
Dos amigos viejos viven en una pequeña comunidad, en una isla de Irlanda. A lo largo de los años han sido muy unidos, pasando el tiempo en la cantina del pueblo.
Un día cualquiera, Colm (Brendan Gleeson), músico de oficio, le comunica a Pádraic (Colin Farrell) que ya no quiere ser su amigo. Ha decidido, de pronto y sin aviso previo, dar por terminada su relación antigua. El despreciado ve su mundo caerse. Se da cuenta de lo importante que es para él la unión con su mejor camarada, el único que realmente lo comprende.
Al buscar el auxilio de su hermana Siobhan (Kerry Condon) y Dominic (Barry Keoghan), para que convenzan a Colm de que regrese, la situación escala para desencadenar consecuencias terribles, muy parecidas al absurdo.
En Los Espíritus de la Isla de reciente estreno en cines, el escritor y guionista Martin McDonagh juega con una anécdota de situaciones tan insólitas, que bordean el realismo mágico o el surrealismo más crudo, cargado de humor corrosivo y emponzoñado.
La cinta de ritmo lento y contemplativo, es como una hoguera de emociones donde todo arde apaciblemente, pues en ese lugar prácticamente no hay formas diversas de esparcimiento. La gente se reúne en el bar para hacer algo al final del día, quizás charlar y lamentarse de sus vidas, que transcurren sin hechos reseñables.
La historia transcurre hace un siglo, en 1923, en tiempos de la Guerra Civil de Irlanda, y aunque los lugareños interactúan con reglas de civilización, hay una especie de barbarie social en la que todos tienen permitido ingresar. Solo así se explica la forma en que reacciona el tipo que decide ya no ser amigo de otro. Las razones por las que toma esa determinación, si bien son insignificantes y hasta injustificables, merecen respeto, pues ha decidido tomar distancia.
Sin embargo, la respuesta frente a la insistencia de su ex amigo, a seguir frecuentándose, mueve a suponer que el tiempo de los trogloditas no ha transcurrido en la isla y que algún gen primitivo aún queda para guiar a los hombres, alejándolos de la cordura.
Porque la contestación radical del músico fastidiado mueve a cuestionar la posibilidad técnica de sus acciones brutales, y a dudar de su equilibrio mental. Cómo es posible que haya obrado así, a causa de tan poco. En consecuencia, los alcances de algunas de estas decisiones radicales son tan disparatadas que mueven a pensar en comedia, pues nadie en juicio saludable incurriría a la auto inmolación a causa de lo que parece ser un berrinche entre vecinos. Pero en lugar de risa, lo que provocan es horror.
La gente aquí pasa los días tan aburridos y es tan sosa en su comportamiento, que la mejor amiga de Pádraic es una mula enana que, indirectamente, resulta afectada en el conflicto de los amigos, pues tiene un percance tan inverosímil, que hace que el pleito suba a una intensidad descabellada.
Collin Farrel y Brendan Gleeson ofrecen sus mejores actuaciones como rústicos veteranos que se involucran en un conflicto, pequeña guerra de dos, de consecuencias execrables. Los dos son tipos sencillos, aunque muy intensos, como se comprueba, que han llegado a un punto de definiciones en sus vidas. Pero la forma en que toman caminos hace que parezcan, por magia de su histrionismo, dos niños que no pueden contentarse.
Los Espíritus de la Isla es una pieza exquisita, melancólica y emocionalmente profunda, que se ocupa de un tema singular, como es el fin del amor fraternal, cuando dos amigos dejan de quererse, porque se dan cuenta de que no tienen nada en común, o que aquello que alguna vez los unió, se ha desvanecido.
@LucianoCampos G