Dicen que tras todo gran hombre hay una gran mujer y en el caso de Felipe Montemayor es cierto.
Carmelita López García, la mujer que conoció en Los Mochis, Sinaloa, y con quien se casó en 1950, sigue siendo su media naranja, la dueña de sus quincenas, pero sobre todo la mujer que le ayudó a ser una mejor persona.
“En nuestra calidad de jóvenes solteros conocimos a muchas muchachas”, dice Felipe, “pero por fortuna conocí a mi esposa. A fines del 49 y en abril 10 de 1950 nos casamos”.
Felipe Montemayor fue un pelotero bendecido con el talento para jugar el beisbol. A sus 19 años fue firmado por los Sultanes de Monterrey y debutó siendo novato del año.
Su brillante carrera lo llevó a las Ligas Mayores y a ser electo al Salón de la Fama del Beisbol Mexicano.
Pero en el aspecto personal, el famoso “Clipper” es igual o más notable que como deportista.
Y mucho tiene que ver su esposa, quien lo conoció y se enamoró de él al grado de aguantar que amigos y familiares le reprocharan el hecho de casarse con un pelotero, algo mal visto en los años 40.
“Mi papá, que era abogado, no quería a Felipe”, recuerda Carmelita. “Mis amistades tampoco lo veían bien”.
Sin embargo, escuchando a su corazón, la bella joven le dio el sí al novato y se casaron en 1950, comenzando así una unión de pareja que ha durado 59 años.
“Mi vida cambió muchísimo cuando me casé”, afirma Felipe. “El matrimonio conlleva una responsabilidad. Tuvimos que empezamos a pensar distinto”.
A los cuatro años llegó el primer hijo, Felipe, quien nació en Los Mochis, Sinaloa, y sin la presencia de su padre, que estaba en Nueva Orleans, jugando para la sucursal de los Piratas de Pittsburgh.
“Yo a Felipe lo conocí hasta los seis meses de nacido”, comenta Montemayor.
“Ahora a los peloteros les dan permiso para todo. En aquellos años no era usual. Tenías que estar en lo tuyo”, dice el ex beisbolista.
“Muchas mujeres se quejan”, interviene Carmelita, “pero yo les digo: ´te casaste con un pelotero´. Yo nunca me he quejado. He vivido muy contenta con Felipe. Con mi familia. Yendo y viniendo. En avión, en bicicleta, en burro… en lo que sea”.
Comenta que su mamá le decía que era una “guacha” (soldadera) porque tuvo a sus hijos al fragor de la batalla.
“Cuatro de mis cinco hijos nacieron en Los Mochis”, dice Carmelita. “Diego fue el último y le dije a Felipe: ´Hay que ponerle Diego, a lo mejor un día es gobernador de Nuevo León´”.
EL GRAN CAMBIO
Con el paso del tiempo y cuando los hijos crecieron, la mayor los invitó a una iglesia evangélica, donde encontraron lo que no habían hallado en otra religión.
“Yo era católico, supuestamente. Iba a misa, me confesaba. Pero también hacía lo que todo mundo hacía”, dice Felipe.
“Influía mucho en aquel entonces las facilidades de la popularidad. No faltaban admiradoras. Poco a poco empecé a tener que admitir que estaba mal.
“Cambié mi manera de pensar. Me pregunté ´¿Por qué lo tengo que hacer?, ¿Porque los demás lo hacen?´.
“Yo me cuido precisamente porque estoy tomando en cuenta la palabra de Dios que dice ´ama a tu prójimo como a tí mismo´, y yo me amo mucho, me quiero mucho.
“Gracias a Dios y a ese conocimiento trato de ayudar a mi prójimo lo más que puedo”, afirma el ex deportista.
Carmelita también habla de su experiencia ayudando a la gente.
“Desde que me convertí me hice misionera voluntaria y empecé a visitar ranchos, ejidos, comunidades. Estoy muy contenta de ayudar a la gente en todos los sentidos”.
Explica que tiene más de 10 años yendo a la colonia Garza Nieto (La Coyotera) dando de comer a la gente. En Navidad les hacen piñatas a los niños y le dan dulces.
“Mi hijo Felipe es psicólogo y va y ayuda. Cada sábado está ahí muy puntual”, agrega.
“Mis amigos me preguntan por qué a mi edad ando haciendo esto y yo les contesto ´porque me gusta y el día que no lo haga me muero´”.
LOS HIJOS, LA GRAN META
“Lo primero que tiene uno en mente al formar un matrimonio es darles una educación a los hijos, para que cuando crezcan vayan por el camino del bien”, dice Felipe.
Honrar el apellido es algo que se inculcaba hace tiempo y eso hizo Montemayor con sus vástagos.
“Deben tener cuidado con quién andan y saber cómo pueden tratar de evitar lo malo”.
“Mis hijos varones no han visto en su papá nada chueco. Felipe es honesto a carta cabal. Si todos fueran como él, Mexico estaría arriba arriba”, afirma Carmelita.
Ella dice que le hubiera gustado que uno de sus hijos hubiera sido pelotero, como el papá, pero escogieron otras carreras.
“Con los sueldos que pagan ahora en el beisbol nos hubieran sacado del hoyo”, expresa Felipe con una gran sonrisa.
El objetivo era sacar la familia adelante y la pareja de Felipe y Carmelita puede darse por satisfecha porque sus cinco hijos están bien casados y llenándolos de nietos (13) y bisnietos (2) que sabrán llevar el apellido con dignidad.
“Creemos que hemos cumplido con esa meta”, dice Felipe, mientras Carmelita externa: “Ahora estamos en las manos de Dios… listos para partir”.
