La norma ética y legal es muy estricta en el cumplimiento del rigor periodístico respecto al comportamiento profesional de los informadores en los medios serios. Los manuales y textos académicos enfatizan los cuatro verbos de tan elemental principio del verdadero periodismo: Investigar, verificar, contrastar y comprobar (corroborar, certificar o confirmar) los hechos y declaraciones). Pero hay quienes se dedican a difundir noticias o a proferir comentarios sin ton ni son. A veces por ligereza o inmadurez y a veces con todo importamadrismo o intención perversa de desinformar, manipular, confundir o ganar fama (rating en los medios electrónicos) vía el sensacionalismo o amarillismo.
Sin embargo, las benditas redes sociales tienen también mucho de malditas cuando sus usuarios se valen de ellas sin tener idea del impacto que causan en situaciones de conflicto o enfrentamiento. Por ejemplo, en una guerra como la actual de Rusia contra Ucrania, o en cualquier otra, la primera víctima es la verdad, como dice el conocido axioma universal, pues abundan los que les hacen el juego a los poderes constituidos y desbarran con toda impudicia a favor de sus amos. Es entonces cuando circulan imágenes y noticias sin ningún rigor periodístico, e igual ocurre por lo difícil que es, en medio del caos y la prisa, apegarse al rigor periodístico.
Por eso la benditas-malditas redes sociales en México se excedieron al llevar a todo el mundo el vergonzoso espectáculo ofrecido por los desadaptados que ensangrentaron las tribunas del Estadio Corregidora en Querétaro y luego invadieron la cancha en el suspendido juego de futbol entre los “Gallos” y Atlas, el sábado 5 de marzo. Con su emoción a flor de piel, los “informadores” de twiter, de íntsagram y principalmente de Facebook u otras hicieron creer a sus audiencias que hubo muertos en dicha trifulca entre muchos descerebrados que se tiraron con todo de un lado a otro. Y no dejaban de asegurar que a algunos de ellos les constaba que vieron a algunos sin signos vitales. Que no les quedaba la menor duda de que los desangrados que yacían, además, desnudos tras la gresca campal, ya no respiraban. Y como si fueran médicos forenses, daban fe de que el baño de sangre en un estadio no se había visto en ninguna otra parte del planeta.
Así, los replicantes de tan vergonzosa noticia en otros países se brincaron el rigor periodístico y confiaron en, esta vez, las malditas redes sociales y se horrorizaron con semejante barbarie. Y los encabezados de varios medios impresos y digitales, sin descartar a algunos telediarios, pintaron a México (sí, a todo México) como un país de salvajes y de enfermos mentales que dirimen así los resultados de un partido de futbol en las canchas.
Por tanto, no me extrañó que personas de USA, Europa y Sudamérica con quienes mantengo frecuente comunicación electrónica, bien sea ex alumnos míos en su mayoría, y algunos colegas de la docencia universitaria, me bombardearan de mensajes con una pregunta inquietante: “¿Es cierto lo que están pasando en los medios y que asesinaron a algunos aficionados en un estadio?” Los más severos lanzaron un atronador: “¿Qué le pasa a México? ¿Por qué tanta violencia?”
Sí, a nuestro hermoso país no le hacía falta esta mancha entre las noticias deportivas que las redes sociales magnificaron en su relato. Es un asterisco más de la sangre “en primera” en nuestros medios atentos a los asesinatos y secuestros de periodistas y a la secuencia de los delitos de alto impacto no solamente en Michoacán, Zacatecas, Colima, Baja California, Jalisco, Sinaloa y Nuevo León, sino en todo el territorio nacional. Es lo que nos faltaba a nivel internacional para que voltearan a vernos y compadecernos por tanto desastre humano, en medio de la belleza natural de nuestro querido México.
Pero así es. Y ni modo de que les pidamos mayor rigor periodístico a los “informadores” improvisados de las redes sociales. Si ni siquiera lo cumplen a cabalidad los más descarriados de los medios tradicionales.
EL FANATISMO
No estoy de acuerdo en que muchos padres de familia fanaticen a sus hijos desde la más tierna de edad de éstos, ni en la religión, ni en el arte, ni en la política ni en los deportes como el futbol soccer. Porque un fanático vive sembrando odio y vomitando culpas.
Por donde se le vea, es un verdadero peligro para la convivencia humana, pues no sólo tiende a los nacionalismos enfermizos, sino a faltar al respeto y a la tolerancia hacia los demás y no permite la libertad de creencia porque define como enemigos a los que se le oponen y piensa que sólo su verdad es la única y nadie tiene derecho a disentir.
En deportes, un fanático, peor aún, no es solamente el que se embelesa con sus fetiches y sus colores, sino el que ataca y hiere a los que no veneran esos fetiches y sus colores, y a veces con el concurso de los medios masivos y periodistas descerebrados.
O sea, el fanático no se ocupa de lo suyo nada más, porque su gozo está en burlarse, hacer mofa de los otros en medio de una distracción insana. Y, si puede, busca aniquilarlos.
Un fanático, en el fondo, padece el síndrome de Hitler, ya que su mentalidad destructiva lo lleva a exterminar a los rivales, como los nazis lo hicieron con los judíos, los negros, los homosexuales, etc.
Así es que no debemos pervertir el cerebro inocente de los niños. Al contrario, hay que enseñarles a divertirse y a gozar o sufrir con sus preferencias sin desear el mal a nadie.
Y más en el deporte profesional, donde los que verdaderamente ganan o pierden son los dirigentes y los que están en la cancha, y al final de cuentas, al terminar un juego y al apagarse el fragor de la batalla deportiva, conviven como buenos amigos por formar parte de una misma profesión.