Temor, incertidumbre y psicósis; centros comerciales vacíos, escuelas y oficinas desiertas, industrias cerradas, calles desoladas y una ciudad con cerca de 800 mil habitantes –la mayoría encerrados en sus casas–, fue la secuela del “martes negro”, 17 de febrero, cuando en Reynosa se enfrentaron fuerzas federales y grupos fuertemente armados.
Sin haber sido el contenido de un comunicado oficial por parte del Ejército Mexicano, en esta localidad del norte de Tamaulipas su población vivió un “toque de queda” virtual durante los tres días siguientes, hasta que todo regresó a la normalidad.
Como no sucedía en varios años en un territorio bajo el dominio de la delincuencia organizada –como otras poblaciones de la frontera con Estados Unidos–, la noche del 17 y la madrugada de este miércoles 18 fueron muy largas… muy diferentes.
En la oscuridad de podrían observar los rostros tatuados por el miedo entre la poca gente que transitaba por las calles; dueños de negocios habían ordenado terminar anticipadamente las labores para proteger a sus empleados.
Esta decisión conllevó a pérdidas económicas que los dirigentes de organismos empresariales no se atrevían a calcular. Pero era visible que en los días posteriores al “martes negro” había más sillas y mesas vacías que clientes en restaurantes.
Cines, centros comerciales, restaurantes concurridos y otros locales como farmacias, gimnasios y cafés bajaron sus puertas de acero pasadas las dos de la tarde, cuando el sonido de los proyectiles y la movilización de unidades militares redujeron de intensidad en diferentes sectores de Reynosa.
Nadie se atrevía a salir de sus casas. Y quienes lo hicieron por curiosidad durante el enfrentamiento, como José Alejandro Rivera Torres, de 27 años, cayó abatido por una bala de ametralladora R-15 que le atravesó el corazón. Trabajaba en una ferretería y quiso ver el dantesco espectáculo, asomando su medio cuerpo por una barda, porque no quería que nadie se lo contara.
Sobre la carretera a Monterrey, en el bulevar Hidalgo, el complejo comercial Periférico prácticamente estaba desolado desde las tres de la tarde; las salas Cinépolis no proyectaban “Rudo y Cursi” con Gael y Diego, y sólo unos cuantos clientes tomaban café en un local abierto. El resto de los negocios pusieron sus avisos con un letrero: “Cerrado”.
El miércoles 17 Reynosa amaneció con la cruda del miedo. Los teléfonos de las radiodifusoras no dejaban de sonar. Las madres de familia hablaban y preguntaban temerosas si podrían mandar a sus hijos a la escuela ante la posibilidad de que el sonido de guerra volviera a escucharse.
La psicósis que permeó entre la población tuvo versiones diversas. Todavía el jueves 19 se corría el rumor de bombas colocadas en edificios públicos como el hospital central del IMSS; que se escuchaban ráfagas de armas de grueso calibre por todos los sectores de esta ciudad, y que los narcos iban a tomar escuelas primarias y a secuestrar a personal y niños en el DIF.
Por las calles y avenidas se podían ver en esas horas unidades con elementos del Ejército Mexicano y de la Policía Federal Preventiva (PFP) que buscaban tomar el control de la situación, como se dice: armados hasta los dientes.
De todas las versiones falsas, lo único cierto fue que la mañana del mismo jueves fue localizada una granada de fragmentación, con el seguro puesto, sobre la banqueta de un sector densamente poblado conocido como Las Jarachinas, en el libramiento Matamoros-Reynosa. El pánico y el peligro se disiparon con la llegada de expertos en explosivos del ejército.
Un día antes, un hombre fue ejecutado a balazos y rematado con tres tiros de gracia en la cara cuando llegaba por la mañana al gimnasio que acostumbraba visitar, ubicado en una calle muy transitada y a menos de seis cuadras de la Policía Municipal.
No quiero cerrar este espacio sin antes reconocer el trabajo de los reporteros, fotógrafos y camarógrafos de medios locales que estuvieron en la primera línea de fuego cumpliendo con su trabajo.
Y confío que no sea una costumbre este tipo de coberturas de aquí en adelante para la prensa, sobre todo porque Reynosa, sus niños y su población en general no se lo merecen.. v