Hace años el refrán decía: “mientras más conozco a la humanidad, más quiero a mi perro”, pero la frase -creo yo- se ido modificando a “mientras más leo las redes sociales, más me convenzo que son una porquería”.
Lo anterior lo menciono por el des… barajuste que se ha armado tanto con el performance de “El Violador eres Tú”, como por la desaparición de la joven Karen quien, en un principio, se pensaba que había sido secuestrada pero después se encontraron evidencias que andaba de fiesta en un bar.
Ambos casos tienen algo en común: son perfectos para iniciar peleas en Facebook y Twitter. No falla: ¿amaneció con ganas de darse en la madre con un completo desconocido? ¡dé su opinión sobre cualquiera de estos dos asuntos!
En el tema del performance originado en Chile y replicado en decenas de partes del mundo no pudieron faltar las burlas de muchos usuarios de las redes sociales quienes consideraron hilarante hacer todo tipo de parodias a esta canción de protesta.
Por supuesto hubo quienes se ofendieron mucho y lo dieron a conocer… lo que no afectó mucho a quienes celebraron estos videos asegurando que “todo es una broma”.
Entre todo el ruido que se generó por este tema hubo una respuesta que me pareció genial por la manera tan brutal con que les calla el hoc… la boca a quienes se burlan:
Alguien (no recuerdo quien) escribió que las personas que consideran que estas parodias son muy chistosas, son los mismos quienes, cuando la desaparecida es su esposa, mamá o hermana, se la pasan publicando fotografías con la leyenda “desaparecida” y “compartan por favor”.
Ahora el tema de Karen, la joven madre de veintitantos años que primero se pensó que estaba secuestrada pero luego se supo que andaba de fiesta en un bar.
Primero tenemos a 26 millones de cuentas de Twitter (cifras oficiales) unidas en cadenas de oración y exigencias al “mal gobierno corrupto” para que moviera cielo, mar y tierra para buscar a esta chica.
Horas después de que la familia acudiera a las “benditas redes” suplicando ayuda para encontrar a su hija, nos topamos con la noticia de que la chica regresó a su casa para, poco después, enterarnos que en realidad estuvo en un bar y… ¡oh escándalo! “se fue acompañada de un hombre en horas de la madrugada”.
Tiempo nos faltó para crucificar a la casquivana Karen por su torpeza, irresponsabilidad y ligereza de cascos… como si haber compartido en nuestro muro la pesquisa no diera, en automático, el derecho a juzgar su estilo de vida.
Ora sí que el que esté libre de parrandas o noches perdidas que aviente el primer tuit.
En lo personal estos relajos me confirman que las redes sociales son el drenaje de las sociedades, alimentados por una ilusión que se ha convertido en la piedra fundamental del funcionamiento de estas plataformas.
Saber que cualquier persona en el mundo va a poder leer nuestra opinión o postura sobre cualquier tema nos embriaga de tal manera, que creemos que allá afuera hay quienes le importa lo que pensamos.
Opinamos, juzgamos y sentenciamos creyendo que nuestra voz es ley. Pensando que allá afuera hay alguien a quien le importa si creemos que Karen es una zorra o tiene todo el derecho a irse de juerga y apagar su teléfono para que nadie sepa dónde está o con quién lo está haciendo.
Poder poner en el ciberespacio nuestras opiniones es intoxicante, pues de pronto ya todos somos jueces, directores técnicos, críticos de cine, expertos en arte o analistas políticos.
Olvidamos que las opiniones son como esa oscura parte del cuerpo que encuentra ahí donde termina la espalda… todos tenemos uno.
P.D. Si ya sé… es irónico que escriba esto cuando, al final, lo que estoy haciendo es dar mi opinión. Así que perdónenme la vida. v
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