlíder de la tabla con 55 puntos, se desquitó con el América de una dolorosa derrota por 5-1 que los de Televisa habían infringido a los auriazules en la final del torneo 87-88, cuando el entrenador de los estudiantiles era Héctor Sanabria.
Miguel entró al quite en la 88-89 con la UNAM y se despidió justamente en la 90-91 cuando Ricardo “Tuca” Ferreti regresó a Pumas contratado para convertirse en auxiliar técnico de Mejía Barón. Pero éste lo convenció de volver a las canchas y dejar la banca. Lo hizo tan bien con un golazo que su adiós como futbolista lo lleva aún bien grabado en su mente. Luego le dejó su lugar al brasileño a fin de que diera los primeros pasos como entrenador de Pumas en ese 1991, al venirse él a Monterrey.
El debut de Mejía Barón como director técnico de México no fue afortunado pero tampoco vergonzoso. Perdió ese 20 de enero del 93 contra Italia por 2-0 y una semana después igualó con España en Islas Canarias a un gol y empató contra Alemania a cero goles. Y ese mismo año llevó a nuestro país en Ecuador al subcampeonato de la Copa América al ser invitado por primera vez. Después de hacer la proeza de derrotar al anfitrión en semifinales con goles de Hugo Sánchez y Ramón Ramírez pasó con honores a la gran final. El rival en la fecha decisiva fue nada menos que Argentina.
Por si fuera poco, México conquistó, de la mano de Mejía Barón, el máximo gallardete de la Copa de Oro también en el 93 al vencer a Estados Unidos por 4-0 en el Estadio Azteca.
Por otra parte, en el Mundial del 94 celebrado en Estados Unidos México llegó a octavos de final y estuvo a punto de pasar a la siguiente ronda al perder en tandas de penaltis frente a Bulgaria, pero quedó en el ambiente la duda de por qué Miguel Mejía Barón no aseguró el triunfo en los tiempos extras al negarse al dejar en la banca Hugo Sánchez, quien ya estaba listo para entrar.
Ninguno de los dos, técnico y jugador, hablar del asunto a los medios informativos. Así es que las especulaciones se dispararon de un lado a otro. Pero transcurridos los meses se filtró la versión de uno y otro.
–Cuando quise optar por Hugo para reforzar la media cancha, él no me dijo que no, pero sí me hizo ver que era un delantero nato y no un centrocampista. Por eso me decidí a que no entrara en ese juego contra Bulgaria.
Hugo, a su vez, también reconoció que se sorprendió cuando Miguel le dijo que iba en lugar de Benjamín Galindo y no a hacer la función que era más propia de él: buscar el gol como centro delantero. “Nada más le aclaré mi idea si entraba a la cancha, y eso bastó para no meterme”.
AMOR CON AMOR SE PAGA
La senda deportiva de Miguel Mejía Barón lo condujo a otra Copa América en 1995 en Uruguay, pero fue destituido al finalizar ésta, al quedar México eliminado por Estados Unidos en tandas de penaltis en la fase de cuartos de final. Así es que con toda libertad aceptó dirigir al Atlante de 1996 a 1998, y luego fugazmente a Tigres en 1999, para pasar en el año 2000 a Puebla y concluir en el 2001 con la UNAM, su alma mater.
Después se dedicó a colaborar como columnista en un diario deportivo y en el 2012 recibió la invitación del entonces directivo de Pumas, Alberto García Aspe, a fin de ser el entrenador que la UNAM necesitaba, pero declinó con miras a que recibiera la oportunidad soñada uno de sus pupilos: Antonio Torres Servín.
Lo que no se esperaba Miguel es que a mediados del 2014 Ricardo “Tuca” Ferreti lo propusiera a su directiva de Tigres como su asistente y visor de los rivales en turno de la escuadra de la UANL. Una especie de tributo a la sólida amistad que le profesa y una muestra de gratitud por lo que Mejía Barón hizo por el brasileño en los días en que su promotor Nicola Gravina lo ofreció a todos los equipos en 1978, después de haber descendido a segunda división con el Atlas, y ninguno le dio la oportunidad deseada. El odontólogo capitalino lo recomendó ampliamente con los directivos de Pumas y con el técnico Bora Milutinovic, sin imaginar su carrera de éxito en el futbol mexicano, de ahí en adelante.
Amor con amor se paga, y así se explica la contratación por Sinergia Deportiva del ex director técnico de la selección mexicana de 1993, pues además Mejía Barón es parte también de los primeros pasos de Ferreti como director técnico en 1991, cuando él fue contratado por el Monterrey y el brasileño lo sucedió en los Pumas. Todo por una jugada del destino en 1990 en que también se hizo presente Miguel: el goleador, después de enrolarse con otros equipos, retornó al cuadro de la UNAM pero ahora como auxiliar técnico por políticas del club que no admitía regresos de jugadores y porque los directivos lo tachaban ya de “viejo” para seguir en las canchas. El entrenador en turno lo convenció de que jugara su última temporada y al final se vistió de héroe con un golazo que selló el campeonato ganado por Pumas al América, dirigido éste por Carlos Miloc, en 1991.
–Yo no sé si me hace caso –comenta Miguel acerca de su trabajo con “Tuca” Ferreti en Tigres–. Eso depende de él. Es su responsabilidad dar resultados en la cancha y yo simplemente cumplo con hacerle llegar mis observaciones.
Miguel, siempre diligente con su misión durante los entrenamientos y en los partidos oficiales, no acostumbra robar reflectores ni pronunciar declaraciones ni figurar ante los medios, excepto cuando, ocasionalmente, suple a Ferreti al ser suspendido por la Comisión Diusciplinaria. No es un hombre de excesos, sencillamente, porque no aprueba los excesos a que conduce a muchos el futbol soccer como deporte de las multitudes. Y mucho menos a no darle su lugar a la familia.