La segunda mitad del voluntariado tanto Sergio como yo lo pasaríamos en el este y sur de Islandia y, para nuestra fortuna, Julie, una de nuestras coordinadoras francesas en Brú, nos acompañaría la primera semana.
Cuando el autobús llegó por nosotros vimos que dentro de él había otros 11 jóvenes de los cuales, eran 10 alemanes y una inglesa, por lo que el “dominio germano” persistió en nuestra travesía.
En punto de las 12:00 horas inició el largo camino que nos tomaría la mayor parte del día, en el cual también tuvimos paradas en algunos parajes a fin de hacer el trayecto más ameno, así como gozar lo más posible de la “experiencia islandesa”.
Nuestra primera pausa fue en la ciudad de Akureyri, reconocida como el cuarto centro urbano del país después de Reikiavik, Hafnarfjördur y Kopavogur, además de contar con una población cercana a los 18 mil 900 habitantes.
Entre sus principales atractivos turísticos destacan el Museo Laufas de arquitectura tradicional y la bahía de Húsavík, siendo esta uno de los mejores lugares para el avistamiento de ballenas en Europa, lo que atrae una impresionante cantidad de viajeros.
Media hora después llegamos a las cascadas de Godafoss, conocidas popularmente como “cascadas de los dioses”, las cuales desde el primer minuto hicieron valer su nombre por su inconmensurable fuerza y corriente.
Localizadas en la región noreste, las aguas del río Skjálfandafljót caen desde una altura de 12 metros y a lo largo de un ancho de 30 metros, por lo que en todo momento nos exhortaron a mantener precauciones a fin de evitar cualquier tipo de accidente.
El siguiente punto en la lista fue el Parque Nacional de Dimmuborgir, también conocido como la “Fortaleza Oscura”, compuesto de cavernas y formaciones rocosas derivadas de una intensa actividad volcánica que representan los restos de una ciudad devastada por hace más de 2 mil 300 años.
De acuerdo al folclore islandés, esta área conecta la tierra con las regiones infernales, además de ser el supuesto hogar de criaturas como duendes y gnomos, mientras que a nivel musical la banda noruega de black metal “Dimmu Borgir” tomó su nombre de este sitio.
A nivel personal, lo que hizo memorable mi recorrido en este paraje fue que pudimos captar una puesta de sol y para enmarcar ese especial momento, Sergio me tomó una de mis fotos favoritas que sin pensarlo dos veces publiqué en Instagram.
El último sitio turístico en el que nos detuvimos antes de llegar al Este fue en Hverir, una de las zonas geotermales más activas de Islandia, reconocida por sus “paisajes lunares” e intenso olor a azufre por sus fumarolas y pozos de lodo hirviendo.
Luego de un extenso y visualmente atractivo camino de casi 10 horas, por fin llegamos a la casa del este ubicada en Stödvarfjördur, donde los voluntarios nos recibieron con alegría, entre los que volví a ver a David, el único joven alemán en Brú que no contribuyó a la “división de idiomas”.
PERSISTE EL DOMINIO ALEMÁN
Apenas comenzamos a bajar nuestras pesadas maletas del autobús cuando inmediatamente los voluntarios se ofrecieron a llevarlas por nosotros, al tiempo que aleatoriamente nos asignaron nuestros cuartos que compartiríamos con otras tres personas.
Ya librándonos de esa carga, fuimos citados a la sala principal donde conocimos a nuestro nuevo coordinador llamado Durim, proveniente de la Región Flamenca de Bélgica, que sería apoyado por Julie para “controlar” a los 24 jóvenes.
Como si se tratara de un patrón o tendencia, me pude percatar que la casa tenía 21 alemanes, quienes en lapsos solo se comunicaban en su idioma.
Al igual que en Brú, los esfuerzos por aplicar y hacer respetar la regla “Bora Bora” eran insuficientes y al tener la oportunidad de platicar con los coordinadores me di cuenta que ese era un problema constante en los voluntariados de Worldwide Friends.
Incluso, Durim nos platicó a Sergio y a mí que en momentos llegó a desesperarse y confesó que tras nuestra llegada sintió una “bocanada de esperanza” y textualmente nos dijo: “gracias por no ser alemanes y darle un poco de variedad a esta casa”.
A su vez, uno de ellos llamado Henry, quien estaba muy interesado en la cultura mexicana, fue sumamente empático y consciente de la situación, aunado a que buscaba convivir más con nosotros que con sus connacionales para practicar y mejorar su inglés, gesto que hasta el día de hoy aprecio.
UNA NOCHE PARA RECORDAR
En lo que sería un momento inédito en mi vida, festejaría el 15 de septiembre en suelo extranjero y sin pensarlo dos veces, Sergio y yo le solicitamos a Durim y Julie que nos asignara la cena, lo que aumentó las expectativas para ese día.
Sin embargo, además de la falta de recursos tradicionales y que nunca habíamos cocinado para 26 personas, tuvimos en frente otro “problema”: la mayoría de los voluntarios eran vegetarianos.
