Una tarde de caluroso diciembre de 2021, viajando por carretera en familia hacia San Luis Potosí, me pregunté: ¿qué edad se imaginarán mis hijos que tengo?
Porque saltamos juntos sobre las olas como si tuviera 15 años, corro como de 20, bajo las resbaladillas como de 25, subo veredas como de 30, y juego con ellos a ser dinosaurios como si volviera a ser niño.
Y cierto, Héctor Hugo y Marco Sebastián son cómplices en haberme regresado a mi infancia.
—¿Cuántos años tiene papá? —Sí, nuestro papá.
El que se disfraza y se maquilla como personaje de la película Coco; el que juega basquetbol y nos levanta en brazos para encestar la pesada pelota en el aro; el que llega a casa cansado del trabajo pero se acuesta sobre la patineta y nos subimos encima de él; el que nos hace pesto para el espagueti; el que los fines de semana tiene un plan para sacarnos a pasear.
El que, con ayuda de mamá, pone sobre rieles el tren de vapor alrededor del Pino de Navidad y se lo destruimos; el que nos ha inculcado a honrar a los muertos con un altar; el que tiene la tarea de hacernos el desayuno y el lonche para llevarnos a la guardería o al kínder, mientras mamá nos viste y nos peina.
Ese es el papá que los ojos de mis hijos ven. Seguro no saben y ni idea tienen porque son niños, pero les voy a decir un secreto: su papá hoy cumple 58 años.
Y soy inmensamente feliz con ellos, con mi hija mayor Andrea y en familia.
No sé si he sido el mejor papá, sin embargo, deben estar seguros que en mi madurez he tratado de serlo, y energía y fuerza tengo todavía para los años venideros. ¡Gracias Dios por tanto que me has dado!
Nota: texto escrito el año pasado que me nació compartirlo en estos tiempos de paz. Y a pocos días de cumplir 59 años.
twitter: @hhjimenez