Querido Hermano:
El privilegio del escritor es la libertad para escoger su tema y darle forma con las letras y las palabras que flotan en la inspiración de quien escribe. Hoy voy a rendirte homenaje a ti que falleciste justamente hoy, hace un año. Desde que mi memoria se estrenó recuerdo que te decíamos Yemo. La grafía de tu sobrenombre me ha acompañado toda la vida que compartimos juntos, y me acompañará hasta que yo muera y te pueda volver a ver; esa era y es nuestra fe.
Hoy los recuerdos reviven tumultuariamente. La fecha de tu partida quedó esculpida en la memoria mía, 21 de septiembre. Tu recuerdo tiene algo de imponente y sagrado para mí. Cada uno de mis escritos que aluden a ti es un retrato íntimo de la vida que nos conformó mientras estuvimos juntos.
Te recuerdo con ese porte inconcebible del hombre que jamás renuncia a sus ideas, con tus virtudes y tus defectos, pero un alma bella y grande, un corazón de oro y un espíritu de los más encantadores. Tú pensabas de mí que yo era un necio y yo de ti igual, pero al final nos procurábamos y nos encontrábamos siempre.
Extraño las noches que venías a mi casa a fumarte un cigarro platicado. Benson verdes. Algunas veces fueron puros. Sabíamos que fumar no era bueno pero mutuamente nos convencimos que no era tan malo darnos ese gusto en la intimidad de nuestra esencia de hermanos.
Nuestras pláticas filosóficas eran muy locas, pero en esa locura encontramos algo que nos confortaba y nos daba temple y humildad. Juntos analizamos todas las formas y todas las metamorfosis del espíritu, parecía que entendíamos las leyes de la conducta humana, nos creíamos agudos conocedores de las almas y al final nos reíamos por nuestra osadía. Recuerdo que para nosotros existía un solo objeto de estudio: la vida.
¿Recuerdas aquella vez que nos dejamos de hablar? Fue un suplicio para mí. Ahora sé que en las dudas que seguían a los esfuerzos de mi corto análisis, no era raro que un aforismo tuyo, profundo, me sirviera de luz. La límpida sencillez de tu razonamiento me servía de ejemplo y de enmienda. Fuiste la descripción totalizante del hermano perfecto.
Estuviste muy presente en mis días adversos; y en el cansancio de la larga y grave fatiga, tu presencia me era fortificante y consoladora como un vaso de agua para aquel errante en el desierto.
Hoy me pregunto yo mismo querido hermano, ¿cuántas veces soportaste el peso de mi inmadurez, de verme pasar de la tristeza a la alegría desbordante y de la dulce melancolía a la pasión que lo destruye todo? Sin embargo siempre me buscaste.
Cuando te fuiste a estudiar a Monterrey quise que el tiempo pasara volando para seguirte la huella. Hasta hoy querido hermano dimensiono la necesidad que tenía de tu cercanía. Y cuando digo Monterrey, ¡Uyy! ¡Qué etapa de nuestra vida! Actuábamos como si no hubiera día siguiente: el carpe diem se imponía y abría la puerta a todas las licencias imaginables sin llegar jamás al libertinaje. Juntos descubrimos los gozos y los desastres de la vida de estudiantes en Monterrey. Éramos presos de una especie de locura juvenil y no lo sabíamos.
Hoy en tu ausencia y ya lejanos de nuestro tiempo en Monterrey, en donde nuestro deseo era un poco más soberbio que hoy y nuestro vivir más primitivo, puedo concluir que éramos homéricos y heroicos y más juntos que Starsky & Hutch, que tantas veces vimos allá doblada al español.
Te recuerdo siempre estudiando tus libros de medicina, siguiendo tu instinto vocacional que te llevó al éxito forjado en la dureza, que me pareció muchas veces te dejaba exhausto. Pero en esa superabundancia de fuerzas que tenías jamás te negaste a amenizarnos con tu fantástica voz y tu magistral estilo de tocar la guitarra, aquellos tiempos cuando los años fluían dulcemente.
Tu egregia figura como médico y buscador incansable de Dios no se borra de mi mente. Por un lado te enamorabas de tus pacientes; tus consultas eran minuciosas, procurabas sanar la salud del cuerpo y la salud del alma y del espíritu. Yo le bajé los decibeles a mi búsqueda de Dios sin dejar de creer en Él, pero tú hacías cosas que te acercaban más a la esencia del creador de todo este universo que hoy parece fustigarnos con esta pandemia que te quitó la vida.
En vida fuiste ejemplar, ningún error que yo haya conocido de ti por la cercanía de hermanos te demerita. Fuiste humano. Fuiste mi hermano. Hay mucha historia juntos. La iré escribiendo poco a poco para saborear el extraordinario gusto de tu imborrable recuerdo. Hoy me fumaré un Benson verde a tu recuerdo y platicaré contigo.
El tiempo hablará.