
Silvino Jaramillo Osorio (1924-2012) es de esos valores supraculturales e hiperacadémicos cuya memoria debe refrendar en ocasiones especiales una sociedad agradecida a la que tanto le dio de su vida personal y profesional este buen hombre en su larga carrera musical, periodística y docente, quien, además, tiene el mérito de haber sido perseverante en las tres actividades hasta el fin de sus días.
Silvino Jaramillo Osorio no era de Monterrey pero sí hizo suya a esta ciudad desde que llegó aquí en 1955, sin olvidar jamás sus orígenes mexiquenses y en particular su solar nativo, Valle de Bravo, que sigue siendo como un “nacimiento” nocturno tachonado de luces y colores y cuya inspiración dio tantas composiciones en el cerebro de un músico de excelencia como él.
Por eso, llega Navidad –cada año llega, con la caída incesante de las hojas del calendario– y esta tierra norestense no puede menos que evocar a un ser humano de notoria sensibilidad y natural habilidad para la música, pues esta festividad decembrina le era propicia para describir en crónicas literarias el ambiente navideño del Monterrey chiquito y silencioso de 1960 y 1970, así como sus diálogos con Dios Niño y la creación de una Pastorela Infantil, además de villancicos con su toque de mexicanidad.
Quienes formaron parte del colegio Formus aún reviven el gozo de la presentación de dicha pastorela durante muchas navidades, cuya autoría jamás hizo perder la modestia y sencillez de Silvino a pesar de lops honores que recibía de parte de los directivos de ese centro escolar, Úrsula Werren y Ernesto Bolaños.
Una sociedad agradecida como la regiomontana no tiene más que revivir en lecturas serenas sus documentos literarios hechos libros en “La Vuelta a la Manzana” y respirar el aroma auditivo –si es que existe el aroma auditivo– de sus composiciones de la época, ya que cada partitura tiene un sello de trascendencia en el tiempo y en el espacio, como “Huapango al Niño Dios”.
Silvino Jaramillo Osorio ya no está físicamente con nosotros porque se le hizo muy pesado el fardo de una vida longeva y prefirió irse a buscar refugio, a sus 87 años de edad, en un sitio que él consideró siempre ideal para seguir aprendiendo, escribiendo y cantando al lado de los coros angelicales.
Pero nos dejó su bagaje de temas propios de la Navidad y cada año hay que rescatarlos para hacerlos vida en las nuevas generaciones, a fin de refrendar la calidad de su verdadero poeta cuya oración ante el pesebre del Dios Niño no se apaga aún ni se debe apagar por su valor religioso y cultural.
PERIODISTA Y PROFESOR
Amén de compositor y crítico musical, que jamás perdió en los avatares de la vida que lo lanzó por el camino inesperado del periodismo y de la docencia (“para poder comer y darle de comer a mi familia”, me dijo muchas veces que platicamos largo y tendido hasta el final de sus días), Silvino se ganó el respecto y el amor de muchas personas por sus colaboraciones en El Porvenir desde 1966, pero también de muchos jóvenes por su cátedra de periodismo en la Facultad de Ciencias de la Comunicación desde 1974.
No por nada se ha perpetuado su memoria en esta institución de la UANL, de mil formas aunque falta por erigirse su estatua al lado de la de Francisco Cerda Muñoz y de Alfredo Gracia Vicente, otros pilares de la cultura y la prensa en esta urbe regia a la que Silvino se plegó desde que fue recomendado por su compadre José Hernández Gama con el sacerdote Carlos Álvarez para que se hiciera cargo del naciente Coro de la Ciudad de los Niños.
Para entonces ya había estudiado en el Seminario Conciliar de México y en el Instituto de las Rosas en Morelia, y había formada matrimonio con María Luisa Olayo, de modo que cuando arribó a Monterrey en 1955 ya tenía una nena (Silvia Teresa) y por eso pensó que sus dos seres amados merecían el esfuerzo de incardinarse entre montañas, sequías e intenso calor siempre y cuando su amplia cultura encontrara cauce y la solvencia económica justificara semejante sacrificio.
Hombre de amplia cultura y amigo de músicos y escritores como Jorge Ibargüengoitia, nos dio el deleite de su charla y nos puso en órbita sobre temas que desconocíamos cuando nos encontramos en la fundación de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UANL, y él ya traía la experiencia de haberse iniciado en la enseñanza en la Escuela de Música y en el Colegio de Periodismo, que nació en septiembre de 1974.
Cómo no recordar al querido maestro –verdadero maestro– en toda ocasión, claro, pero sobre todo en estas fechas decembrinas, pues es apenas la segunda navidad que pasaremos sin él y los arpegios de sus composiciones nos siguen embelesando. Descanse en paz.