Los intelectuales tienen la noble función de iluminar a la sociedad con la sabia aportación de sus conocimientos para la mejor reflexión de los problemas que vivimos en esta difícil segunda década del tercer milenio.
Sin sus ideas, la luz de esperanza que observamos nos puede cegar, en vez de resultar un aliento en la vida.
Crecí con la idea de que no hay escuela para padres, que tenemos que aprender, que tenemos que improvisar. Falso, soy el papá que soy, porque muchas de mis acciones son el reflejo de lo que aprendí de mis papás. Lo que recibes en casa es lo que das: amor, trabajo, humildad, tolerancia, lealtad, paz, sencillez, honestidad, prudencia, cooperación, compañerismo, solidaridad, generosidad y gratitud.
En nuestro hogar podíamos no tener lujos, pero nunca nos faltó amor, cariño, comprensión. Tuvimos padres que nos escuchaban y se preocupaban por las cosas simples que rodean a un niño. Me enseñaron que el secreto de la vida era encontrar la felicidad y la dicha. A creer en Dios, a tener fe en que tú puedes ser el mejor cuantas veces te lo propongas en tu vida.
Hoy, con certeza, quiero compartir con ustedes la idea de que la escuela para padres sí existe.
Es una escuela que se ha transmitido por generaciones. Nuestros papás no se equivocaron, en su momento ejercieron su autoridad por naturaleza. Tal vez como hijos muchos no asimilamos toda la bondad con la que nuestros padres nos educaron. Ellos nos criaron para enfrentar el mundo. Si aplicamos los valores y principios que aprendimos en casa, la educación de los papás no puede fallar, sean tiempos de paz o tiempos de guerra.
Aprendí a ser papá con la disciplina impuesta en casa por mis padres cuando era niño. Hoy debo estar consciente de que me toca imponer la misma disciplina con la que me educaron mis padres. No puedo relajar la disciplina “para que mis hijos no sufran”. En la escuela de mis padres aprendí a ejercer mi autoridad. Si fallas como padre, eres tú, no tus papás.
Ofreces amor a tu esposa y a tus hijos porque tus padres te enseñaron el más bello de los sentimientos: el amor.
Mis papás fueron mis maestros, las primeras reglas de comportamiento las ejecutaba después de una orden: tiende tu cama, recoge tu plato y lávalo, no arrojes basura al piso, haz tus tareas. Era NO, NO y NO. Esa fue mi escuela, aprendí a ser padre para educar a mis hijos millennials.
Desde que me casé me decían: qué difícil es ser papá porque no hay escuela para padres.
¿Cómo de que no hay escuela para padres? Me preguntaba. Semejante mentira. Tus papás fueron tu escuela. Si eres responsable, es porque lo aprendiste en tu casa; si eres irresponsable, es probable que también lo hayas aprendido en tu casa.
Creemos que ningún padre educa para el delito, pero es tu ejemplo como padre lo que tu hijo aprende. Eres su maestro, bueno o malo, pero al fin el maestro de tus hijos: hijos que aprenden lo bueno, vaya, hasta tus mañas aprenden porque te miran, te observan y absorben. Recuerda, eres su ejemplo, su Superman o su rufián.
Algunos aprendimos a ser papás retro frente a nuestros hijos digitales. No importa que hoy protejamos a nuestros hijos bajo las reglas de los derechos de los niños: no los toques, no les grites, no los regañes, no les niegues, pero a esos hijos también hay que enseñarles que así como existen derechos, también existen obligaciones.
Cuando niño, si no hacía tareas no había cena. Así aprendí a ser responsable.
Si era respondón, volaba un cachetadón por los aires para ni siquiera volver a intentar reprochar una orden de papá. Así aprendí a respetar a los mayores.
Sí desobedecía una orden había castigo: no había domingo, no veía caricaturas en la televisión. Así aprendí disciplina.
Cuando iba a la tienda y robaba unas canicas o un gansito, ahí iba de regreso con mi mamá a devolver el fruto del hurto a la tienda. Así me enseñaron mis papás a ser honesto. A no tomar lo ajeno.
Aprendí a ser justo porque mis padres me enseñaron a respetar a mis profesores, a pesar de los castigos que me imponían en la escuela.
Aprendí a ser solidario, porque mis padres me enseñaron a dar una moneda al desvalido.
Aprendí la amistad, porque mis padres se la pasaban horas en casa de amigos, mientras yo jugaba con sus hijos.
Sí que hay escuela para padres. Es la escuela que te enseña que para encontrar la dicha y la felicidad debes estudiar, trabajar y ahorrar.
¡Viva la escuela para padres, vivan tus papás, por siempre!.