Sentado frente al teclado, con una página en blanco, en verdad estoy haciendo un esfuerzo por hacer lo correcto que, en este caso, sería caer en el lugar común y enumerar los motivos por los cuales quienes vivimos en Monterrey tenemos que salir a votar el próximo 23 de diciembre, en la tan cuestionada elección extraordinaria de alcalde.
Como pocas veces estoy batallando para convencerme de que debo escribir que es una obligación ciudadana hacer valer nuestra voz reflejada en las urnas y decidir, por medio del sufragio, la identidad de la persona que ocupará la alcaldía.
Nunca antes había batallado tanto para convencerme de aquello de que “si no votas, no tienes derecho a quejarte”, que tenemos que participar activamente en la vida cívica de la ciudad, que no podemos permitir que otros decidan por nosotros.
Ya me levanté de mi lugar, me serví un café e intenté poner en orden mis ideas. Sin embargo, cada vez que pienso en la próxima elección extraordinaria lo único que se me viene a la mente son las innegables irregularidades que envolvieron el pasado proceso electoral y cómo todos los participantes (si, todos), nos vieron la cara a los ciudadanos utilizando cada una de las mañas que hay en su Manual del Buen Político Mexicano.
¿Cómo puedo invitar a las dos o tres personas que leen esta colaboración a dejar lo que sea que estén haciendo ese domingo 23 e ir -otra vez- a hacer fila, cruzar una boleta y esperar que ahora sí su voluntad sea respetada?
Cuando intento hacerlo, lo único que pasa es que se me revuelve el estómago recordando las impugnaciones, el “ganó Felipe”, “no, ganó Adrián”, las protestas, los argumentos legaloides, las interminables sesiones de los tribunales electorales donde sacan resoluciones como conejos de una chistera.
Cierro los ojos, inhalo profundamente y me digo a mi mismo: “hay que votar, es nuestro deber” y entonces se me viene a la mente la patética comedia involuntaria de Adalberto Madero, “El Pato” Zambrano y el resto de la pedecería política que otra vez anda recorriendo las calles de Monterrey buscando el voto que, ya sabemos, absolutamente nadie les va a dar.
Quiero convencerme de que hay que participar, pero recuerdo que gracias a estos políticos y las mañas de sus abogados (que no cobran nada barato ¿y quién creen que termina pagando las facturas?), voy a tener que trabajar el domingo previo a la Navidad cubriendo la elección.
En verdad no tengo ni un solo motivo para invitar a alguien a que participe el próximo 23 de diciembre. Es más, estoy más tentado a decirle a quien quiera que esté leyendo esto que ¡a la mierda todo! ¡Vamos a dejarlos solos con sus elecciones, sus trampas y sus engaños! A ver si con una elección de 100 votos van a poder justificar todas sus tracaladas.
Estoy seguro que más de un ciudadano de Monterrey se está diciendo exactamente lo mismo, que le ha perdido la fe al sistema electoral mexicano que, tristemente, no puede ni asegurar una simple elección a alcalde sin que la experiencia se vuelva un desastre.
En eso estoy cuando, de pronto, recuerdo la tarde del primero de diciembre, cuando veía junto con mi pequeña de cuatro años la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador como presidente de la República.
En ese momento, quizás porque escuchó la palabra presidente, mi pequeña recordó cuando le conté la historia de cómo inició la Revolución Mexicana y cómo hubo un presidente llamado Porfirio Díaz que había abandonado a los mexicanos.
Fue entonces cuando mi nena, con el tono más serio que se puede esperar de una niña de cuatro años, me pregunto: “oye papá ¿entonces ya no va a ser presidente el señor que le robaba la comida a las personas?”
En su pregunta pude sentir una verdadera ilusión de que ahora sí alguien bueno iba a ser presidente, aunque sé que mi nena no tiene ni la menor idea de qué es lo que hace alguien con ese cargo.
Al recordar ese momento me queda claro que es cierto, nuestro sistema electoral es poco menos que una porquería; sin embargo, tengo la obligación de participar, hacer que sus engranes funcionen, que los que lo cuidan se vean obligados a hacer su trabajo.
Y si lo hago no es por mí, es por mi nena de cuatro años por la que tengo que hacer mi parte para dejar un par de piedras sobre piedra en este bello desastre llamado México.
Entonces no hay más, hay que salir a votar este 23 de diciembre, no por nosotros y definitivamente no por los políticos… sino por nuestros pequeños.