No bien acaban de pasar con apuros los vendedores de flores en el mexicanísimo Día de los Difuntos, y ya tenemos a la vista una cascada de fechas que son una provocación al consumismo irracional, como anuncio del aterrizaje de un año para el olvido, por el desastre que ha dejado en todo el mundo el malhadado Coronavirus en cuanto a muerte y luto, desempleo, caída de la economía y desintegración familiar.
En México ya se ha vuelto una tradición el “buen fin” y sus millonarias ganancias para los comerciantes establecidos. Por eso ahora se promueve con una extensión de días con miras a una asistencia de compradores en forma ordenada y con pausas, a fin de respetar la sana distancia y cumplir mejor con todos los protocolos sanitarios. Aun así, el riesgo está ahí, pero los promotores no quieren cancelar la esperanza de una recuperación forzada después del desplome de sus ventas en este 2020 durante los cierres de sus negocios no esenciales.
Y luego tenemos la tentación que representa para muchos mexicanos el “día del guajolote” o de acción de gracias, tan atractivo en Estados Unidos por las rebajas de precios en tiendas y comercios que obligan a muchos a hacer fila desde la noche anterior, y entrar atropellándose en busca principalmente de aparatos electrónicos y juguetes. Además, la fiesta decembrina se dispara en distintos rubros con la entrega de los aguinaldos y ahorros que disparan el consumismo a su más alto nivel.
El consumismo no es malo en sí. Después de todo es la mejor forma de incentivar el desarrollo económico de un país. Lo aterrador es gastar por gastar o comprar por comprar sin un freno a la emoción retratada en la conquista de ofertas por creerlas ofertas, aunque muchas de ellas disfrazadas para hacer caer en sus garras a los más ingenuos. Por eso es bueno alertar a los débiles de cerebro que no saben medir los alcances de su euforia con el dinero en la mano. Es de sabios hacer saber que aquel que gasta más de lo que tiene y no racionaliza el valor del ahorro para ocasiones difíciles futuras, tarde o temprano se meterá en líos.
Por tanto, es de sabios invertir el dinero del salario mensual (el dinero extra, muchas veces) bajo cinco indicadores: 1.- Por emergencia o urgencia. 2.- Por necesidad. 3.- Por conveniencia. 4.- Por solidaridad con el prójimo o ayudarlo en sus apuros, y 5.- Por tener algo superfluo o por mero gusto de deshacerse de algunos recursos. Pero también es de sabios reflexionar en estos días sobre lo que verdaderamente es fuente de felicidad en contraste con lo pasajero de la dicha que dan las cosas materiales que frecuentemente dejan un vacío en el alma cuando pasa el sentimiento de su posesión.
El ejemplo lo tenemos en el archimillonario magnate de medios masivos en Estados Unidos, William Randolph Hearst, personificado por Orson Welles en una de las mejores películas del siglo 20: “El Ciudadano Kane”. Es conmovedora la escena fílmica que nos muestra cómo, con pocos escrúpulos, el ricachón ha reunido en su palacio de Xanadú una enorme colección de todas las cosas hermosas y caras del mundo. Tiene de todo, sin duda, y a todos los que le rodean les utiliza para sus fines, como simples instrumentos de su ambición. Al final de su vida pasea solo por los salones de su mansión, llenos de espejos que le devuelven mil veces su propia imagen de solitario: solo su imagen le hace compañía. Al final muere, murmurando una palabra: “Rosebud!” Un periodista intenta adivinar el significado de este último gemido, pero no lo logra.
En realidad “Rosebud” es el nombre escrito en un trineo con el que El Ciudadano Kane jugaba cuando era niño, en la época en que aún vivía rodeado de afecto y devolviendo afecto a quienes le rodeaban. Todas sus riquezas y todo su poder acumulado sobre los otros no habían podido comprarle nada mejor que aquel juguete infantil. Ese trineo, símbolo de dulces relaciones humanas, en realidad era lo que aquel hombre deseaba, porque las múltiples cosas que había comprado con su abundante dinero ya no le servían para nada.
El riesgo del consumismo es invertir el principio sabio que ha de estar en lo alto de las vidas humanas: amar a la gente y usar las cosas. Para no lamentar ante la cercanía de la muerte “haber amado las cosas y haber usado a la gente”.