
Seguramente muchos dirán: ¿y qué me importa que el autor de esta columna cumpla tres décadas como periodista este 2014, habiendo tantas cosas más importes qué enfrentar y qué resolver en la vida, antes que leer los siguientes párrafos?
Pero como estos 30 años no han sido del todo aburridos, a mis pocos pero fieles lectores quiero adelanarles una probada de tantas cosas que me han sucedido, sobre verdaderos personajes públicos -y otros no tan privilegiados con reflectores-, que he conocido, son o fueron amigos.
Porque en el camino, especialmente los periodistas, así como vamos cosechando amigos también se borran de nuestras agendas, pues este oficio tiene esa particularidad. Y los más inteligentes logramos evadir el diván de un psicólogo.
Cuando entré por primera vez a la redacción de un periódico, El Porvenir de Monterrey el 17 de septiembre de 1984, tuve como compañeros a un grupo de reporteros que llegaron a ocupar los puestos de periodistas empíricos de la llamada “vieja guardia”, baluartes de la grandeza del diario de don Rogelio Cantú Gómez.
Pronto supe que uno de los tres hijos tenía el control de El Porvenir, Jesús Cantú Escalante, egresado del Tec de Monterrey y heredero no solamente de una fortuna, sino de la pasión de su padre por el periodismo. Los otros hermanos, Rogelio y Gerardo, ocupaban puestos administrativos y comerciales.
Jesús tenía la misión de recuperar el puesto de privilegio como primer diario de Monterrey que, por décadas, tuvo la empresa familiar, hasta que se fundó El Norte.
Desde una posición de director de una agencia de noticias que no trascendió en Monterrey, Jesús encabezó un proyecto dentro del diario tras la muerte de don Rogelio.
Se hizo rodear de su equipo de reporteros que tenía en la agencia. Uno de ellos Luis Ángel Garza. Con el paso de los días supe que era todo un personaje, que en los años 70 anduvo de militante en las juventudes comunistas y participó en la Liga 23 de Septiembre.
La historia de Luis Ángel era más extensa de lo imaginable: por sus ideales políticos debió purgar una condena en el penal del Topo Chico, de donde un día salió amnistiado para convertirse en un periodista de gran prestigio y respeto.
Alejado de El Porvenir a finales de los 90 fue corresponsal de la revista Proceso en Nuevo León, trabajo que dejó para abrir una empresa de comunicación dedicada al monitoreo y brindar asesorías. Desde siempre uno de sus sueños era comprar un terreno y construir una cabaña en la Sierra Madre, y pasar ahí largas temporadas con su esposa Eva.
En Luis Ángel no va es frase de que tiene muchas anécdotas que contar a sus nietos, porque con Eva quisieron ser felices sin hijos. Uno de esos pasajes de su vida fue que estuvo en la balacera entre policías y un grupo guerrillero en los Condominios Constitución. Era enero de 1972. Huyó, se escondió en las faldas del cerro de La Silla; fue aprehendido y enviado a la cárcel.
Muchas veces ha contado a sus colegas: “Yo sé lo que es estar muerto, aunque sea por unas horas”. Resulta que al día siguiente de los hechos un periódico publicó una foto donde estaba en el piso uno de los muertos identificado con el nombre: Luis Ángel Garza.
Horas después un hermano acudió a la morgue para reconocer el cuerpo y se dio cuenta, con sólo mirar el escaso vello en las piernas, que no era él.
Luis Ángel parecía el hermano mayor de los reporteros de El Porvenir. Un guía de David Carrizales, Juana María López, Filiberto Garza, Alfredo González, Agustín García y Nelly Martínez, entre otros.
Jesús Cantú nos había inyectado el espíritu de la competencia leal frente a El Norte. Eran tiempos que presagiaban cambios en el país y quería que El Porvenir estuviera presente con enviados especiales, porque desconfiaba de las agencias de noticias y boletines oficialistas.
Se pensaba en grande y las decisiones se tomaban en esa misma dimensión. Así, Luis Ángel y Filiberto iban y venían a entidades en conflictos poselectorales; David fue mandado a España a un curso en el diario ABC; Juana María fue a buscar a Francia los rastros del ex presdente José López Portillo, al terminar uno de los sexenios priistas más corruptos de la historia.
Luis Ángel hacía sonar las teclas de su máquina de escribir sobre un escritorio ubicado en el segundo piso del edificio, al lado del maestro Silvino Jaramillo (QEPD). Aficionados ambos al cigarro, impregnaban con aroma de tabaco los viejos libros de la hemeroteca.
Pocas veces tuve el privilegio de reportear juntos a él como enviados especiales. Solamente una vez fue mi compañero en Chihuahua en la campaña presencial de Salinas de Gortari en 1988. Esa vez terminamos la jornada con Óscar Hinojosa, reportero ya fallecido de Proceso.
En aquel tiempo dentro de la redacción de Galeana y 15 de Mayo, en el centro de Monterrey, a Luis Ángel no parecía seducirle escalar peldaños. Tenía la total confianza de Jesús Cantú y con eso bastaba. Si quería ver al director, era de los pocos que no podía anunciarse.
Años después fue director del periódico Vanguardia de Saltillo, edición Monterrey, y nunca entendí por qué prefirió irse a la montaña. Espero a redactar las primeras páginas de un libro que nos debe.