Cuanda conocí a los Heriberto Deándar, padre e hijo, en Reynosa en abril de 1998, conocí la guerra que habían enfrentado años atrás perseguidos por los hermanos Salinas de Gortari que se querían apoderar de todo México, entre ellos su periódico: el matutino líder El Mañana de Reynosa.
En pleno salinismo, la Procuraduría General de la República, en tiempos de Jorge Carpizo McGregor, le inventó a don Heriberto Deándar Martínez más de un delito y varios de sus leales empleados de redacción y de producción pisaron la cárcel de manera injusta.
No era la primera ocasión que el socio propietario de uno de los principales diarios de Tamaulipas enfrentaba a sus enemigos y salía triunfante. Por eso cuando Carlos y Raúl Salinas de Gortari quisieron despojarlo del periódico, sabía que se enfrentaba a rivales gigantes, no enanos.
Don Heriberto Deándar Martínez, desde que heredó la pasión por el periodismo a través de su padre, supo escoger a sus contrincantes, siempre de mayor peso, porque de esa forma disfrutaba mejor las victorias, teniendo de aliada la verdad.
Los Salinas de Gortari quisieron apoderarse de El Mañana de Reynosa a la mala y utilizó al entonces titular de la PGR, el débil Carpizo McGregor, sobornando a ministerios públicos y torciendo la justicia a su antojo.
Era 1991. Cuando fueron giradas las primeras órdenes de aprehensión contra dos empleados, sus leales amigos apoyaron a don Heriberto para que abandonara México y se refugiara en McAllen, Texas, ante lo que parecía inevitable: fue acusado de defraudación fiscal por parte de la Secretaría de Hacienda.
En su territorio, El Mañana de Reynosa tenía a su principal enemigo, Manuel Cavazos Lerma, quien llegó a ser gobernador de Tamaulipas gracias a su amigo Carlos Salinas de Gortari, que años atrás ocupó la presidencia de la República.
Contrario a su estatura, como político Cavazos Lerma era un entrón, un peleador digno para contrincantes editores de periódicos. Y hasta la fecha en Tamaulipas no se olvida la guerra entre don Heriberto y Manuel, sobre todo al primero que resultó ganador.
Cuando las pruebas se desvanecieron una por una, don Heriberto regresó a su Reynosa, porque quienes lo conocen saben que no nació para vivir de shopping en donde ahora radican miles de familias mexicanas huyendo de la inseguridad.
Esa victoria ante el salinismo me la perdí. Entre 1991 y 1995 estaba de corresponsal en Roma, Italia, pero los detalles de esa persecución los conocí cuando me incorporé a Hora Cero.
Con los Deándar, padre e hijo, aprendí también a escoger a mis rivales cuando en Hora Cero algunos quisieron vernos enanos. Contrincantes pobretones que se metieron a la política para convertirse en millonarios.
Y los tres, desde dos empresas editoriales diferentes pero con un ADN familiar, cuando se ha tratado de unir fuerzas y pelear con la verdad como aliada, vemos quién está enfrente con los guantes. Y si es un enano lo evitamos, porque esos sólo buscan notoriedad.
Cuando Hora Cero, primero, El Mañana de Reynosa, después, evidenciamos las corruptelas de un alcalde panista, Francisco Garcia Cabeza de Vaca, reíamos de toda la sarta de mentiras que publicaba en pasquines que contrataba con los millones de pesos robados del erario.
Eso provocan las mentiras, risas y carcajadas, porque las ordenaba y las escribían personas con traumas y frustraciones, en un intento de contrarrestar las pruebas documentales que los involucraban en la putrefacta corrupción.
Con toda y su cola larga, Cabeza de Vaca es un fajador arriba del ring, que no se doblega al primer gancho al hígado. Puede caer y se levanta tambaleante, y jamás piensa en darle la espalda a sus enemigos, o permitir que tiren la toalla al ring en señal de rendición.
Este sujeto no está en la categoría de enano, aunque tampoco es un gigante como hace creer. Altura tiene, es innegable.
Muchas cosas he aprendido de los Deándar en estos 13 años y medio trabajando a su lado, sobre todo a escoger a nuestros contrincantes, que no solamente en la política hay, sino en el mismo periodismo acomplejado, frustrado y corrupto.
Y en Monterrey hay esos periodistas que se quieren subir al ring para alcanzar la notoriedad que un día tuvieron. Enanitos, pues; traicioneros que utilizaban las artes de lamer botas de sus jefes cuando sus capacidades no daban para merecer ascensos.
Por El Norte han pasado muchos de esos que fueron puestos de patitas en la calle cuando no pasaron la prueba de la confianza, mientras que pocos hemos sido los privilegiados en renunciar con dignidad (agosto de 1996).
Dentro de El Norte quedan solamente los que pasaron las pruebas, sobre todo de la lealtad. Y la prueba madre: ser buenas personas y buenos periodistas.
Salieron apestados los que un día se creyeron gigantes, sin darse cuenta que siguen y seguirán siendo enanos. v
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