Cuando se abrió la cortina de acero (estoy seguro que sigue siendo la misma), no había nada ni nadie; después de traspasarla y voltear a la derecha en la primera puerta estaba un reducido grupo trabajando en la edición de marzo. El segundo parto.
Sin mucho protocolo me presentaron como el nuevo integrante de Hora Cero, y así empecé a conocer un mundo nuevo: la prensa gratuita.
Meses antes, en noviembre de 1997, conocí a Heriberto Deándar Robinson por un profesor universitario en común que me buscó en Monterrey tratando de aclientar un pequeño restaurante italiano.
Había tomado un leve respiro como periodista después de una gran experiencia en Europa, buscando cambiar las letras por las pastas.
Recuerdo muy bien las palabras de José Luis Esquivel: “(Heriberto) fue mi alumno en la UDEM y está por empezar un periódico gratuito en Reynosa. Me habló y me comentó que busca un director editorial”.
Como soñar no cuesta nada, decidí viajar desde Monterrey a Reynosa. La ruta no era nueva para mí, porque cuando en los años ochenta estudiaba comunicación en la Universidad Autónoma de Nuevo León iba y venía a Matamoros, haciendo escala en la vieja central de autobuses de la Zona Dorada.
La primera plática con Heriberto, de entonces 27 años, fue en el Hotel Virrey. Sabía de él solamente por el profesor Esquivel. Mi ausencia de México entre 1992 y 1995 por vivir en Italia me hizo ignorar que años antes su padre fue obligado a exiliarse en Estados Unidos perseguido por Carlos Salinas de Gortari.
Heriberto dejó sus estudios de comunicación en la UDEM porque su padre lo necesitaba a su lado. Y se unió a la lucha de El Mañana de Reynosa en contra del salinismo que intentaba apropiarse del diario fundado por su abuelo en Nuevo Laredo.
“¡Tú eres periodista, cierra tu restaurante y vente!”, me dijo cuando llegamos a un tipo bodega frente a la cual describió lo que había adentro: una rotativa para imprimir periódicos y suficiente espacio para oficinas.
El proyecto de Hora Cero estaba en su mente y como fecha de inicio programado febrero de 1998. Y así fue. En la frontera de Tamaulipas, entre dudas sobre su perfil (más publicitario que periodístico en un principio), salió a las calles lo que en poco tiempo se convertiría en una publicación que se ganó pronto lo que muchos no tienen, tardan o siguen sin tenerla: credibilidad.
Más por el reto que por la escuálida oferta económica, cerré el restaurante y viajé a Reynosa para aceptar pertenecer al equipo. Cuando la cortina de acero de la puerta principal se abrió un lunes de abril de ese año, admito que me sorprendió que los empleados no llegaban a diez.
Heriberto, como director general; su hermana Claudia, en la gerencia, César Estrada, en producción; Gabriela Tamez, directora administrativa; Jaime Eligio Borjes, en circulación; Verónica Sáenz, editora; Adolfo Kott, único reportero; un diseñador a medio turno y nadie más.
Esa primera noche en el Hotel Premier no fue de las mejores después de cumplir la jornada laboral, pues me preguntaba: “¿Qué estoy haciendo en Reynosa?”. Pero no estaba acostumbrado a claudicar como periodista, al contrario. Si en 1993 y 1994 no salí huyendo como corresponsal de guerra de los bombardeos en Sarajevo, en la ex Yugoslavia, menos lo haría de Reynosa.
Pasaron las semanas y empecé a conocer mejor a ese hijo de dueño de periódico que cargaba el diminutivo de “Betito”, pero que pronto se lo quitó luego de aquella investigación periodística de Hora Cero -entre marzo y julio de 1999- cuando desnudamos en nuestras páginas la corrupción del entonces alcalde Luis Gerado Higareda.
De buen humor como hasta la fecha, en una de esas largas pláticas, me confió: “Quería que en Hora Cero demostraras lo que habías aprendido en Italia”. Nunca le pregunté si había sido un halago o un ultimátum. Como tampoco le cuestioné si me había traído a una aventura, o si terminaría como empleado de El Mañana.
De febrero de 1998 a abril del mismo año, cuando me incorporé, muy poco había cambiado dentro de las instalaciones. Heriberto no tenía oficina privada. Se le veía despachar en un escritorio armable, seguramente comprado en Wal-Mart, y sentado en un sillón donado por un alma caritativa.
En un rectángulo de no más de 50 metros cuadrados estaba el director general, la gerente, el jefe de producción, el diseñador de medio turno, editora, reportero; dos o tres computadoras y un equipo de revelado de negativos (fotocomponedora).
El jefe de la rotativa, el señor (Rodolfo) Heredia, y sus ayudantes, entre ellos los hermanos Caja, eran ‘prestados’ por El Mañana cuando había impresión de Hora Cero.
Nunca voy a olvidar ese primer día, lo cuento seguido y siempre lo llevaré en la memoria: acostumbrado al ‘glamuroso’ mundo periodístico de Monterrey (había trabajado en El Porvenir, El Diario y El Norte), mi debut en Hora Cero fue con saco y corbata en una mañana cálida, que pronto fueron remplazados por mezclilla y camisas del diario.
En el desconocido ambiente de la prensa gratuita, muy rápido entendí que las áreas editoriales y comerciales corren en rieles paralelos. Nunca más existiría en mi actuar una raya que dividiera territorios: de reporteros y publicistas.
