
La corrupción forma parte del lenguaje coloquial de la clase política, porque en México siempre ha imperado la impunidad para los encumbrados gobernantes que descaradamente habitan lujosas mansiones que jamás habrían podido comprar con sus salarios de servidores públicos.
En México hace falta atacar la impunidad para acabar con la corrupción, veamos el ejemplo de nuestros vecinos del sur, por sospechas metieron a la cárcel al Presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, quien ahora está sometido a un juicio por actos de corrupción.
Aún recuerdo las palabras de Vicente Fox candidato cuando aseguraba que las “víboras prietas” y otras alimañas pararían en la cárcel de ser Presidente. ¿Qué pasó? Que Fox, el primer presidente panista, salió tan corrupto como algunos de sus antecesores.
Lo mismo pasó con Felipe Calderón, más tardó en entrar a los Pinos que en comenzar a entregar los pingües negocios a sus amigos, compadres y compañeros de partido. La corrupción imperó en todo su sexenio.
Hay quienes aseguran que a Felipe lo salvan de la cárcel los pactos y acuerdos intrapartidos. Ningún Presidente se libra de los escándalos, Peña Nieto es la viva representación de los cuestionamientos que día a día se viven en las redes y la opinión pública.
Soy de los que creemos que los procesos de reelección en diversos puestos servirán para bajar los índices de corrupción.
El flagelo de la corrupción impide el crecimiento, desarrollo y progreso de México, de ese tamaño es el problema que tenemos cuando no atacan la corrupción a todos sus niveles.
Guatemala ya dio el primer paso para combatir la corrupción porque se decidieron a atacar a su comadre la impunidad.
Vencieron el círculo vicioso en que han caído casi todos los países que deciden no atacar a los corruptos por medio a ser las reses del mañana.
México destaca a nivel mundial entre los países más corruptos del universo porque nuestro sistema de partidos ha llevado a los actores políticos a servirse con la misma cuchara y a taparse con la misma sábana.
Hoy todos los partidos son cómplices del gobernante en turno y de los que han ocupado las sillas de la gobernanza desde alcaldes, gobernadores y presidentes de la nación.
Son esos acuerdos los que terminan con los principios e ideologías que postulan en sus estatutos los partidos políticos.
Ellos tejen sus acuerdos y se reparten el pastel desde la Cámara de Diputados, donde se negocian los presupuestos. Acusar a un sólo hombre de corrupción, sería realmente una falacia.
En realidad, no hay en México un político que arengue a combatir la corrupción. Recientemente, Jaime Rodríguez Calderón, gobernador electo de Nuevo León, centró su discurso en el combate a los corruptos.
¿Qué pasó? Ganó. Demostró que la población está harta de las corruptelas y complicidades entre los actores políticos y empresariales que traicionan cometiendo irregularidades para obtener jugosas ganancias del erario público.
Son tiempos de que los gobernantes pongan sus barbas a remojar, porque ejemplos como el de Guatemala pueden ser virales y llevar a la población a presionar hasta conseguir meter a la cárcel a los gobernantes corruptos.