No me imagino a un verdadero periodista –es decir, a un reportero—que no le guste viajar. Yo creo que el que nace con la pasión por las noticias lleva también en su ADN la sed de andar por la calle y recorrer el mundo para ver lo que pasa y contarlo a los demás, de acuerdo con el consejo que el humorista estadounidense Mark Twain (1835-1910) escuchó de su jefe cuando le preguntó qué necesitaba para ser periodista.
Viajar te deja, primero, sin palabras. Luego te da historias para compartirlas con los demás. De hecho se sabe que viajamos no para escaparnos de la vida, sino para que la vida no se nos escape. Y un viejo aforismo recalca la necesidad de que viajes tanto, hasta encontrarte contigo mismo.
Ese fue uno de mis sueños desde la adolescencia. En medio de mi pobreza económica, Morfeo me llevaba más allá de los límites geográficos a los que aspiraban los de mi clase social. Mi ambición desbordada, al revisar mapas y videos, me decía que algún día podría visitar Europa.
Ese día, por fin, llegó. Y se lo agradezco en el alma al periodismo. Fue al amanecer del mes de julio de 1979 cuando el licenciado Abelardo A. Leal, sub director de El Norte, me citó en su oficina una tarde que parecía recibir coletazos de las llamas del infierno. Recuerdo que en esas fechas los rayos solares estaban afectando a muchos regiomontanos, especialmente niños y ancianos. Llegué sudoroso, puntual a la hora, antes de pergeñar unas líneas de mi nota deportiva en la terminal de computadora.
—¿Tiene usted pasaporte y visa para entrar a Estados Unidos? –me asaltó con tan inesperada pregunta el jefe de mi jefe.
Sí, licenciado.
—Entonces esté pendiente de un trabajo especial que se le encomendará.
De acuerdo. Espero sus indicaciones cuando usted lo indique.
Salí de la oficina muy emocionado pero con la enorme duda de la encomienda especial y del destino del supuesto viaje a Estados Unidos. Pregunté al editor de la sección deportiva, a la que estaba asignado de fijo, si ya le habían anticipado la información y si tenía alguna idea de lo que se trataba. Nada. Tan seco como conmigo, el licenciado Leal había procedido con él. Había que dejar pasar los días.
En casa pasábamos una situación difícil con nuestro tercer hijo recién nacido el 4 de abril, pues no se reponía de un problema de soplo en el corazón. El cardiólogo se mostraba optimista, aunque la realidad contradecía sus buenos augurios. Y, claro, mi esposa Iris se deshacía en atenciones y preocupaciones. Así es que yo no podía salirle con me iba de viaje. Y menos casi de un día para otro, cuando el licenciado Abelardo Leal me entregó los boletos de avión y un sobre con varios billetes de cien dólares. Había que dar resultados como enviado especial a Europa acompañando al equipo de futbol soccer del Club Tigres de la UANL. De tanta emoción, no atendí los consejos y recomendaciones que me dio por el ansia que me consumía de ver la respuesta de mi mujer ante semejante noticia y por la necesidad de pedir permiso en mi trabajo de planta en el Grupo Cervecería.
—No voy a decirte que me da mucho gusto –me advirtió Iris-, porque me vas a dejar sola con el niño, así como lo veo tan decaído. Pero aprovecha esa oportunidad que te cayó del cielo. No te quiero estorbar, porque muchas veces me has platicado tus sueños de conocer Europa.
Con esa generosidad de espíritu y con solidaridad tan espontánea, me concentré en lo que debía llevar para un mes fuera, sin olvidar los lentes especiales de mi cámara fotográfica y película suficiente, además de la grabadora y audiocassetes que estaban de moda entonces. La organización fue obra del Rector de la UANL, Luis Eugenio Todd y del promotor Jorge Berlanga, bajo la coordinación del contador público Roberto Chapa Martínez y del licenciado Juan Roberto Zavala.
La salida a París estaba programada para el sábado 7 de julio, a las 16:00 horas, con escala en la ciudad de Dallas, Texas. Llegó el momento esperado para integrarme en el aeropuerto con el grupo deportivo que hacía un año había sido campeón de liga por primera vez pero ahora, ante la salida intempestiva del entrenador Carlos Miloc, para este viaje estaba a las órdenes de Carlito Peters y Dagoberto Fontes.
