
Confieso que no conocía la palabra. Confieso que me sentí extrañado e inclusive ofendido cuando un compañero muy apreciado me saludó efusivamente con una expresión muy rara: “Hola, sándalo”. Y al mismo tiempo dibujó una sonrisa maliciosa.
Pero cuando entramos en detalles me conmovió el origen de semejante apodo: “Sándalo”. Porque mi compañero me explicó que un grupo de amigos convivió con el gran escritor y fino humorista Armando Fuentes Aguirre “Catón”, y en un momento dado alguien le preguntó cómo había conocido a José Luis Esquivel Hernández, el autor de su libro biográfico que llevaba en la mano.
–“Es un sándalo” –dice mi colega que se expresó de mí al explayarse en los detalles delicados de una relación que data de hace muchos años cuando “Catón” y yo nos encontramos en la Universidad Jaime Balmes de Saltillo.
Y como mis compañeros tampoco conocían el significado de la palabra, al mostrar sorpresa en sus ojos abiertos como canicas, Fuentes Aguirre pasó a narrar por qué me considera un sándalo:
–El sándalo es un árbol de Asia muy valioso que se utiliza en la ebanistería y en la perfumería –dijo don Armando–. Pero su característica especial consiste en que entre más hachazos recibe a la hora de cortarlo, más perfume exhala. Y así es mi amigo José Luis, quien ha sufrido duros golpes al perder sucesivamente familiares muy queridos y ustedes lo verán inclusive agradecido con Dios.
Y me platica mi amigo que “Catón”, con su vasta erudición, les dio una clase de cultura y de motivación al señalar: –El sándalo llora verdaderamente por la herida que le causa la herramienta del leñador, pero no deja de perfumar el ambiente más y más, por eso su madera y su esencia son tan apreciadas… Por cada hachazo regala un mejor aroma.
–José Luis –continuó “Catón”–, a quien ustedes seguramente también conocen como yo, ni siquiera se quejó, más que con sus lágrimas, cuando Dios le quitó, uno tras otro, a su hermano, luego al año siguiente a su mamá e inmediatamente después a un hijo. Oh, habría que ver cómo se comportó José Luis cuando Dios llamó a su presencia a su hijo y dejó en la desolación y el llanto a sus padres, porque no hay dolor más grande en la vida que la pérdida terrena de quien lleva sangre de tu sangre. Un hijo, cuando muere, no deja una herida en el corazón. No. Se lleva un pedazo del alma de quien tanto lo amó desde que anunció su presencia en este mundo y se acunó en el seno de su mamá.
La charla con mi compañero de estudios me emocionó en lo más íntimo de mi ser y sacudió mis entrañas por tan grande afecto convertido en palabras de parte de Armando Fuentes Aguirre “Catón”, a quien no tengo más que agradecerle su atención y el apelativo que ahora acepto como una distinción: Sándalo.
No sé si me considere entre la lista de sus amistades –en su agenda de “favoritos”, según el lenguaje moderno de la red–, pero yo sí lo califico como mi amigo en el sentido pleno de la palabra y no en el protocolo insulso o diplomacia de la terminología común. De ahí que, en aras de esa palabra sagrada para mí, le envío a “Catón” mi gratitud en el cofre sagrado de mis oraciones para que siga siendo un bálsamo en los momentos difíciles de muchos de sus lectores y un arcón de humorismo que tanta falta le hace a nuestra sociedad para no dejar de reír jamás.
Yo, un sándalo, según “Catón”. Vale, vale, vale….