Hoy que están a flor de labio los comentarios sobre la renegociación del Tratado de Libre Comercio (TLC o NAFTA en inglés), nuestras autoridades deberán hacerle saber a Donald Trump que su país no tiene la riqueza cultural que posee México, por lo cual hay que fijar muy bien la defensa de nuestra producción e intercambio, no solamente en lo que corresponde a bienes y servicios, sino también en todo lo que tiene que ver con lo que surge de nuestra creatividad e inteligencia.
Desafortunadamente, nuestros negociadores, principalmente los del área de Relaciones Exteriores, a cargo de Luis Videgaray, no se ve que tengan argumentos para hacer valer lo que más nos define como mexicanos, y su enfoque es meramente comercial, lo cual corresponde al área de Idelfonso Guajardo. Pero se comete un gran error con esa omisión, al dejar al garete lo sustancial de nuestro origen histórico, sin saber cómo preservar nuestra cultura mexicana frente a los pragmáticos hombres de Donald Trump.
Ojalá estemos equivocados, pero al menos en lo que aparenta el residente de la Casa Blanca en Washington, su soberbia corre pareja con su ignorancia para apreciar lo que somos y de dónde venimos, de modo que vive reclamando que hemos abusado de Estados Unidos con el NAFTA o TLC, sin tomar en cuenta la inyección cultural que nuestros paisanos le han aplicado a la tierra del Tío Sam y el cúmulo de valores que ha beneficiado a su industria cinematográfica.
Hollywood no puede negar lo que representan para su comercialización y éxito nuestros realizadores fílmicos y sus premios a gran escala, así como nuestros actores y actrices, fotógrafos y demás personas que se han especializado en el área técnica. Por algo la industria cinematográfica es tan apreciada como generadora de divisas, después de la del armamento, la farmacéutica y la aviación, y por algo ha abusado de nosotros al rellenar las pantallas de las salas mexicanas con sus películas, a costa de desplazar las nuestras a segundo término, ante la complacencia de las autoridades aztecas.
La cultura en general, que nos proyecta por todo el mundo, merece mejores negociadores para un buen TLC. Nuestro arte prehispánico y moderno también deben estar en la agenda de los funcionarios que se sientan frente a los hombres de Donald Trump. Y la educación no puede pasar inadvertida en todo lo que vale para México, Canadá y Estados Unidos. ¿Por qué no hay representantes de estas áreas en las discusiones y propuestas para llevar a feliz término los acuerdos en un terreno tan importante para todos?
No decimos “fuera, gringos” a lo que nos envían de calidad del otro lado del Río Bravo, pero igualmente protestamos cuando no dejan brillar lo nuestro y, por ejemplo, desplazan nuestro buen cine de las pantallas en las salas de todo México, bajo el pretexto de que son los mismos consumidores los que marcan la pauta. Pretexto que es un mito si no acostumbramos a los nuestros a apreciar lo propio, siempre con el slogan de que lo estadounidense es “lo mejor”, haciéndoles ganar millonadas a los extranjeros, y dejando las migajas a los paisanos.