Para poder dimensionar el significado de aquella gira, hay que recordar que Monterrey era el prototipo de ciudad que los del centro de México llamaban con gran énfasis “provinciana”, y solamente un club azteca, Chivas de Guadalajara, había salido en 1967 al Viejo Mundo, pero después ninguno ni en plan promocional. No teníamos jugadores en clubes internacionales, pues Hugo Sánchez llegó al Atlético de Madrid hasta el verano de 1981. Además la tecnología comunicacional estaba en pañales y había que dictarle las noticias por teléfono fijo a una mecanógrafa en el periódico o transmitirlas por teletipo desde una cabina de hotel, si tuviera la máquina. ¿Las fotos? Pues a ingeniárselas por una sola ocasión en el aeropuerto “Charles de Gaulle” a fin de localizar a un paisano que fuera de regreso a la capital mexicana y aceptara entregar el rollo a alguien más que viajara a Monterrey y hacerlo llegar a El Norte. Desde luego que las nuevas generaciones de periodistas se mueren de risa nada más de conocer estas historias de viejos.
Viajar a Europa en aquel entonces, desde “la provincia”, no era cualquier cosa. Los periódicos, por tanto, difícilmente contaban con enviados especiales y menos, mucho menos, tenían corresponsales. Para eso estaban las acreditadas agencias de noticias. La expectativa de los aficionados, en serio, no era de altos vuelos, y los lectores de nuestro diario no imaginaban lo que podían leer de aquellos aventureros que no tenían aún un plan definido de juegos en tierra ajena.
La Ciudad Lux nos recibió con los primeros destellos del sol dominical. Y ya sabrán mi desbordamiento sentimental al transitar rumbo al hotel por calles de película que en aquel tiempo las veía como casi únicas. No deseaba otra cosa sino dejar mi equipaje en la habitación y salir disparado a conocer la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo con sus Campos Elíseos. Pero no era yo nada más el que desbordaba tal entusiasmo. También andaban como niños chiquitos Osvaldo Batocletti, Jerónimo Barbadillo, Héctor Hugo Eugui, Tomás Boy, Mario Carrillo, Roberto Gómez Junco, Pilar Reyes, Mateo Bravo, Roberto Gadea, Alejandro Jiménez, etc., y el nuevo jugador del club, el brasileño Edú, que debutaría con la camiseta de los Tigres.
Por la noche corrió la voz entre los jugadores que la gira no estaba tan bien confirmada como se esperaba, y no habría partidos con equipos de Francia, como el Nancy de Michel Platini. Había que estar muy temprano con las maletas listas para salir a la antigua Yugoslavia, dominada por el dictador Josip Broz “Tito”, con una tiranía feroz a conveniencia del comunismo dominante, emanado de la entonces Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS). Los raros idiomas, los equipos rivales y los resultados fueron lo de menos. Lo importante fue el baño de cultura en una región hermosa a donde no se podía llegar por cuenta propia así como así. Lo valioso fue tener contacto con un mundo sin libertad en plena guerra fría que impedía, desde luego, la venta de todo lo que viniera de su archirrival Estados Unidos.
Guardo como un tesoro los recortes de los periódicos que reseñaban los juegos de los “Tigrovi”, discos de música hermosa con palabras ininteligibles comprados en Sarajevo y las fotografías de los sitios turísticos encantadores que, años más tarde, estarían en el ojo del huracán revolucionario al morir “Tito” un año después, el 3 de mayo de 1980 y al sobrevenir en 1991 la desintegración de la antigua Yugoslavia dando inicio a la guerra de Serbia contra Croacia, Bosnia y Kosovo.
No olvido el aire de libertad que respiramos al llegar por carretera a Viena, cruzando sus bosques. Era otro ambiente a lo occidente, que luego contrastamos con el de Hungría, a pesar de la belleza de sus edificios y sitios emblemáticos. Fue este viaje una lección de geografía y de cultura política en vivo y a todo color. Pero fue también una oportunidad de vinculación íntima con mi esposa por su apoyo y valor para enfrentar mi ausencia en circunstancias tan duras por la salud de mi hijo. Por eso no dejaba de acudir a cuanto telefónico público encontraba en donde se podía llamar a casa.
Fue mi primer viaje a Europa. Por supuesto inolvidable. Luego vendría otro en julio de 1985 cuando le dieron un despliegue increíble en primera plana de El Norte a la noticia y entrevistas con Hugo Sánchez, por su transferencia del Atlético de Madrid al Real Madrid, que conmocionó a nuestro medio futbolístico.
Viajar fue una de mis metas, que pude cumplir a placer durante años. Pero no hay como la primera vez. Hoy todavía me envuelve la nostalgia de esos días de julio de 1979, que me revive la canción de mi amigo Ricardo Ceratto con su tema “Larga Distancia” porque me parece que lo pudo haber compuesto para mí y mi circunstancia, pues es el mensaje que yo le daba a mi hijo Juan Luis para que cuidara a su hermanito, cuatro años menor que él. “Hola, qué tal. Cómo te va. Yo sigo aquí, luchando al fin para que a ti nada te falte”.