Lo he pensado y es cierto, existen experiencias que no tienen sustitución.
No existe televisión, pantalla de computadora, proyector o sistema de sonido que se le acerque siquiera a la experiencia de ver una película en una sala de cine.
Ninguna de las opciones caseras que hay en el mercado pueden equipararse con el sonido THX, con el IMAX, con la pantalla envolvente.
Es más, las palomitas y los refrescos saben muchísimo más sabrosos en esas cajitas donde nos los entregan que las versiones de microondas que están listas en dos minutos.
Y si nos ponemos exigentes, no hay nada que le gane a comer un sushi, un panini, una pizza de esas que nos ofrecen en las salas VIP mientras vemos el estreno de la temporada.
Otra experiencia que no tiene sustitución casera es disfrutar de un buen restaurante. Arreglarse para ese momento especial, llegar y que te reciban con una sonrisa, que el mesero te ofrezca una buena bebida y que su platillo llegue recién hecho jamás puede compararse con llevar algo a la casa, en esos horribles recipientes de plástico blanco.
Además, para cuando el platillo se prepara y llega a tu casa, ya pasaron mínimo 10 minutos y mucho de su sabor se ha perdido para entonces.
¿Y qué decir de la presentación? No es lo mismo ver el plato como fue diseñado, que encontrarse con un mazacote de ingredientes todos revueltos debido a que no soportaron los brincos y saltos de la moto del repartidor.
Es verdad, también se puede hacer ejercicio en casa.
Unas planchas, sentadillas, abdominales tienen el mismo efecto en el cuerpo que acudir a un centro especializado con todo tipo de aparatos de última generación.
Pero al ejercitarse en casa nos perdemos de la experiencia del entrenador personal, de los beneficios de los aparatos, de comodidades como la barra de jugos, masajistas, sala de vapor y regaderas.
Es más, puede sonar vano, pero es cierto: si entrenamos en casa ¿a quién le vamos a presumir nuestros avances y, principalmente, nuestros atuendos Nike, Under Armour, Puma, Adidas?
Cualquiera puede hacer una carne asada en su casa. Bastan dos cortes de carne, unas salchichas y una bolsa de carbón. Sin embargo, ¿qué chiste tiene “prender el bote” en soledad?
Nadie puede discutir que la cerveza sabe mucho más sabrosa y se siente mucho más helada con una buena plática, barullo y música de fondo.
Es más, pueden ser unas tristes piernitas de pollo de 30 pesos el kilo, sin embargo, su sabor siempre será insuperable cuando los comemos juntos con la familia, los compadres y los amigos en esas épicas reuniones que duran hasta pasada la media noche.
Y no me hagan que me extienda demasiado con lo imposible que es replicar en casa gritar un gol junto con otros 45 mil fanáticos del equipo de nuestros amores.
La adrenalina de las gradas vibrando, los cánticos “europeos”, la hermandad que nos otorga una camiseta, es algo que nunca vamos a poder replicar frente a una fría pantalla de televisión.
Me queda claro que existen muchas cosas que jamás vamos a poder sustituir con el encierro, la cuarentena y la sana distancia.
Por eso puedo entender a todos aquellos que han decidido desafiar al virus, que han regresado a su vida normal respetando, muy a su manera, las medidas sanitarias dictadas por las autoridades.
Recordar todas estas experiencias me hacen comprender por qué estas personas se molestan cuando alguien les exige que se queden en casa, que regresen a los larguísimos y engorrosos protocolos de salud que vivimos hace apenas unos meses.
El único problema que le encuentro a esta forma de ver la pandemia, es que estamos frente a un bicho al que le vale madres que haya experiencias que no se puedan replicar en casa.
Para el SARS Cov-2 no hay nada más en su existencia que encontrar un organismo donde pueda replicarse hasta generar la muerte de su huésped.
Este virus no sabe de descanso, de aburrimiento, de gustos culposos, vive para una sola cosa: reproducirse.
Y como no tiene conciencia le da lo mismo infectar a un adolescente, un rico, un pobre, un anciano o un niño.
No le importa a quién mate.
Creo que al final la pregunta es: ¿ir al cine, disfrutar de un restaurante o ejercitarse en un gimnasio son tan importantes como para echarse una rayuela con la huesuda?
Es cierto, hay experiencias que no se pueden replicar en casa… incluyendo la vida misma, ésa cuando se acaba, ya no tiene segundas partes.
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