
Nací profesor y nací periodista al mismo tiempo. Y lo supe desde el momento en que empecé mi carrera en la enseñanza básica hasta escalar los peldaños universitarios, hace ya casi 50 años. Pero al mismo tiempo la vida me enrumbó por la senda de la información de actualidad que desde niño intuí era lo mío sin imaginar ni cómo iba a empezar en ella ni hasta dónde me iba a llevar.
A fin de cuentas tuve como guía un principio básico del gran filósofo de la antigüedad, Séneca, que un día leí en un libro y jamás lo olvidé ni quiero que lo olviden quienes tienen contacto conmigo cuando se trata de definir una vocación: “No hay viento favorable para barco sin rumbo. Si no sabemos qué queremos y a dónde vamos, no importa que el viento le pegue a las velas. No sirve para nada”.
Y por eso soy un convencido de que la vocación es la que marca un destino feliz, como también creo que no hay mayor frustración que la falta de inspiración interna para ser lo que uno quiere ser y hacer lo que a uno le gusta hacer. De ahí que desde adolescente he hecho mía la convicción de un dicho muy sabio: “Si no sabes a dónde vas, cualquier camino es bueno”.
Sin embargo, a lo largo de mi carrera docente me ha dolido encontrar en las aulas universitarias alumnos –que no estudiantes– perdidos en el diseño de su vida profesional y confundidos en la oscuridad de una noche sin estrellas y sin una luz que guíe sus pasos, de tal modo que van solamente a perder el tiempo.
Así es que cada inicio de curso, a los jóvenes que se inscriben conmigo, me he propuesto convencerlos de la necesidad de valorar la oportunidad que les da la vida de estar en una universidad pues les recalco que, por ese simple hecho, ya forman parte de la élite de la educación en México.
Basta con analizar las estadísticas oficiales que señalan la enorme brecha entre los privilegiados, como ellos, y los marginados que no asisten a la escuela: 122 mil 46 varones y 130 mil 385 niñas no van a preescolar; 191 mil 747 niños y 215 mil 711 se quedan fuera de la primaria; 255 mil 384 hombres y 283 mil 536 mujeres no cursan la secundaria y un millón 132 mil hombres no van a la preparatoria contra un total de un millón 133 mil 93 mujeres.
Ante esas cifras no queda más que sentirse más que comprometidos a echarle ganas al estudio y corresponder al esfuerzo de la sociedad que paga sus semestres mediante los impuestos, así como a sus padres y tutores. Pero no. Hay infinidad de zánganos y parásitos que se dedican a la flojera y ni siquiera se dan cuenta que están ocupando un sitio que ya quisieran otros a quienes los rechazaron en el examen de admisión, o de plano quienes no tienen recursos propios y deben trabajar debido a la condición precaria de la familia.
A esos irresponsables e impuntuales que medran con la disciplina laxa de la universidad pública se debe dar un escarmiento, pues muchos de ellos logran el estatus relajado para obtener el título y luego colarse a las instituciones públicas inclusive como funcionarios, a pesar de su nula preparación académica.
Ellos deben ser los marginados y no aquellos de las zonas pobres de las grandes ciudades y no se diga del campo y de los enclaves indígenas, y todo por no contar con auténtica vocación para el estudio ni tener disposición a superarse mediante el esfuerzo cotidiano en las aulas.
¿Pero qué ocurre? Que las autoridades se sienten mal con la poca eficiencia terminal, como ha trascendido que se da en la Universidad de la Ciudad de México fundada por López Obrador hace unos cuantos años, y creen que con llenar de titulados todo el país, México va a ser otro.
A mí me toca decirlo, como docente y como periodista desde mis años de juventud, porque no es posible malgastar tanto dinero en gente que no merece más que una segunda oportunidad y las seis oportunidades de pase en exámenes con que cuenta la universidad pública. Ya basta de tanto populismo y producción de licenciados que no saben ni leer, ni escribir o hablar correctamente, y ya sabemos que hay mínimos no negociables.
La universidad pública está obligada a enmendar su plan si quiere que sus egresados cuenten con prestigio académico, y no con tantos flojonazos que sólo van a aprovechar la grilla y el compadrazgo inclusive para alcanzar planta magisterial.