
Cae la última hoja del calendario 2020. Se cierra el telón del año civil más estrujante de los últimos tiempos por su impacto en la salud, la economía, la instrucción escolar y la educación hogareña, la armonía familiar y la cancelación de la libertad en muchos órdenes de la vida. Como nunca supimos en México lo que significa el verbo prohibir. Imposible imaginar que un día seríamos confinados en nuestras casas durante largos períodos. Queda para el recuerdo el cierre “a hueso” de empresas y negocios no esenciales; de estadios deportivos y centros de diversión; de templos e iglesias o cualquier escenario de reuniones que impiden la “sana distancia”. Las fiestas decembrinas han recibido un severo freno en su esencia natural, pues ni las multitudes de todos los años pudieron peregrinar y cumplir con la veneración tradicional a la Virgen de Guadalupe, acompañadas de sus danzas y folcklor. La Navidad no fue la Navidad estruendosa de otras épocas y la “noche vieja” ni se diga ante el explosivo efecto de la pandemia y la propagación del virus con más fuerza en esos días. Fue un lugar común guardar los abrazos en vivo y los regalos para después. Gravita todavía en el ambiente el conteo de tantos compatriotas que fueron contagiados por el covid-19 y el número de fallecido por el fatal enemigo invisible.
Pero ay de aquel que no haya sacado del 2020 un rico aprendizaje. Las escuelas cancelaron sus puertas a piedra y lodo. El abandono de los salones de clases lució hasta tétrico. Pero los mejores maestros fueron ahora los sucesos inesperados. Las lecciones estuvieron a la orden del día. La universidad abierta abrazó a todos de una u otra manera. Este año fue el maestro de maestros. Ay de aquel que se haya perdido de aprender sus mejores lecciones. Porque la pedagogía fue a tope. Bastaba con despertar y saber que el mundo estaba de cabeza y, sin embargo, la creatividad de muchos seres humanos ponía lo suyo para echar a volar iniciativas que de otra manera no hubieran surgido. Fue el tiempo de aquellos que se preocuparon por sacarle jugo a todas las circunstancias y ayudaron a hacer más llevadera la rarísima situación en todo el orbe. Y aunque esto no ha terminado, la mejor herencia del 2020 es reconocer lo que nos ha dejado de bueno a fin de aprovecharlo para el 2021.
Al amanecer del 2021 se impone, pues, una reflexión seria sobre el estado de cosas que guarda nuestra relación con los demás. Pero primero es la revisión de nuestra situación afectiva-emocional y de las consecuencias laborales-profesionales en las que estamos inmersos. Cómo son nuestros pasos en las circunstancias actuales y qué nos indica el termómetro respecto a nuestra fe en un futuro mejor o cómo anda nuestro optimismo en el quiebre de un mes a otro. Es importante revaluar las enseñanzas de los cambios que hemos vivido, pues, quiérase a o no, los cambios ocurrieron a fortiori para todos, incluidos los niños. Y algunos fueron tan drásticos que parecieron transportarnos a una era novelesca. La sacudida ha sido tan estremecedora que nos ha mostrado nuestra fragilidad frente a un insignificante virus que nos vino a decir cómo puede apagarse la luz del universo sin balazos ni bombas atómicas. De reyes nos ha quedado nada más el nombre, porque otra vez se ha aparecido por el planeta un peligroso bicho cuya amenaza ha sido letal.
Sin embargo, ay que de aquel que no haya sacado en estas fechas conclusiones contundentes acerca de lo que significa la salud. Que no coincida con la mayoría de las personas sensatas que valoran la salud, antes que cualquier otro regalo de la vida. Inclusive sobre el dinero y la fama y la relación con los familiares o amigos. Que no haya aprendido la lección de la riqueza espiritual –la del interior de uno mismo– y haya vuelto sus ojos al cielo no para explorar el Infinito sino para buscar estar más cerca de Dios y de quienes ama en la tierra. Después de todo hemos aprendido cómo se fueron tantos de esta tierra en un abrir y cerrar de ojos. De todas las clases sociales; de todas las edades; de todas las profesiones; todo el mundo. Así es que es difícil no querer dejar un buen recuerdo con la siembra de valores auténticos y de conductas apropiadas mientras caminemos por el barro o el asfalto de nuestra existencia, antes de que no fumigue otro virus invisible.
Por tanto, no encuentro mejor regalo para todos en este momento que mi ferviente deseo de que tengan siempre abundante salud y paz. Si no faltara este dúo de dones en todo el mundo podemos decir que ya la hicimos. Lo demás es lo de menos.