Cuando el PRI era el partido hegemónico y único en México, estaba convertido en una verdadera agencia de colocaciones, por lo cual su lista de miembros activos o simpatizantes era muy gorda, pues alcanzaban empleo todos los que, sin ideología de por medio, tenían acceso a las fuentes de recursos en abundancia, y a veces sin rendir cuentas a nadie. Se trataba de una verdadera escuela de rateros, alentados por el dicho popular: “el que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Era un tonto o romántico el que no estaba con el triunfador.
Pero al paso de los años, la sólida estructura del partido tricolor se desmoronó. Poco a poco el hartazgo llevó a la desbandada en sus filas de líderes históricos, quienes aprovecharon la coyuntura de una severa crisis económica en el país para deslindarse de las siglas bajo cuyo cobijo habían hecho fortuna política y económica. Y le hicieron frente al PRI en 1988, con el hijo de un ejemplar expresidente mexicano priista, Lázaro Cárdenas, al lanzar en las elecciones nacionales a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.
Fue la primera gran sorpresa política y la primera decepción para muchos ciudadanos que estaban en el PRI por el propio Cuauhtémoc e Ifigenia Martínez Navarrete, y por Porfirio Muñoz Ledo, entre otros, y ahora éstos se declaraban valientes rivales del partido de sus amores, dándole la espalda a la voluntad del primer mandatario, Miguel de la Madrid Hurtado, volcada a favor de otro tecnócrata como él, de nombre Carlos Salinas de Gortari.
Con el gobierno como juez y parte en el proceso electoral, dueño de las canicas y de las reglas del juego democrático, irritó mucho más a quienes ya le ponían las cruces al PRI al truquear el resultado final de las urnas y, con la famosa “caída del sistema”, contó con el apoyo del PAN para arrebatarle el triunfo a Cárdenas y consagrar a Salinas de Gortari. Luego éste, con el fin de buscar legitimidad a su mandato y en correspondencia al respaldo recibido por el partido albiazul, cedió la primera gubernatura en 1989 al PAN, aceptando el triunfo de Ernesto Ruffo Appel en Baja California.
A partir de entonces surgieron más sorpresas en nuestra política interna y más decepciones para quienes creían en la convicción partidista e ideología de algunos políticos encumbrados en el poder, quienes de buenas a primeras cambiaban de color como los camaleones, sin otra mira que la de seguir pegados a la ubre presupuestal. Así, quienes seguían a ciegas, por ejemplo, a Rosario Robles por ser un símbolo del PRD en la capital y a su amanuense Ramón Sosamontes, pasaron muy pronto de la extrañeza a la decepción e irritación cuando vieron a la brava mujer entregarse al actual presidente Enrique Peña Nieto y gritarle vivas al PRI, bajo cuyas siglas busca que su hija haga también carrera y dinero.
Pero lo mismo ocurrió cuando el PAN ganó la presidencia con Vicente Fox y una legión de priistas en todo el país se apuntó para “lo que se ofreciera”, e inclusive no pocos se afiliaron presumiendo su nueva credencial blanquiazul. Y ni qué decir con los bandazos habidos en el PRD, cuya figura central fue en un tiempo Andrés Manuel López Obrador, candidato del mismo a la presidencia de la república en dos ocasiones, quien ahora lo vomita con todas sus fuerzas.
Alfonso Durazo fue uno de los viudos en 1994 del candidato del PRI a la presidencia, Luis Donaldo Colosio, ya que fue su secretario particular, pero amaneciendo el siglo apareció como tal, solamente que ahora del “panista” Vicente Fox Quezada al arrebatarle al PRI el poder presidencial. Y resulta que hoy es propagandista e impulsor de Andrés Manuel López Obrador, creador de MORENA, a cuyas filas busca integrar a Lino Korrodi, ni más ni menos que el fundador de Los Amigos de Fox en 1998, y sin cuyo financiamiento no hubiera sido posible su triunfo.
“Cosas veredes, mío Cid”, dice la frase literaria del Campeador. Y en ningún otro contexto se aplica mejor que en nuestra política partidista, tan llena de sorpresas, decepciones y corajes por tantos “independientes” y otra caterva de oportunistas que van de un lado a otro en su “ideología”, siempre que ésta les dé para seguir mamando del erario a sus anchas.
Por eso no hay que ser seguidor de nadie ni creer en la demagogia de los que hoy defienden unas siglas y colores, pero al rato dejan a sus seguidores colgados de la brocha cuando escuchan el canto de las sirenas y ven el signo de pesos con más claridad. No hay como ser libre y optar por el camino que marca la propia conciencia, porque no es bueno prestarse a ser borrego de alguien que no sabe ser fiel a los principios básicos que han regido su vida y su carrera política, no importa que digan que “es de sabios rectificar o cambiar de opinión”, y que se vale mutar de carril para llegar a un mejor destino.