
Fue una lección de vida.
Cuando estudiaba en el D.F., mi madre me presentó una día a una maestra de la UNAM que era su amiga y le comentó de mi intención de estudiar una maestría en Arte en Italia. La maestra me miró fijamente y muy seria me dijo: “¿Tanto sabes de México que te vas a ir a estudiar el arte de otro país?”.
Yo me quedé muy seria y la maestra me sostuvo la mirada también muy seria. A mis 19 años entendí el mensaje y suspirando hondo le dije: “No, no sé tanto”.
La maestra sonrió, me dio la mano y nos despedimos; no tuve la oportunidad de volver a verla.
Suelo contar la anécdota a mis alumnos y les digo: es de esas personas con quienes te topas cinco minutos en tu vida, te dejan una gran lección y jamás los vuelves a ver.
A partir de esa crítica constructiva me puse a estudiar más, con más ahínco, sobre el Distrito Federal: sus calles, sus personajes, su arte, sus murales, sus museos, su arquitectura, etcétera. Y lo hice calle por calle, con libro en mano, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
En una segunda ocasión, ya como estudiante (becada) de Historia del Arte en el ITESM, una amable compañera -de mucho dinero- contaba el porqué ella estaba estudiando en el Tec. Y en resumen, nos narró que durante un recorrido en el MET (The Metropolitan Museum of Art) de Nueva York, iban unas 40 personas, y cuando estuvieron frente a una exposición de Diego Rivera el guía volteó a verla y le dijo delante de todos: “Usted que es de México, ¿nos puede contar más sobre el muralista más reconocido del mundo?”. Mi compañera nos contó que no supo qué decir, porque no sabía nada sobre Diego Rivera y nos confesó que ese había sido el peor “oso” de su vida. Pero llegando a Monterrey, dijo, busqué dónde estudiar y aquí estoy.
La última anécdota en referencia a este tema fue hace 14 años, cuando la periodista Rosalía Reyes me comentó de su intención de irse a estudiar un año a Nueva York. Yo vivía en el D.F. y le dije con la confianza de tantos años de amistad: “no te puedes ir a vivir a Nueva York si no has pisado una Pirámide en México, si no conoces los murales de Diego Rivera del Palacio Nacional y la Casa Azul de Frida Kahlo”.
Rosy estuvo de acuerdo y durante una semana recorrimos museos, Teotihuacán, Paseo de la Reforma, Chapultepec y en el tour estuvieron incluidos los tacos de suadero de la colonia Guerrero, los de cecina de “Lola la trailera”, los esquimos de los mercados, y los merengues y nieves de Coyoacán, porque como suelo decirle a mis alumnos: México se ve, se huele, se prueba, se escucha, se siente y se vive.
Rosalía no sólo se fue un año a vivir a Nueva York, regresó a Monterrey, dirigió Prensa del Festival Santa Lucia, donde trabajamos 80 días hombro con hombro, y hoy vive en esa cosmopolita ciudad disfrutando el arte del MET y rodeándose de artistas locales e internacionales.
En alguna reunión mencionó lo positivo de ese viaje al D.F. y dijo que cuando se sube a lo alto de la Pirámide del Sol en Teotihuacán y luego de probar los tamales oaxaqueños, jarochos, defeños y hasta la tlayudas en el Zócalo, tu perspectiva sobre México se amplía y llevas a tu país de un modo especial grabado en tu ser, dijo a placer antes de irse a NY.
Estoy de acuerdo en las maravillas que el mundo nos muestra en Atenas, Venecia, Francia, San Petersburgo, París, la inmortal Roma y los placeres del viejo mundo, del Oriente y Asia.
Pero va la lección para los estudiantes y para aquellos que tienen la oportunidad de ir más allá de nuestras fronteras: visita México, engolosínate de su cultura, su arte, su música, su comida, sus museos, porque nada se compara con pisar Bellas Artes y quedarte extasiada frente a los murales de Rivera y Siqueiros. Nada tan imponente como contemplar el silencio incomparable de la Hacienda del Muerto, en Mina, Nuevo León; nada tan majestuoso como navegar en las aguas de El Cañón del Sumidero, en Chiapas; nada más pleno que disfrutar el mariachi comiéndote una torta ahogada en el Parián, en Tlaquepaque, Jalisco. Inclusive, nada se compara con ese sentimiento que te envuelve cuando subes a lo alto de una pirámide en Yucatán y puedes apreciar, desde ese ángulo, la cultura maya. Porque ahí, exactamente ahí, es cuando te das cuenta quién eres, quiénes somos, de dónde venimos y cuánto tenemos los mexicanos de historia, arte y cultura y no nos hemos dado el tiempo de disfrutar.
Comparto esta breve lección de vida que me formó, pero sobre todo, la actitud que asumí sabiéndome ignorante y el deseo real de prepararme más en todos los aspectos de mi vida. Porque como decía Sor Juana: “no estudio más para saber más, sino para ser menos ignorante”.
Hay que disfrutar el arte y el mundo, ¡claro!, pero como me enseñaron aquella vez, hay que empezar por la casa.