
En aquellos años era imposible enterarte de todo y exactamente cómo sucedieron las cosas.
La televisión, la radio, los diarios capitalinos, casi todos al servicio del gobierno (igual que ahora) detallaban lo que sucedió en la Plaza de las Tres Culturas desde la óptica de un gobierno represor.
El Universal, desde aquel tiempo ya era un periódico “oficial”, como la mayoría (igual que ahora).
El titular del día siguiente de ese periódico decía: “Tlatelolco campo de batalla” y una nota secundaria encabezada: “Durante horas terroristas y soldados sostienen rudo combate”.
El tiempo, dicen, pone siempre todas las cosas en su lugar.
Algunos diarios reseñaban más o menos lo que sucedió aquel 2 de octubre de 1968, con ciertos testimonios de sus reporteros, pero siempre tratando de dar cabida a la versión oficial. El tiempo desnudó que los “terroristas” no eran estudiantes, más bien fueron policías con un guante blanco, disfrazados de civiles, que abrieron fuego contra la multitud desde la parte alta del edificio Chihuahua para tener un pretexto los soldados y “responder” el fuego disparando a mansalva contra la multitud de estudiantes.
Eran unos mil 300 tanques y unidades de asalto y transportes militares; tenían rodeada toda la zona de Insurgentes a Reforma, hasta Nonoalco y la calle Manuel González. No permitían salir ni entrar a nadie, salvo en casos de rigurosa identificación. Se calcula que participaron cerca de cinco mil soldados y muchos agentes policiacos, la mayoría vestidos de civil, que tenían como contraseña un pañuelo blanco envuelto en la mano derecha.
Los estudiantes eran unos 10 mil.
Las cifras oficiales reportaron 29 muertos “de los dos bandos”.
Testigos dijeron haber visto centenares de muertos y heridos, y a soldados llenar las cajas de varios vehículos militares de carga que partieron atestados de cadáveres.
Este último dato no salió en los diarios, sino en un libro publicado por Elena Poniatowska.
Los medios serviles (como los de ahora), reseñaron:
“Balacera entre francotiradores y el Ejército”, dijo Novedades.
“La Tropa fue recibida por francotiradores, dice García Barragán”, reportó en su cabeza principal El Día.
“Balacera del Ejército con estudiantes”, decía el titular de La Prensa.
“Personas que nada tienen que ver con el movimiento de huelga y algunos estudiantes y agitadores, enfurecidos por la acción militar, sacaron sus pistolas y dispararon a través de las ventanas contra el ejército”, decía una crónica publicada, sin firma, que probablemente fue dictada desde la Dirección de Comunicación Social de Los Pinos o supervisada por un alto mando militar, antes de publicarse.
El 2 de octubre de 2018 se cumplieron 50 años de aquella matanza del Ejército, cuyo comandante en jefe era el Presidente Gustavo Díaz Ordaz y el secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán.
Asesinaron cientos de mexicanos por el hecho de manifestarse públicamente, un derecho que consagra la Constitución.
Han pasado cinco décadas, medio siglo desde entonces y los culpables quedaron impunes, nadie fue castigado por ello.
Hoy, piden que quiten los nombres de las calles, avenidas, pueblos, ejidos, ciudades que llevan el nombre de aquel mandatario.
Una placa con letras de oro en el Congreso de la Unión y todas las marchas y todos los homenajes no sirven de nada.
Hoy, exactamente medio siglo después, mandar quitar las placas de la Línea 3 del Metro del Distrito Federal con el nombre del expresidente asesino, es tan útil como cuando un perro le ladra a un auto en movimiento… tardarse 50 años para agarrar valor para eso, espantan de valientes; mejor no hubieran hecho nada, como siempre, como antes… que se quedaron de brazos cruzados y los pocos que protestaron fueron encarcelados, torturados y asesinados.
Hace dos días fue asesinado Jesús Javier Ramos Arreola, activista que se oponía a la construcción del nuevo aeropuerto en el DF… ¿Quién cree que lo mandó asesinar a balazos en el interior de su domicilio?…. exacto.
Todo sigue igual…
Por eso, es mejor levantar la voz medio siglo más tarde…
Hoy, reclamar que aquel presidente asesino y callar por los 43 de Ayotzinapa ante el actual mandatario, no sirve de nada.
Tal vez en 50 años más les regalen a esos 43 otra placa con letras de oro… que tampoco servirá de nada.
Ya pa’ qué…