El buen periodismo que nos propusimos hacer en Hora Cero tendría que conllevar a un buen negocio. Caer en las mismas tentaciones, con reporteros mal pagados y cobrando en diferentes ventanillas, pudo ser el camino más fácil, pero la apuesta y el reto eran mayores.
Quisimos ofrecerles a los lectores el reportaje investigado e inobjetable en su denuncia, la entrevista profunda, la crónica literaria y los mejores editorialistas. Por cierto, a la fecha ignoro cómo Heriberto acertó y contrató la columna de Jesús Blancornelas (QEPD), entonces director del Semanario Zeta de Tijuana, reconocido a nivel internacional y conocedor de temas de narcotráfico.
En su primer año Hora Cero fue una publicación mensual. Cuando Heriberto se quitaba la cachucha de dueño, era repartidor junto a otros del equipo. No había espacio para la pena; llevábamos ejemplares a los centros de distribución, abríamos nuevos puntos y rellenábamos los estantes.
Hugo Ramírez asistía a Heriberto y Juan Eliseo hijo, era como un mosquetero sin espada. Ambos se sentían parte del periódico, no sé si por amor al arte. Eso sí, mientras recursos faltaban, sobraba el entusiasmo por las ganas de trascender.
Las noches tristes del Hotel Premier con las preguntas sobre qué estaba haciendo en Reynosa, y las nostalgias por la ausencia de la familia, aliviadas porque estaba en las letras, no en las pastas, fueron quedando en el olvido conforme avanzaban los meses, planeando, reporteando y editando la nueva edición.
El parteaguas de Hora Cero, según leales lectores, fue el caso Higareda. Cuando un periódico gratuito pudo presentar las evidencias de corrupción que derivó en el fin de la administración del fugaz alcalde del PRI. Nadie, por diversas razones, se metió. Los demás periódicos, radios y televisoras nos dejaron solos en la investigación durante cinco meses.
Las pruebas periodísticas que activaron la justicia de Tamaulipas derivaron en un alcalde y varios colaboradores prófugos de la justicia; renuncias y órdenes de aprehensión contra funcionarios municipales. Una nueva historia empezaba para Hora Cero.
Fueron semanas de presiones externas; de rechazar tentaciones y de correr riesgos porque se pisaban callos. No había más que dos opciones: dar marcha y terminar con las manos manchadas, o ir hasta el fondo, sorteando amenazas. Nunca dudamos cuál camino íbamos a tomar.
Consumado los hechos, y después de 16 meses desde su fundación, nuevos clientes voltearon a vernos; la nómina creció con la contratación de más empleados en sus diferentes áreas; se hizo una redacción compartida con publicidad, y se acondicionó una sala de juntas.
La transformación iba tan en serio que hasta el viejo escritorio, el librero y el sillón de Heriberto pasaron a mejor vida.
Nunca más los estantes tardarían en vaciarse. Los lectores sabían dónde conseguir Hora Cero que, en poco tiempo, pasó de su edad adolescente a convertirse en un adulto en el cual se podía confiar.
El crecimiento de la empresa editorial pionera en México en su tipo comenzó, primero, cuando en 2003 se aprovechó el Internet para tener la primera página web de un periódico en Tamaulipas; a través de la cual los lectores siguieron la travesía por Latinoamérica de dos reporteros en tiempo real con apoyo del blogger.
Gerardo Ramos y Erick Muñiz emprendieron una larga travesía de casi 70 días desde la frontera de México con Estados Unidos, hasta el Polo Sur, en la Tierra del Fuego (Chile), haciendo crónicas y entrevistas. Algo nunca realizado en la prensa, quizá mundial.
No conformes con innovar y ampliar los horizontes, en 2005 y 2006 nacieron dos productos editoriales que actualmente tienen su vida propia: Hora Cero Nuevo León y Clase; y años después Contralínea, Conexión y Flash!.
Cuando hubo servidores públicos con mala memoria, soberbios y que quisieron vernos enanos, respondimos con el sello de la casa: el periodismo de investigación.
En 2007 el equipo de reporteros documentó el quizá peor asalto a las arcas municipales en Reynosa que se tenga memoria, encabezado por el alcalde panista Francisco García Cabeza de Vaca. El resultado fue que la población, al acudir a las urnas y sintiéndose engañada por su verbo, repudió a él y a su partido.
Cuando Hora Cero llega a sus 15 años es inevitable retroceder en el tiempo cuando se hace el recuento; la mayoría de sus fundadores seguimos; nuevos talentos se incorporaron a la redacción, leales y eficientes directivos y empleados llegaron; las tecnologías de vanguardia se implementaron, y los productos crecieron.
Hay un dicho que afirma que la persona que llega a Reynosa se queda a vivir después de tomar agua del Canal Anzaldúa. En mi caso no se aplica, pero si en principio dudé de mi permanencia en Hora Cero, con el paso de los años confirmé que se puede vivir fuera del “glamour” periodístico de Monterrey.
Que en Reynosa y Tamaulipas hay gente buena; que son lugares donde vale la pena correr riesgos por defender un proyecto, una causa y un oficio; donde hay más amigos que enemigos, y donde el ruido de una rotativa imprimiendo un periódico es más delicioso que una mañana de sobresaltos.
Valió la pena la apuesta. El resto y lo mejor -estoy seguro- está por venir. Efectivamente, mucho ha cambiado en Hora Cero, pero la cortina de acero es la misma.