
¿Qué sería de las clases más desprotegidas si no existiera la universidad pública para estudiar una carrera profesional, maestría y doctorado? ¡Cuánto hay que agradecerle a la Universidad Autónoma de Nuevo León que siga siendo plataforma de realización social de tantos jóvenes que han logrado superar su condición económica familiar, gracias a los conocimientos y disciplina obtenidos en algunas de sus escuelas y facultades!
Muchas personas, indiscutiblemente, le deben a la Universidad Autónoma de Nuevo León haber realizado sus sueños de trascendencia académica y, mediante un título, incrustarse en los campos productivos y de todo orden a lo largo y ancho del país e inclusive del extranjero. Hay una muestra ejemplar de generaciones y generaciones de egresados que dan testimonio de la valía de la UANL.
El nuevo rector Ing. Rogelio Garza Rivera dijo a Hora Cero en su primera entrevista al frente de la Máxima Casa de Estudios que apoyará a los jóvenes de escasos recursos para que concluyan sus estudios, y ha expuesto en repetidas ocasiones que su ambicioso plan académico y administrativo impulsará, en un ambiente de estabilidad, armonía y creatividad, a tan honrosa institución a mayores alturas. Por eso mismo se ha propuesto trabajar con toda intensidad en busca de los recursos tan necesarios que le permitan seguir contando con la tecnología de punta en el proceso enseñanza-aprendizaje y mantener sus instalaciones de acuerdo con las exigencias actuales.
Pero el Ing. Garza Rivera tiene un enorme reto en la atención que la UANL ha de prestar a los alumnos en dos rubros:
1.- La voracidad rampante de los directores de las escuelas y facultades en el cobro de cuotas internas y de cuanto curso se les ocurre al vapor, y…
2.- La rendición de cuentas de esos ingresos propios que no pasan bien a bien por una auditoría que haga honor a la transparencia que debe imperar en nuestros días, pues hay facultades universitarias de 3 mil alumnos que generan unos 7 millones de pesos anuales y, obviamente, es mucho más lo que generan las que tienen un alumnado numeroso.
De ahí que ha de saberse cómo se invierten esos millones de pesos y a dónde van a parar.
Por eso llamamos voracidad rampante a ese afán de cobrar por todo, como no ocurría hace años en la UANL, según versiones de egresados que ni se imaginan que el sistema de una universidad pública haya caído en tal mercantilismo, en comparación con sus tiempos de estudiantes.
Y le llamamos voracidad rampante, no porque todo deba ser gratis en la escuela, sino porque se nota la sed desmedida de esos dineros que forman la caja chica de los directores de escuelas y facultades, al grado de que se han disparado los gastos de los jóvenes sin ton ni son, descubriéndose, muchas veces, que los cursos introductorios y otros tienen un franco fin recaudatorio y no son más que meros paseos turísticos por las instalaciones para entretener a los muchachos de nuevo ingreso.
La voracidad rampante empieza a quedar clara desde que los muchachos y muchachas acuden, después del examen de admisión, a verificar en las listas si han sido aceptados (as), y de inmediato se les borre la sonrisa de futuros alumnos con la primera condición que les ponen y la cual consiste en pagar al día siguiente la cuota interna más dicho curso introductorio “que empieza pasado mañana y si no pagan se les da de baja o se les cobra multa por extemporaneidad”, les dicen.
O sea, casi no les dan oportunidad de conseguir, en Arquitectura, por ejemplo, unos 6 mil pesos, como si todos contaran con chequera o cuentas bancarias para “retratarse” al instante.
Además, los cursos obligatorios de inglés dejan mucho qué desear, si escuchamos las quejas de quienes ven que se trata de una argucia muy bien montada con el fin de esquilmar el bolsillo de los padres de familia o de los alumnos que tienen que trabajar para solventar sus gastos. Y lo mismo dicen los quejosos de la venta de libros a fuerza en algunas facultades, como en FIME, sumando la erogación poco más de 3 mil pesos, más una obra extra para la clase de inglés por 800 pesos.
Pero lo más irritante que el señor rector debe verificar con sus colaboradores es el hecho que habla muy mal de los directores que no conceden ni un céntimo de becas en la cuota interna a los alumnos de primer ingreso, con el argumento de que son de primer ingreso. Y ni siquiera opera la condonación o rebaja del 50 por ciento cuando esos directores escuchan y comprueban el argumento de que el chico o chica está becado al 100 por ciento por la UANL, debido a su condición social que ha sido demostrada en las ventanillas de Rectoría. ¡Nada! Los mandan por un tubo y a ver cómo le hacen para conseguir el dinero, contradiciendo el propósito original del Ing. Garza Rivera de velar por los más necesitados.
Asimismo, es muy evidente cómo los directores utilizan esos recursos propios para beneficiar a su camarilla de amigos o incondicionales con sueldos gordos fuera de nómina y no hay quien ignore que en todas las escuelas y facultades escurren los beneficios de viajes y paseos todo pagado, inclusive al extranjero, y asistencia a eventos de todo tipo para el propio director y para esos amigos o incondicionales sin que se demuestren los resultados o haya una justificación certificada.
Ya se sabe que también de ahí salen los pesos y centavos para la compra de voluntades de las meses directivas muchas veces con fines electorales, aunque su justificación es que así se mantiene la estabilidad política y el orden de los más “grillos” para que no hagan “olas” en los salones de clase y pasillos. Y es obvio que ese presupuesto propio sirve también para el mantenimiento de los edificios y los procesos administrativos, sólo que ese gasto se conjuga con otros que se vuelven “leyenda urbana” en muchas escuelas y facultades.
Por eso decimos que el nuevo rector, Ing. Rogelio Garza Rivera, tiene ante sí el reto de meter orden en aquello que lastima dolorosamente a los más necesitados económicamente, por la rampante voracidad que se nota mucho en los directores de escuelas y facultades, quienes debieran leer lo que el ilustre José Eleuterio González “Gonzalitos” recomendaba respecto a la atención que debía ofrecerse en los hospitales en el siglo 19:
“No seáis muy exigentes en materia de cobros. La exigencia en el cobrar descubre desde luego la avaricia o a lo menos hace sospechoso de ella al exigente. El médico ha jurado ejercer su profesión en bien de la humanidad, ¿y si ahuyenta de sí a los pobres y a los de pocos medios cumple su promesa? No, porque sirve a muy pocos y no por bien de la humanidad sino por interés del dinero. ¡Tened en consideración la fortuna y recursos de cada cual! Antes ha dicho también Hipócrates: ‘La justicia presidirá todas las relaciones del médico’. Si combinamos estos dos preceptos resulta que al rico se le ha de cobrar lo que sea absolutamente justo, a los de poca fortuna algo menos, y a los pobres ¡nada!”.
Creemos nosotros que este consejo del Benemérito de Nuevo León aplica estrictamente también para nuestra universidad pública que debe mantenerse muy lejos del título de elitista. Y por eso los directores deben leer la entrevista del señor rector en Hora Cero e imitar a la oficina central de becas de la UANL para condonar las cuotas internas a los que la propia UANL beca al 100 por ciento porque demuestran ser muy pobres, y desde el primer ingreso.
Así es que nadie piense que criticamos por criticar o que no reconocemos la sana labor educativa de la UANL, a la que respetemos por sus logros y reconocida trayectoria. Simplemente nos hacemos eco de quienes creen también que la mejor forma de depurar los errores es ser sinceros en reconocerlos.
Y más vale no hacerse de oídos sordos a la propuesta de Gonzalitos, antes de que el clamor general llegue al Consejo Universitario y el escándalo llame a cuentas a muchos.