
La misión del periodismo es investigar los hechos públicos para comprobar la verdad de los mismos y darla a conocer a la sociedad, sin importar el enojo de quienes se sientan afectados por dicha verdad. Pero es común que el poder político y económico se inconformen muchas veces con la difusión de las noticias incómodas y las descalifican a priori.
Sin embargo, a pesar de conseguirse la verdad periodística en medio de una azarosa búsqueda y muchas veces entre riesgos de toda naturaleza, tiene su mérito cuando es fruto de una pasión y amor por servir a la sociedad, sin partidarismos ni tendencias o intenciones preconcebidas. No importa que la cuestionen quienes tienen intereses creados y fines inconfesables al proteger una realidad que pone al descubierto la podredumbre de sus acciones o errores en su actuación pública.
Es cierto que la verdad periodística también está acotada por las prisas y limitaciones económicas, pero en ocasiones ha sido el detonante para que las autoridades terminen por dar cuenta de lo que trataban de encubrir. Por eso es comparable con la verdad histórica cuando las pistas y los hilos para el seguimiento de los hechos están bien avalados y sirven a investigadores que al paso del tiempo reviven tales hechos con una metodología científica.
La verdad legal, en cambio, por más que prevalezca como la oficial, no es raro que sea objeto de sospecha cuando el sistema corrupto se presta para encubrir delitos, malas artes y conductas perniciosas.
Por eso ahora tenemos que muchas de las verdades periodísticas de hace años hoy se han vuelto verdades reales. Por ejemplo, cuando antes escribíamos que el PRI era corrupto y sus dirigentes unos soberbios, ahora viene a decirnos Rogelio Montemayor Seguy, ex gobernador de Coahuila y ex funcionario público federal, que “la elección última (julio 2018) mandó el mensaje de que los ciudadanos ya no quieren más corrupción y soberbia pero la cúpula del PRI no lo comprende”. Así lo expresa claramente en una carta al presidente estatal del PRI en Coahuila. Entonces nosotros teníamos razón y sí había corrupción y soberbia en el PRI cuando hacíamos la denuncia en su momento, lo cual desataba el enojo de gente como Alfonso Martínez Domínguez y otros sátrapas del partido tricolor.
Otra noticia en los medios libres (principalmente Proceso), negada a grito abierto por los gobernantes de otros tiempos, a pesar de las evidencias y testimonios, ha sido confirmada a plenitud en estas fechas simplemente al pedir perdón por la masacre en Allende, Coahuila, hasta donde acudió la Secretaria de Gobernacíón Olga Sánchez Cordero a congraciarse con su disculpa.
Igual que esas, infinidad de noticias probadas periodísticamente fueron objeto de burla, de denostación y hasta de persecusión por parte de los afectados, y con el rodar de los años han quedado como muestra de lo que buscan los gobernantes y dirigentes empresariales con la prensa, de la que se sirven para circular los datos y declaraciones que les interesa, pero refutan lo que trasciende más allá de su postura formal.
Pero en el nuevo gobierno sucede lo mismo. Y si no, veamos esta contradicción flagrante. AMLO declara: “No nos dejen solos y denuncien”. Y pide que le ayuden a vigilar el buen funcionamiento del gobierno. “No es cosa de un solo hombre”. Pero resulta que no le gustan los reportajes y los críticos de los medios que no se avienen a su óptica y que con su trabajo quieren ayudar a corregir lo corregible y por eso se queja constantemente de Reforma y ahora inclusive de Proceso (“ya no leo esa revista”) porque cree que hacen campaña en su contra, pagada por sus adversarios conservadores, enquistados en la prensa fifí. Total: ni quién les entienda a los políticos chillones.
Sin embargo, la verdad periodística, con todo y sus errores, está ahí. Y hace mucho bien para descubrir diversos ángulos de la información cuando se hace con la mejor intención de servir a la sociedad.