Hace 55 años Gabriel García Márquez había concluido su emblemática novela “Cien años de soledad”. Pero fue en 1967, por estas fechas, que la Editorial Sudamericana de Argentina la puso en el mercado, con un éxito portentoso: en tres meses vendió 30 mil ejemplares. Y después lo proyectó a la fama y lo sacó de la pobreza, contando con el antecedente apenas de otras tres novelas y un libro de cuentos.
En contraste con lo que significó en 1961 que llegó a México, el nombre de Gabriel García Márquez, después de “Cien años de soledad” el mundo literario y los periodistas se volcaron sobre él. Como si fuera un milagro de la cultura, su proyección lo obligó a irse a vivir a Barcelona y a esconderse de los medios informativos por su aparente timidez para enfrentar las entrevistas de rigor. Por eso extrañaba los días de escasa atención que provocaba su persona en todas partes. Por ejemplo, en 1965, el todavía no muy poco conocido Gabriel García Márquez, viviendo ya en la ciudad de México, inesperadamente fue tomado en cuenta por Luis Harss durante su visita a la capital mexicana en junio de 1965 a fin de entrevistar para su libro “Los Nuestros” a quienes formaban parte del nuevo fenómeno literario y que luego se llamaría “El Boom Latinoamericano”.
Pero también, por otra parte, del 5 al 8 de julio de 1965, el club suizo de la colonia del Valle en la ciudad de México fue escenario de un encuentro de escritores latinoamericanos famosos con motivo de la visita de una agente literaria de Barcelona, España, que había venido desde Nueva York a promocionar internacionalmente a las figuras del momento que tenían lectores en Latinoamérica, principalmente Alejo Carpentier, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Su nombre: Carmen Balcells, a partir de entonces ligada a los éxitos de Gabo, como se le llamaba entre sus conocidos al colombiano. Según la firma del contrato de agencia, su relación data a partir del 2 de julio de 1965.
En un rinconcito de esa casa de la colonia del valle, con cara de aburrido, distanciado del bullicio intelectual que al parecer le incomodaba, se acercó a dialogar brevemente con Vicente Leñero Otero, quien no conocía bien a bien al bigotón que empezó a hablar de libros y de un autor común que ambos admiraban: Graham Green. Hasta que el mexicano cayó en la cuenta que hablaba con el autor de “La Hojarasca”, “El Coronel no tiene quien le escriba”, “Los Funerales de la Mamá Grande” y “La Mala Hora”, además de los artículos que había empezado a publicar desde 1955 en la “Revista Mexicana de Literatura” que dirigían Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo, así como en el suplemento cultural del diario “Novedades”.
En efecto, Gabo no era tan conocido aún. Pero a partir de 1966 iba a derrumbar las sombras que impedían su trascendencia en el tiempo y el espacio que le tocó vivir. Su novela-río lo lograría. Así es que el 1 de marzo de ese 1966 viajó a Colombia, con gastos pagados, a presentar la película “Tiempo de Morir”, por ser el guión de su autoría, ganando el premio del festival de cine de Cartagena. Y aprovechó esa visita a su país natal para saludar a sus grandes amigos y platicarles el parto de su nueva narrativa, cuyo primer capítulo se publicó en “El Espectador” el 1 de mayo, y se embebió en evocaciones íntimas al visitar Aracataca, después de tantos años ausente de ese sitio mágico para él.
A finales de marzo ya estaba otra vez pensando en el cierre de “Cien Años de Soledad”. Hasta que en julio de ese año concluyó las mil 300 cuartillas y una de las primeras críticas en México fue de su gran amigo Carlos Fuentes, quien había enviado desde París un artículo para el suplemento cultural de la revista “Siempre!” en que anunciaba el 29 de junio la llegada de la gran novela, sin que aún estuviera terminada, pues el escritor da cuenta de que la concluyó el 22 de julio de 1966, en una carta que le mandó a Bogotá a su casi hermano y compañero en tantas correrías periodísticas, Plinio Apuleyo Mendoza. Pero quien sí se adelantó en Colombia a reseñar en abril de 1967, en el semanario “Encuentro Liberal”, la novela garcíamarquiana con el título “Un libro que hará historia” fue su amigo Germán Vargas después de leer la obra completa, igual que otros colegas de Gabo en su tierra natal.
