Hace 30 años exactos abordé un avión Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Británica con destino a Sarajevo para cubrir la guerra de la ex Yugoslavia como enviado de la agencia Notimex.
Era corresponsal internacional en Italia y mi ignorancia sobre lo que sucedía en la capital de Bosnia me llevó a cumplir un sueño como estudiante, y la más grande experiencia que he tenido como periodista en el campo.
Salir a las calles bajo los bombardeos, desafiar a los francotiradores y buscar historias en los barrios fantasmas y en hospitales destruidos por los ataques serbios fue como vivir dentro de una pesadilla. En 1994 volví a escuchar los sonidos bélicos entrando por tierra a ese territorio por el sur de Herzegovina para sumar capítulos para mi libro Huella de una guerra.
En mi primer viaje a Sarajevo en marzo de 1993, capital de Bosnia Herzegovina sometida por un poderoso despliegue militar serbio, supe de un nombre y un apellido cuya historia me interesó ir al origen como periodista: Suada Dilberovic.
Cuando la guerra terminó volví a Sarajevo y conocí el puente que lleva su nombre. Ella es considerada como la primera víctima del asedio. Era estudiante de medicina y murió cuando un francotirador la puso en su mira durante una manifestación de la población que se oponía al odio racial que inició el conflicto.
Con ayuda de Geo Margaretic, un marinero croato que conocí en un restaurante en mi segundo viaje a la guerra en 1994, encontré a los papás y a la hermana de Suada en su casa de Dubrovnik, un hermoso puerto de Croacia, y ellos me ayudaron a cruzar la frontera para llegar otra vez a Sarajevo con un salvoconducto especial que me otorgó el gobierno bosnio como periodista que años atrás había cubierto el conflicto y era autor de un libro.
Sarajevo fue una ciudad mártir que durante cuatro años de asedio los serbios quisieron desaparecer del mapa. El saldo del cerco militar enemigo fue de miles de personas muertas, entre ellos niños inocentes. Esa es otra larga historia.
El año exacto no lo recuerdo, pero un día llegó a mi oficina de Hora Cero en Reynosa un periodista español de nombre Alfonso Armada. Iba acompañado de su esposa fotógrafa.
Había dejado su corresponsalía en Nueva York para el periódico ABC de su país, pero antes quiso despedirse del continente haciendo crónicas desde Tijuana hasta Matamoros, y que luego publicó en un libro titulado El rumor de la frontera. Viaje por el borde entre Estados Unidos y México.
Cuando nos sentamos a platicar me contó su experiencia en el asedio a Sarajevo, y su nombre fue incluido en el libro Territorio Comanche de Arturo Pérez-Reverte.
Para mi fue agradable encontrarme con alguien de la llamada ‘tribu’ que sobrevivió al infierno de Sarajevo donde murieron más periodistas que en ningún otro conflicto armado.
Y durante la charla me preguntó a bocajarro:
—Héctor Hugo, respóndeme honestamente: ¿tu fuiste corresponsal en Sarajevo de la calle o del hotel Holiday Inn?.
Sabía a dónde Alfonso Armada quería llegar. Y le contesté: —Orgullosamente de la calle—.
En esos años de la guerra nadie te garantizaba, ni la ONU y menos los bandos militares que defendían o atacaban la capital de Bosnia, que ibas a regresar vivo a tu casa. Por ello algunos colegas prefirieron no salir del hotel y desde su cuarto escribir sus artículos.
Durante los días que estuve contraté un chofer y una traductora y había que salir del Holiday Inn para buscar una entrevista en los barrios bombardeados, en los hospitales que reciban a los heridos, en la morgue, en los parques públicos y campos deportivos convertidos en cementerios porque había que habilitar más espacios para enterrar a los muertos.
Siempre me arrepentí de no llevar más dinero en efectivo para estar más días. Desconocía que en la guerra no había bancos abiertos ni cajeros automáticos.
Cuando regresé a Roma le conté a mi esposa: “Te voy a platicar lo que viví. Y seguramente no me creerás nunca. Vi a Dios y al Diablo juntos”.
twitter: @hhjimenez