Desde siempre, la comunicación y el periodismo se han enfrentado a cambios continuos derivados del avance tecnológico y de la evolución paralela en los procesos sociales y culturales. Por eso no puede negarse que los reporteros de hoy difícilmente pueden imaginarse su trabajo con las herramientas de antes, mientras que los colegas de ayer deben sufrir la gota gorda para empatar a los jóvenes, e inclusive a los niños, en el uso de los iPhone, iPad y demás artilugios digitales de moda, si no quieren pasar a la lista de los analfabetas funcionales en cuanto a la tecnología de punta.
Sin embargo, considero que mi generación ha tenido el privilegio de vivir el parteaguas de la profesión del periodismo, no sólo para contar historias, realizar entrevistas y tapizar de comentarios los medios informativos, sino para vivir la transformación tecnológica que encumbró el valor de la instantaneidad, de la actualidad y de la oportunidad, pero sin olvidar el apego a las normas éticas y el estricto derecho a la información que pertenece a los receptores de los mensajes.
Atrás dejamos el escenario de la vieja redacción de los medios en donde el tecleo de las máquinas de escribir, alimentadas con largos rollos de papel color manila, se combinaba en su canto permanente con el ruido del teletipo, que representaba el reto inicial de quien deseaba enamorarse del periodismo de acción tratando de jerarquizar las noticias que llegaban por ese medio, distribuyéndolas a las secciones respectivas.
Hoy, esos armatostes pasaron a mejor vida y los chavos con aspiraciones a “cubrir” noticias profesionalmente ni siquiera se valen de los bolígrafos (“plumas”) ni del papel para hacer las anotaciones de los datos duros, y mucho menos salen a la calle cargados con su cámara al hombro y suficientes rollos fotográficos para acompañar sus notas con imágenes del momento, como antes en que sufríamos la gota gorda para que el proceso se cumpliera a cabalidad desde el disparo de la máquina manual hasta el remate en el laboratorio o cuarto oscuro.
Ahora los Smartphone les permite una tranquilidad divina para cumplir su tarea multimedia, como se le llama al reporteo casi simultáneo en prensa, radio, televisión, página web y redes sociales. Ah, y desde el mismo sitio de los hechos noticiosos, sin tener que acudir físicamente al medio informativo. ¡Cuándo nos íbamos a imaginar esa chulada de facilidades los “viejitos” de otros tiempos en que era una fantasía soñar siquiera con un teléfono en el automóvil y cuando mucho nos valíamos de un walkie talkie!
Qué no hubiéramos dado por tener a la mano un aparatito de los más modernos de hoy para grabar entrevistas, hacer buenos videos, captar fotografías a montón, llamar por teléfono, aclarar con el jefe de información sus órdenes de trabajo, pedir ayuda para recabar datos de otra fuente informativa sin tener que ir personalmente y hasta para aguantar las largas esperas con suficiente entretenimiento en la pantalla del Smartphone.
Mi afortunada generación ha sido bendecida al conocer todo lo nuevo de la tecnología de punta. Y muchos de los colegas siguen dando la batalla aprendiendo lo elemental de la misma para seguir en la pelea por la nota diaria y actualizarse en la transición que nos tocó vivir. Sin embargo, no pueden decir lo mismo los periodistas, nativos de la era digital, porque los aparatos de antes les parecen “dinosáuricos”.
Pero menos sobrevivirían si revisan las condiciones políticas en que debimos ejercer el periodismo los que sufrimos la bota de la “dictadura perfecta” que nos recetó el partido hegemónico y casi único que se robó los colores patrios para hacer creer a los más tontos e ignorantes que era lo mejor que le había pasado a México. Y sin embargo, tuvimos la fortuna de ver derrumbarse al PRI de la Presidencia de la República en el amanecer del nuevo siglo, como habíamos sido testigos también de la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, que puso fin a la llamada Guerra Fría.
Afortunada generación la mía que nos llevó por los caminos de dos mundiales de futbol soccer en 1970 y 1986, y que sufrimos con los que sufrieron el terremoto de septiembre de 1985 en la ciudad de México y luego los huracanes e inundaciones del río Santa Catarina en Monterrey, pero también el cambio de rostro de Nuevo León con su centro geográfico como símbolo de progreso. Y ahí estuvimos, aunque no tuviéramos a la mano los artilugios de hoy para informar puntualmente lo que debíamos informar.
Por eso, espero que los nuevos periodistas no se dejen alelar por las herramientas de moda ni crean que el sustento del periodismo está en la abundancia informativa, en textos e imágenes, ni en la rapidez y simultaneidad como se reportea hoy. Nada de eso sirve si no se logra la calidad del trabajo de campo y si no se impone la lucha por la libertad de prensa y de expresión frente a los poderes enmascarados de todos colores y sabores que quieren hacernos ver que la corrupción y la impunidad son nuestro tatuaje cultural. De nada servirá la transición tecnológica si éste se lleva de encuentro la parte fundamental del periodismo que jamás pasará de moda: la ética profesional y la respuesta franca a las expectativas de la opinión pública para aplaudir lo aplaudible y denunciar lo denunciable. ¡En México y en todo el mundo!