Unos días después de la transición presidencial, es interesante efectuar una retrospectiva de la percepción que se tiene en Europa sobre el México de los años Calderón. La apreciación de la realidad mexicana por los comentaristas europeos cobra cierta relevancia, ya que se funda sobre una visión ajena a las querellas ideológicas y partidistas nacionales. A lo que voy es que aunque poquísima gente en Europa conozca el significado de las siglas “EPN”, “AMLO”, o “JVM”, muchos observadores pusieron una interesante mirada sobre el rumbo del país durante el sexenio de Felipe Calderón.
Y para uno que tiene conciencia de la visión que se tiene de la realidad mexicana en ambos lados del Atlántico, resulta bastante impactante la divergencia entre las opiniones europeas sobre el cambio drástico que sufrió México en los últimos 6 años y la autocongratulación casi lírica que efectuó el ahora ex mandatario al terminar su sexenio, haciendo totalmente caso omiso de las cortantes críticas internacionales. Esta situación demuestra la lectura diametralmente opuesta de los acontecimientos sucedidos en nuestro país según que se vea por dentro o por fuera; es decir envuelto o alejado (físicamente o simbólicamente) del acoso propagandista de los spots televisuales del Gobierno Federal que ahogan al ciudadano en un mar de desinformación.
En la columna de los activos del gobierno Calderón, los comentaristas europeos colocan en general lo que el mismo ahora ex presidente denominó una “plataforma sólida” en materia de macroeconomía. Las estructuras económicas del país – nivel de deuda que daría envidia a muchos países de Europa, reservas históricas, inflación controlada, crecimiento del PIB relativamente elevado, comercio exterior en incremento, etc. – son realmente muy sólidas, ya que como muchos lo subrayan, es de admirarse la disciplina y el aguante macroeconómico de México en periodo de crisis mundial. Sin embargo, los logros presumidos en materia de igualdad social y seguridad son más que cuestionados, aunque algunos diplomáticos otorgan a Felipe Calderón el beneficio de la duda y subrayan sus esfuerzos y su buena voluntad, a pesar de la ausencia de las reformas efectivas que tanto necesita el país.
Efectivamente, “queda mucho por hacer” como afirmó el propio Calderón en su último discurso a la Nación (sin mencionar en ningún momento los miles de muertos), y esto se debe probablemente a que se hicieron mal muchas cosas. La falta de pericia y de planeación – pero también de tecnología y de capacitación – de la llamada “Estrategia nacional de Seguridad” traduce un apuro en entrarle con todo en la lucha frontal con la criminalidad. Y hoy en día, hay todavía quienes se preguntan por qué le entró Calderón de esta forma tan apresurada al tema de la inseguridad. ¿Será que le faltaba ganarse una legitimidad que no conquistó en las urnas en 2006? La pregunta quedará probablemente en el aire, pero lo que sí es notable, es que la guerra frontal contra la delincuencia organizada no era parte del programa del candidato Calderón.
El punto de cuestionar la memoria colectiva sobre los recientes acontecimientos del país es luchar contra la amnesia y la desinformación. México se ha vuelto un “Reino de la impunidad”, como lamenta la ONG Amnesty internacional, y pocos son los que recuerdan que hubo más actos de violencia en un año en México que en Irak, y que todo el “esfuerzo” nacional se hizo a costa de la ciudadanía, que vio a sus libertades individuales evaporarse. ¿Otra razón de lo que Le Temps de Suiza no duda en llamar “fracaso” de Calderón? Todos los comentaristas europeos designan la corrupción y la profunda desigualdad social que divide al país y que induce el ciudadano a aplicar un relativismo ético en el que “todo se vale” para tratar de sobresalir. Como lo recuerda un periodista belga, las cumbres internacionales que tuvieron lugar en México durante el sexenio de Calderón son los perfectos reflejos de la situación del país: los dirigentes mundiales se reúnen en hoteles lujosos ubicados en zonas balnearias fastuosas (Cancún o Los Cabos por lo regular) pero ubicados a unos kilómetros de habitaciones muy humildes hechas de techos de lámina… Esa brecha es la que nutre la violencia y sólo su reducción permitirá a la ciudadanía recuperar la paz anhelada.
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