Driedrich Knickerbocker fue un día reportado por el “Evening Post” de Nueva York como desaparecido. El resto de la prensa se apuntó y pronto hubo una gran celebración por hallar a este hombre barbudo de aspecto montañés que de inmediato fue presentado a los lectores, a quienes impactó luego con su primer libro titulado “La historia de Nueva York según Knickerbocker”.
Washington Irving era el verdadero nombre de aquel hombre perdido que supo explotar muy bien la farsa de su extravío y la convocatoria de los periódicos para hallarlo. Diplomático, historiador, periodista y escritor, todavía la esperaba pasar a los joyeles de la anécdota como parte del movimiento norteamericano que hizo de Santa Claus un fetiche tal cual lo conocemos hasta nuestros días.
En efecto, el laureado escritor supo sacarle partido en su libro sobre Nueva York a la historia de San Nicolás de Bari, especialmente al hecho de que este obispo católico había regalado todos sus bienes al abrazar la religión. Y como a principios del siglo XIX, entre la comunidad de inmigrantes holandeses asentada en la gran urbe estadounidense existía una gran devoción por este santo, trazó en su texto un cuadro burlón sobre el tema.
Fabulando y fabulando, según su costumbre, Knickerbocker lo convirtió en un emigrado que, dotado de poderes sobrenaturales, volaba en un caballo mágico y dejaba regalos en las chimeneas de las casas de la ciudad natal del escritor. Pero fue más allá en su imaginación al insistir que San Nicolás era un verdadero guardián de Nueva York.
Lo que son las cosas: el libro sobre “La historia de Nueva York según Knickerbocker” no hubiera pasado de ser una de las tantas obras literarias de Irving, si no es porque ahora se asocia al atrevimiento que otro poeta cambió el caballo mágico por un trineo tirado por renos, lo que encantó al mundo infantil creyendo más real la escena de ese singular personaje en las calles de su ciudad inundadas de nieve en la época decembrina.
Y el cuadro de la mercadotecnia navideña lo vino a completar la Coca Cola cuando a fines de siglo XIX vistió con sus colores rojo y blanco a ese hombre de barba larga y estómago prominente, llamándolo Santa Claus, además de conseguir que los regalos aparecieran la noche del 24 de diciembre y no el 6 de enero como era costumbre entonces.
Fue así como junto a Mark Twain y Francis Bret Harte, las historias de Washington Irving inauguran una literatura poderosa en los Estados Unidos en cuyas páginas están retratadas las distintas razas que se han ido mezclando para formar un país nuevo haciendo una activa vida cotidiana en Nueva York, en las orillas del río Hudson.
De modo que le guste o no le guste ahora a Donald Trump, fruto de inmigrantes europeos, el país más poderoso de la tierra es resultado del esfuerzo conjunto de millones de personas que no nacieron ahí pero llegaron a contribuir a su grandeza, y a seguir la costumbre de emocionar a los niños en Navidad con la historia de Santa Claus, según Washington Irving y la Coca Cola.