Amo entrañablemente a la Universidad Autónoma de Nuevo León. Fue la casa de estudios de mis hijos: Iris (Administración de Empresas) y Jorge (Derecho Laboral). Y sigue siendo la plataforma de despegue científico y cultural de tantos jóvenes a los que esta venerable institución les ha abierto sus puertas para cobijar sus sueños de trascendencia profesional. Amo entrañablemente a la UANL, pero no tuve el privilegio de estudiar en sus aulas y hacer pruebas en sus laboratorios.
Como quiera, ya adulto, me acogió en su seno y le dio brillo a mi modesta carrera docente desde 1979 en la FCC. Por eso, al enamorarme de sus buenos estudiantes y recibir su gratificante aceptación, he seguido aquí por la senda del saber retroalimentándome hasta la fecha del proceso enseñanza-aprendizaje.
Soy feliz en sus espacios y con sus planes vivificantes en continua evolución.
Soy un periodista de medios tradicionales cuya experiencia encuentra eco en la muchachada, a fin de llevar a la práctica las teorías cambiantes.
Soy un ser agradecido con la calidad de los servicios médicos y hospitalarios de la UANL, cuyos beneficios se extendieron en su momento a mi madre, a mi esposa y a mis hijos. Y no puedo negar la cobertura de sus prestaciones sociales que se mantienen contra viento y marea. Soy un punto, quizá imperceptible, en el amplio mapa de tan brillante casa de estudios, pero me siento feliz de mi granito de arena en la suma de acciones que le han permitido llegar a su 90 aniversario.
¿Por qué no he de explotar de júbilo en tan significativa fecha septembrina?
¡Viva la UANL!