El robo de la autoría de la foto del padre y su pequeña hija de nacionalidad salvadoreña ahogados en el Río Bravo, que entró al corazón de millones alrededor del mundo, reafirmó el maltrato contra los reporteros que, sin estudios universitarios, son víctimas en México por un fenómeno sin freno: el supuesto periodismo que se hace en redes sociales.
Rossy Morales, madre soltera de dos hijos, de 25 años y quien estudió hasta la secundaria, trabajó en un espacio de Facebook llamado La Frontera Dice por mil pesos a la semana, que tiene su influencia encapsulada en Matamoros, Tamaulipas.
Su nombre rebasó los límites de la ciudad fronteriza con Estados Unidos, reconocida por el narcotráfico y por el cruce de migrantes por las peligrosas aguas del Río Bravo, cuando la agencia internacional de noticias Associated Press fue envuelta en un escándalo por difundir la foto tomada por ella, pero con falsa autoría.
Rossy, con un teléfono móvil, captó junto con otros compañeros reporteros los cuerpos de Alberto Oscar Martínez y su hija Valeria, devorados horas antes por las aguas del cauce que divide los dos países. Una imagen que dio la vuelta al mundo; que indignó y conmovió.
Ese mismo día fue despedida por la directora de la página de Facebook, Julia Le Duc, quien se adjudicó los derechos de la foto y se la ofreció en venta a AP, considerada la principal agencia del mundo de origen estadounidense y que paga por ese tipo de materiales entre 500 y dos mil dólares.
Le Duc, también corresponsal del periódico La Jornada, fue contactada por reconocidos diarios y cadenas internacionales de televisión como El Mundo, CNN y BBC, las cuales la entrevistaron. Sin embargo, relató lo que su imaginación le alcanzó, pues ella no estuvo en el lugar de los hechos.
Tuve la oportunidad de escuchar parte de una entrevista subida a Facebook días antes y hablé con Rossy por teléfono el primer día de julio, alrededor de las diez de la mañana. Y no tengo dudas de que dice la verdad: la Le Duc ha mentido una, otra y más veces.
Se aprovechó, quizá, del desconocimiento de Rossy sobre el lado perverso del periodismo cuando un jefe, como la Le Duc, se apropia del trabajo de sus subalternos para acaparar reflectores, aumentar su ego y, de paso, echarse al bolsillo unos cientos o hasta miles de dólares. Depende de la capacidad de negociación.
Una agencia como AP que compite a diario con la francesa AFP, la inglesa Reuters y la española EFE (que también envió a sus clientes la foto), busca siempre tener la primicia o la exclusiva de notas o fotografías que, con toda la experiencia y el olfato de sus directivos, serán vistas, publicadas y comentadas en todo el mundo.
En Matamoros AP no tuvo la exclusiva, pues el reportero Abraham Pineda vendió a EFE sus fotografías que, también, fueron difundidas a nivel mundial y provocó ser entrevistado por personajes como Jorge Ramos de la cadena Univisión, y por otros medios nacionales e internacionales.
Rossy seguramente desconocía estos temas que son parte del lenguaje y conocimiento de la mayoría ¿o minoría? (tras aparecer las redes sociales y las páginas de Internet), que somos periodistas con estudios en facultades de ciencias de la comunicación.
Ella, durante años, fue minimizada por Le Duc al etiquetarla como “cronista urbana” y no como “periodista” o “licenciada”, porque cursó hasta la secundaria al echarse a cuestas la responsabilidad de ser mamá soltera. Y en lo personal ignoro qué alcances académicos, diplomados o posgrados tiene la falsa autora de la foto.
Como profesor de periodismo de la Universidad Autónoma de Nuevo León, con 35 años de experiencia y defensor al extremo de la ética, acepto que los tiempos han cambiado y que las redes sociales no son medios de comunicación, sino medios para difundir textos, fotos o videos.
Páginas de Facebook o sitios de Internet donde, en muchas ocasiones, sus “directores” contratan a jóvenes desempleados, con estudios truncos y con necesidades económicas. Y les dan un celular, un chaleco y un cubo para salir a la calle a ejercer una profesión que cada vez es menos respetada.
“Usted salga a la calle, meta el micrófono y tome fotos y videos. Y más tarde le hablamos de la cabina para que nos dé un reporte. ¡Ah!, y escriba su nota para el portal”, es la primera orden que reciben los aventurados.
Y ninguno pregunta: “¿Quiere una noticia, una crónica en primera o tercera persona o una nota de color. O mando la nota y empiezo a recabar datos para un reportaje?”. No, eso es pedir mucho. Esos términos se enseñan en las aulas universitarias por académicos con experiencia.
Rossy simplemente recibía órdenes. Trató siempre de hacer mejor las cosas y cada semana cobraba sus mil pesos de sueldo que, como lo dijo en una entrevista, no era suficiente para comprar medicamentos cuando ella o sus hijos se enfermaban.
Su maltrato y su caso me motivan para darle un nuevo rumbo a mi incansable lucha por profesionalizar el periodismo.
Crecí en Matamoros como ella, de donde un día viajé a Monterrey para estudiar -con sacrificio de mis padres- una profesión que defiendo y ha sido mi pasión.
Y me gustaría empezar por rescatar a Rossy del pantano de abusos que ofrecen los “directores generales” de páginas de Facebook donde, lamentablemente y en la mayoría de los casos, el periodismo y el maltrato han tocado fondo.
twitter: @hhjimenez