Existe un refrán que dice: “justo cuando pensabas que las cosas no podían ponerse peor… se ponen”.
Lo anterior viene a colación ahora que estamos viviendo la cruda de las fiestas navideñas y de fin de año, donde el deseo general era que al primer segundo del 2021 las cosas mágicamente iban a mejorar.
Todos gritamos a los cuatro vientos nuestra felicidad porque finalmente el maldito 2020 había llegado a su fin.
El horizonte era promisorio, la esperanza invadía nuestros corazones, los buenos deseos rebasaban las expectativas.
Desgraciadamente la vida no funciona con buenos deseos, generalmente es fría, implacable y sabe cobrar muy bien los errores que cometemos.
Hoy la pandemia por el Covid-19 está en el peor momento de la historia, con hospitales rebasados, incremento en la cantidad de infectados y muertos, hartazgo de los trabajadores de salud y lo que es peor: la llegada de una mutación de este condenado virus, que ahora es mucho más contagioso.
Es cierto, no se ha comprobado que esta variante sea más letal, pero eso es un triste consuelo cuando podemos esperar un mayor aumento en el número de personas enfermas quienes, ahora sí, no van a tener una cama de hospital en dónde atenderse.
Para como van las cosas, todo parece indicar que se le va a cumplir su sueño a todos esos medios alarmistas quienes esperan el momento que bodegas, centros de convenciones y hasta hoteles sean convertidos en hospitales para atender enfermos de Covid-19.
El colapso no llegó de a gratis. Es resultado de las miles y miles de personas que salieron a la calle en la temporada decembrina porque “tenían” que buscar los regalos de navidad, el atuendo perfecto para la cena, los calzones de colores para recibir el año.
Aburridos del encierro, las cuarentenas y las restricciones, estas personas decidieron desafiar a un virus al que le vale madres que digas que te cuidas mucho, le basta agarrarte una sola vez para contagiar a todos a tu alrededor.
Hoy que, básicamente, las cosas se han ido al carajo, me queda claro que no existe decisión gubernamental que ayude a mejorar las cosas.
Podrán cerrar todo y los grandes capitales van a presionar para reabrir.
Podrán seguir pidiendo que nos quedemos en casa, que usemos cubrebocas y gel antibacterial en cantidades industriales, pero sobrarán los que ya no soportan estar en su casa aguantando a la pareja tóxica y las bendis por lo que seguirán saliendo, eso sí “tomando todas las precauciones”.
Desde el inicio de la pandemia en México la catástrofe estaba cantada porque somos un país de egoístas, quienes pensamos únicamente en nuestro beneficio personal y nos hemos vuelto expertos en echarle la culpa a otros de nuestros errores.
Si a eso le agregamos que en el gobierno tenemos a inútiles como López-Gatell quien justifica sus vacaciones con aquello de que “se cuidó mucho” -dándole a miles de idiotas la validación para sus viajes a la playa-, entonces se puede entender por qué estamos viviendo esta crisis.
Me queda claro que nadie nos va a salvar, que en lo que llegan las vacunas estamos solos en nuestra lucha para intentar mantener a nuestras familias a salvo de este maldito virus.
¿Quiere salir a pasear a la calle? ¿Quiere irse de vacaciones? ¿Desprecia el uso de cubrebocas y gel antibacterial?
Adelante, por mí hagan lo que quieran… yo no voy a andar cargando con esos muertos.
En lo personal yo quiero seguir en este mundo, viendo a mis hijas crecer y si para lograrlo tengo que reducir al mínimo las salidas, reuniones sociales y todas esas acciones que muchos consideran aburridas y exageradas, lo voy a seguir haciendo.
Al final, ni López Obrador, López-Gatell, Salinas Pliego o el nombre que ustedes gusten y manden nos van a ayudar cuando el virus caiga en nuestras casas porque decidimos enfrentar de tal o cual manera a esta pandemia.
Insisto: en este país cada quien se muere como quiere.
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