LA HISTORIA DEPORTIVA
Corría el año de 1948 cuando Felipe Montemayor se inscribió en la carrera de Administrador de Empresas en el Itesm.
Pero su idea de estudiar cambió cuando en un periódico vio que el Club de Beisbol Monterrey solicitaba jóvenes regiomontanos para probar suerte en el profesionalismo deportivo.
“Yo estaba jugando en primera fuerza los domingos y me dijo: ´no se pierde nada´”.
Cuenta Felipe que a los dos tres días de estar practicando se interesaron en él y lo firmaron.
“Obviamente me costó una bronca con mi padre, pero gracias a Dios me fue bien”.
Cuando empezó la temporada de 1948 Manuel Magallón era el primera base y estaba teniendo una fabulosa temporada. Montemayor tuvo que conformarse con estar en la banca esperando una oportunidad.
La liga tuvo problemas con algunos equipos y los cuatro que quedaron se fueron a jugar a la ciudad de México, donde Felipe comenzó a tener más participación como jardinero izquierdo.
“Así seguí con buena fortuna porque resulté Novato del Año. Ese mismo año Lázaro Salazzar me invitó a ir a jugar a Los Mochis, a la Liga de la Costa”.
Allá lo vieron buscadores de Estados Unidos y lo firmaron para jugar con Mexicali, pero de ahí surgió un inconveniente con los Sultanes.
“En Monterrey nos habían corrido un mes antes de que terminara la temporada de 1949 y pensé que estaba libre.
“En abril de 1950 me reporté a Mexicali y como a las dos o tres semanas de estar jugando llegó una orden de la National Association que no podía jugar porque me estaba reclamando el Monterrey”, recuerda Felipe.
“Ellos convinieron y negociaron la compra de mi contrato en 6 mil dólares. Por cierto nunca me dieron mi parte”.
En 1951 fue a entrenar con los Piratas de Pittsburgh, que compraron su contrato en 18 mil dolares.
Lo mandaron a la sucursal doble en Nueva Orleans en lo que fue un salto muy brusco de una clase ´C´ en México a doble ´A´ en Estados Unidos.
En el invierno de 1952-53 fue a jugar a Cuba. Los Piratas entrenaban en esa isla y le sirvió porque entrenó con ellos e hizo el equipo.
“No había mucha oportunidad de jugar en esos años”, explica Montemayor.
Su primera vez al bat con los Piratas llegó en 1953, en el Ebbets Field de Brooklyn durante el juego inaugural.
“El pitcher era Joe Balck, de los Dodgers, y di un elevado al jardín central”.
Montemayor no recuerda su primer hit, pero sí su primer jonrón, que tristemente no contó.
“Tuve ganas de llorar porque se suspendió el juego en la cuarta entrada por lluvia. Era contra los Gigantes de Nueva York, contra Rubén Gómez, y fue un jonrón de tres carreras”, dice Felipe con sus ojos cargados de nostalgia.
“En los pocos juegos que jugué, recuerdo un domingo contra los Cardenales cuando bateé dos jonrones, uno en cada juego.
“Yo pensé que estaban empezando a tener más confianza en mí, pero no fue así y me bajaron a triple A”.
REGRESO A MÉXICO
Felipe volvió al terruño en 1957 con los Tigres, donde le fue bien y le valió una invitación al campo de prácticas de los Dodgers.
“Creo que tuve un buen entrenamiento, pero eran tiempos más competitivos y no me valió para haber sido el primer mexicano con los Dodgers”, dice.
En 1960 jugó en la Liga de Nicaragua, donde dejó el récord de 21 jonrones en una temporada. En 1961 se enfundó en la franela de los Diablos Rojos y en 1963 fue el primer pelotero firmado por los Broncos de Reynosa, equipo que debutaba en la LMB.
Montemayor terminó su carrera donde la inició, con los Sultanes. Un año antes de retirarse se dio el lujo de conectar 26 jonrones con los regios.
LOS AMIGOS DEL BEISBOL
¿Qué es lo mejor que te ha dado el beisbol?
“Yo creo que son los amigos”, contesta sin titubear.
“A pesar de tantos años, ya tengo 40 años de retirado, todavía tenemos muchos amigos. Me sorprende que todavía lleguen cartas a mi casa pidiendo autógrafos”.
Dice que los Piratas de Pittsburgh le mandan cada año una felicitación de cumpleaños.
LOS JOVENES, EL FUTURO
Para Felipe Montemayor el gusto por el beisbol no se ha terminado en México, pero sería bueno que los equipos le die ran más oportunidad a los muchachos.
“Yo creo que podríamos volver a los años románticos del beisbol, donde se aprovecharan a los prospectos.
“Hay que elevar el nivel de nuestro beisbol. Mejorar la técnica. Darle más oportunidad a los mexicanos para que mañana o pasado puedan llegar al mejor beisbol del mundo”, expresa.
Lamenta que el futbol haya desbancado al beisbol del primer lugar en asistencias, pero sabe que la televisión ha llevado a cabo ese cambio.
INSTRUCTOR
Felipe jugó, fue coach y dirigió algunos equipos, pero le hubiera gustado ser instructor, ya que siempre está analizando lo que el pelotero hace bien y hace mal.
“He aprendido más viendo que cuando uno lo jugaba. Hay un sinfín de detalles que podrían corregirse en beisbolistas profesionales”, manifiesta.
Enumera el fildear con una mano, los malos hábitos de los bateadores. Los pitchers que tienen muchos años de experiencia y se les van las rolas, cuando deben ser outs.
De esta manera, a sus 81 años de edad, Felipe Montemayor puede sentirse satisfecho de que en la vida y en el deporte ha sido un triunfador.