Al enterarme de que un arzobispo argentino ocuparía la silla pontificia, recordé el episodio histórico del traslado de la corte real portuguesa a América (en el actual Brasil), cuando en 1808 el monarca lusitano Juan VI – sin perspectivas de mantenerse poderoso e influyente si se quedaba en Europa – decidió trasladar el centro de su poder a América. Me parece que se le puede ofrecer una lectura similar al nuevo pontificado.
Me explico: no sé si realmente fue el espíritu santo quien guió la decisión de los miembros del conclave para la elección del nuevo obispo de Roma, pero creo que el momento es histórico y que la designación del papa Francisco constituye más que un simple relevo del dimisionario Benedicto XVI. En efecto, le urge a la Iglesia volver a prender la llama del catolicismo en América, bajo amenaza de desaparecer; así de sencillo. Cuesta creer esto visto desde el norte de México, donde el catolicismo es un elemento omnipresente de la vida social, ¿verdad?
Sin embargo, es una realidad indudable que la nominación de Monseñor Bergoglio – jesuita, latinoamericano y con la etiqueta de “amigo de los pobres”– a la cabeza de la Iglesia de Pedro responde a necesidades de orden estratégico para el devenir del catolicismo. Considerando a la Iglesia como un actor global, su futuro debe pensarse como tal: a escala mundial. Y me parece que las negociaciones para la elección del nuevo papa tomaron acertadamente en cuenta la realidad del catolicismo a través del orbe; es decir su declive en Europa y que el núcleo de sus fieles está en América.
Se podía pensar que para restablecer la regla no escrita de la alternancia entre papas italianos y de otras nacionalidades, los cardenales de la península itálica tendrían cierta ventaja en la competencia electoral religiosa. Sin embargo, la verdad es que otro papa europeo después de Juan Pablo y Benedicto hubiera sido más de lo mismo y me atrevo a decir que potencialmente peligroso para el provenir del catolicismo. ¿De qué hubiera servido otro originario del único continente en su mayoría ateo del mundo? Si bien las iglesias de Europa constituyen un actor social de relevancia; están mantenidas al margen de la esfera pública y sólo aparecen en algunas grandes preguntas de sociedad. Claro, el catolicismo todavía está muy enraizado en sus sedes históricas (España, Italia, una parte de Alemania, Francia en cierta medida…), pero la gran mayoría de las poblaciones viven una realidad cada vez más descristianizada. Y como la historia lo ha demostrado un sinfín de veces, un poder no puede esperar crecer – ni siquiera mantenerse – alejado de su base popular, afectiva y representativa; que en el caso de la religión católica, claramente se ubica en América latina.
Y aún así, el catolicismo pierde seguidores de este lado del Atlántico. El caso mexicano, “Segundo país con más católicos del mundo” es revelador; las estadísticas del INEGI no mienten. ¡De 2000 a 2010, son alrededor de mil mexicanos que abandonaron el catolicismo cada día! Y así pasa en toda América, donde la concurrencia religiosa es feroz. La Iglesia católica se enfrenta a la competencia de las “religiones privadas” originarias de los Estados Unidos y de los movimientos protestantes que más fácilmente corresponden a las aspiraciones de las sociedades contemporáneas: una dirigencia transparente, mayor igualdad de género, respeto de los derechos de las minorías… Agregado a esto, los escándalos que tuvo que enfrentar la Iglesia católica –y más aún la complicidad de parte de su jerarquía– le perjudicaron en su afán de portar un mensaje de esperanza creíble para el siglo XXI.
Que ciertos sectores tradicionalistas y conservadores nieguen esta realidad mundial sólo agudiza la problemática central del catolicismo en 2013: si los que manejan la institución religiosa no adaptan su proyecto, se acrecentará la ruptura entre jóvenes y adultos; entre tradicionalistas y progresistas; y reforzará el atractivo de los nuevos movimientos espirituales. El riesgo que enfrenta el catolicismo en México y en América es que se vuelva una religión localista y sin mensaje universal, que represente únicamente a un núcleo duro y cerrado de fieles. En esta perspectiva de supervivencia y de feroz lucha político-espiritual, la elección de un papa latinoamericano me parece una jugada estratégica atinada para tratar de contrarrestar las “nuevas religiones” y darle una segunda juventud al catolicismo mundial.
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