EL ENCUENTRO CON VARGAS LLOSA
Lo dicho: una vez publicada “Cien años de soledad”, Gabo conocería personalmente a otro eximio novelista, él sí ya cubierto por el halo de los galardones y el glamour: Mario Vargas Llosa. Desde el 11 de enero de 1966 habían entablado una relación muy afectiva por carta. Se escribían con frecuencia y, sin embargo, no se habían encontrado nunca frente a frente. Así es que la entrega por primera vez del Premio “Rómulo Gallegos” al ilustre peruano por su novela “La casa verde”, y la organización de un congreso en Caracas fue la ocasión propicia para el saludo de mano y un estrechísimo abrazo. Esta escena ocurrió en el aeropuerto de la capital venezolana, en julio de 1967, con los comentarios aún muy frescos del terrible terremoto en ese país sudamericano, seis días antes de que los dos escritores sellaran personalmente su amistad y Mario sacudiera el ambiente con su discurso “La literatura es fuego”.
Más tarde, cuando la fama ya había hecho grande el nombre de Gabo, fue invitado el 5 de septiembre de 1967 a Lima, Perú, para un diálogo con Vargas Llosa sobre “La novela en América Latina”, haciendo las veces de entrevistador el peruano. Fue tal el arrobo que suscitó García Márquez, que solamente la visita de Pablo Neruda en 1966 rebasó el entusiasmo que suscitó el colombiano, quien superó la euforia alrededor de otros grandes escritores en aquella capital sudamericana, a pesar de que en Lima aún no se vendía “Cien años de soledad”, pero sí se tenía idea del alcance de esta obra por la publicación de un fragmento de la misma hecha por Mario en el primer volumen de la revista “Amaru”. Por esos días, Patricia, la mujer de Vargas Llosa, dio a luz a Gonzalo Gabriel, por lo cual Gabo fue elegido como padrino del infante, en señal de lo que significaba haberse fundido en la continuación de aquel saludo de mano y cálidos abrazos en el aeropuerto de Caracas.
Cuatro años después, Vargas Llosa escribió su tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid sobre la novela-río de Gabo con el título “Historia de un deicidio”, que desde 1971 se convirtió en libro con una enorme aceptación en todas partes por la importancia y puntualización que señaló acerca de la segunda mejor obra después de “El Quijote”, dentro de la literatura hispana. Nada parecía que pudiera romper el vínculo amistoso entre dos de los grandes la literatura sudamericana. Hasta que Cuba los separó poco a poco, muy a pesar de que Mario se había manifestado en un tiempo algo cercano a Fidel Castro, mientras que Gabo le fue fiel hasta su muerte, casi con una devoción religiosa bien correspondida, no obstante el lacerante recuerdo de haber sido purgado por el sistema de la isla en 1961 cuando trabajaba para Prensa Latina en Nueva York, y debió refugiarse en México a partir de julio de ese año. Las dos visiones opuestas en torno a una realidad caribeña y su gobierno, los alejó en su trato.
Sin embargo, repentinamente esa amistad entre los escritores y sus familias se fracturó con un puñetazo con que Vargas Llosa derribó a García Márquez en 1976 en un teatro de la ciudad de México, por un conflicto personal que aún sigue siendo parte del estudio de algunos historiadores, y que ha despertado cientos de especulaciones alrededor del motivo de ese desencuentro. ¿Por qué pelearon? ¿Por qué ese quiebre en una amistad que se veía tan sólida? Ni Gabo, hasta el final de sus días, quiso hablar sobre tan bochornoso asunto, ni todavía hoy Vargas Llosa ha desvelado las cortinas de la causa que los distanció tan abruptamente hace 45 años exactamente. El tiempo lo dirá con absoluta certeza. Por ahora son meros mitos y testimonios no confirmados plenamente los que siguen alimentando el morbo de las multitudes.