En Brú habíamos pasado por esa situación, pero solo eran cinco personas y para esta ocasión, más de la mitad no consumía absolutamente nada de carne, lo que nos obligó a sacar nuestro ingenio para darles una experiencia que jamás olvidarían.
Desde que supe que habría noches internaciones me anticipé y desde Nuevo León traje en mi maleta carne seca, un paquete de 20 tortillas de maíz, una bolsa de frijoles negros refritos, una salsa habanera de nombre “Fuego Maya” y de postre un paquete de Glorias, dulces de guayaba, obleas y palanquetas.
Sergio se encargó de preparar el arroz a la mexicana: guisado en salsa de tomate al que le agregó verduras como elote, chícharos, zanahoria y pimientos, mientras que yo preparé machacado y frijoles colados al estilo Yucatán.
A fin de vestirme “ad hoc” para el festejo, me puse el jersey blanco de la Selección Mexicana que utilizaron en el Mundial del 2018 y me amarré la bandera para utilizarla como capa, mientras que con otra banderola adornamos la mesa donde colocamos los platillos.
Teniendo más dudas que certezas, anunciamos que la cena estaba lista en inmediatamente la cocina se aglutinó, la euforia no disminuyó y para mi sorpresa, también utilizaron la salsa picante.
Contra todo pronóstico, todos estaban disfrutando de lo que preparamos, especialmente los vegetarianos, quienes para mi sorpresa amaron la mezcla de arroz, frijoles y tortillas con picante, lo que en México muy apenas sería una comida completa.
Ya concluida la cena, los coordinadores nos felicitaron a ambos por nuestra pasión y entrega y para reafirmar que el 15 de septiembre fue un éxito, Durim nos dijo textualmente: “los amo cabrones, ustedes los mexicanos son unos verdaderos chingones”.
Finalmente, en punto de las 23:00 horas los invitamos a participar en nuestro tradicional Grito de Independencia, donde tuve el honor de encabezar el momento ondeando la bandera y después de honrar a todos los héroes caídos, cerramos la celebración con un ¡“Viva México cabrones”!
EL FINAL DEL VOLUNTARIADO
Originalmente Sergio y yo teníamos previsto partir al sur el lunes 20 de septiembre pero una tormenta que azotó a toda la nación provocó que el traslado se aplazará hasta el miércoles.
Un día antes, ya que saldríamos en punto de las 06:00 horas, los voluntarios se despidieron efusivamente de nosotros y agradecieron nuestra breve presencia en el este, mostrándose muy agradecidos por tener dos mexicanos sumamente abiertos y extrovertidos.
Al viaje se sumaron dos alemanes que también tenían contemplado en su proyecto visitar el otro extremo de Islandia, Linda y David, este último terminó por convertirse en un gran amigo con el cual compartimos una estima y admiración mutua.
Nuevamente tendríamos otro viaje de 10 horas y para nuestra fortuna visitamos tres de los sitios turísticos más atractivos de Islandia: la Laguna Glaciar (Jökulsárlón), la Playa Diamante y la Playa de Arena Negra (Reynisfjara).
Para nuestros últimos tres días de voluntariado el destino sería la ciudad de Hveragerdi, conocida como el principal anillo periférico del país y situada a 45 kilómetros de la capital Reikiavik.
Como si la suerte nos sonriera, conocimos otro mexicano llamado Daniel, proveniente de Guanajuato, quien nos agradeció por tener de nuevo la oportunidad de hablar español e hizo nuestra estadía más amena.
En esta ocasión nos tocaría trabajar solo dos días de las 08:00 a las 11:00 horas en unos invernaderos potenciados por energía geotérmica, una de las fuentes de poder que a su vez promueve el crecimiento de cultivos libre de pesticidas y sin huellas de carbono.
A fin de aprovechar el resto del día Sergio, David, Daniel y yo rentamos un carro para no tener problemas de movilidad en los que serían los últimos momentos en tierras vikingas y el jueves visitamos el volcán de Geldingadalir, el cual hasta la fecha tiene erupciones constantes.
Aunque en ese momento no pudimos apreciar una explosión de lava, gozamos del “clima islandés” en su plenitud, nos tocaron fuertes rachas de viento con intensas lluvias que pasaron a ser granizo, al tiempo que pudimos caminar, sentarnos y tomarnos fotos sobre las rocas volcánicas generadas por el magma enfriado.
Para el viernes nos dirigimos a la península de Snaefellsnes y primero visitamos la montaña y cascada de Kirkjufell, dos de los puntos más fotografiados y solicitados del país, afirmación que pudimos comprobar al ver más de un centenar de viajeros durante nuestra breve estadía.
Después, acudimos al Parque Nacional de Snaefellsjökull, destacando las agujas de roca de Lóndrangar escarpadas a la orilla del mar, lugar en el que encontramos zorros árticos merodeando por la zona, a los cuales para mi fortuna pude captarlos con la cámara digital.
Luego de un viaje de siete horas en carretera nos dirigimos a Reikiavik, donde concluiríamos nuestra odisea en Islandia: David regresaría a Frankfurt, Daniel a Guanajuato y Sergio se dirigiría al Reino Unido, mientras que yo tenía una “cuenta pendiente” que saldar en la capital nórdica.