Desde tiempos inmemoriales muchos de los gobernantes en el mundo han sufrido ataques y desprecios, como le ocurrió al emperador Julio César en Roma al ser exhibido en los grafitis como “el marido de todas las romanas y la mujer de todos los romanos”. También han quedado para la historia los libelos o panfletos contra los reyes de Francia a partir del año 1500.
Consumada la Revolución Francesa en 1789, la libertad de prensa se constituyó en una coyuntura ideal para lanzar denuestos a diestra y siniestra, ahora contra los partidos políticos, como lo leemos en una de las cartas del gran novelista Gustave Flaubert en forma explícita: “No tengo simpatía alguna por ningún partido político o, mejor dicho, los aborrezco a todos, porque todos me parecen igualmente limitados, falsos, pueriles, empleados en lo efímero, sin visión de conjunto y sin elevarse jamás más allá de lo útil. Odio todo despotismo. Soy un liberal rabioso”.
Pareciera que el ilustre escritor francés se está refiriendo a la realidad actual de México que tanta irritación causa con sus 10 partidos a nivel nacional más lo locales que más parecen negocios familiares que institutos con vocación cívica. Y el retrato no es ajeno a la fobia con que la mayoría de los ciudadanos con credencial de elector, al abstenerse de votar, tratan al PRI, al PAN, al PRD, al PT, a Nueva Alianza y, especialmente, al Verde.
Pero aquellos que no acuden a las urnas o aquellos que claman por el voto nulo, en un intento desesperado por hacer saber que están hartos del abuso de poder y corrupción de los políticos, quizá sin darse cuenta lo que hacen es favorecer al partido gobernante que, cínicamente, interpreta tal conducta como una aprobación implícita de su actuación y, así, gana con el voto duro de sus simpatizantes aunque sea reprobado por las mayorías.
Las urnas son la tribuna que los inconformes debemos utilizar para castigar un mal gobierno. Los votos son los mejores fusiles para disparar en contra de quienes no saben cumplir su compromiso del bien común, aunque detestemos a los partidos y nos caigan gordos los políticos. No hay otro camino en una democracia, definida por Winston Churchill como el sistema menos malo que los seres humanos tenemos para gobernarnos.
Saber votar, en una palabra, es no desperdiciar la ocasión de contribuir con nuestro granito de arena en el rumbo que México debe seguir. Es razonar muy bien la decisión de favorecer o rechazar a personas y siglas, según nuestro criterio personal, cuando intentan ser representantes del pueblo, aunque ya sabemos que lo que buscan es un “hueso” y “no vivir en el error”, succionando a placer la ubre presupuestal. Ni modo: de voto en voto se manifiesta nuestra voluntad, si se respeta y cuenta como debe ser.
Saber votar es elegir a un gobernador, por ejemplo, de tal partido político (o independiente, en el caso actual de Nuevo León), pero hacerlo en contra de los diputados de ese mismo partido, para no darle todo el poder al que triunfa, a fin de que, durante su mandato, saque sus dotes de negociador con los representantes de los partidos de oposición.
De otra manera ocurre lo que los grillos llaman “carro completo” y entonces cualquier iniciativa del ejecutivo no se discute sino que se aprueba con los “levantadedos” que ni siquiera estudian las propuestas, porque simplemente siguen “la línea” oficial.
Hoy el PRI está amafiado con el odioso Partido Verde a nivel nacional y quiere ganar la mayoría de diputados federales con miras a que todo lo que proponga Enrique Peña Nieto no encuentre oposición. Pero el que sale perdiendo es nuestro país porque no se va ni siquiera a discutir ni a estudiar lo que más nos conviene a todos, por haberle dejado en las urnas el camino libre a los déspotas y manipuladores.
Así es que saber votar, por el bien de México, es darle fuerza a la oposición y no caer en las garras del PRI y del Partido Verde, si es que queremos que haya un contrapeso y un equilibrio en el análisis de las iniciativas del primer mandatario para que también sea más cauteloso en la definición de los intereses de la nación y no en los de sus partidarios y lambiscones.
Y respecto a la gubernatura del Estado, lo ideal es, igualmente, darle nuestro apoyo a la persona más confiable para llevar adelante los destinos de Nuevo León, pero no votar a ciegas por su mismo partido, sino emitir el sufragio a favor de los representantes de la oposición, pues de otra manera nos puede llevar la calaca si todos los diputados locales se arrodillan al paso del gobernante y no hay un rebelde que le reclame sus excesos o corrupción, tal cual como nos está ocurriendo ahora con Rodrigo Medina de la Cruz, quien se da el lujo de elevar de 16 a 20 el número de magistrados y los “levantadedos” inclusive aprueban que en seis años no pueden proceder sino como se los deje marcado el actual ejecutivo.
Por eso no hay que dejar de votar. Pero hay que saber votar.