
Hace muchas décadas, en el siglo pasado, la gente de Monterrey acudía los fines de semana a lugares de esparcimiento que estaban “fuera de la ciudad”.
Iban a Los Urdiales, por los rumbos donde ahora está la colonia Vista Hermosa; la Quinta Calderón, ahí donde está o estaba el restaurante “El Tío”, por el rumbo de la calle Hidalgo; los manantiales del cerro del Topo Chico eran toda una excursión, ya en los 60 había balnearios como Los Rodríguez, donde ahora está Citadel, rumbo al aeropuerto; La Floresta, por los rumbos de San Rafael y La Huasteca, en Santa Catarina.
El parque España en la colonia Buenos Aires y… ¡ya! No había mucho dónde refrescarse. Por supuesto existía el río La Silla, y La Pastora, justo donde ahora está el nuevo estadio de los Rayados.
Y claro, balnearios y quintas rumbo a la presa de La Boca, Santiago, El Cercado y el Álamo.
Pero en la ciudad de Monterrey, históricamente no ha habido suficiente lugar para esparcimiento de verano. Plaza Sésamo, en Parque Fundidora, hace las veces de lugar de recreo, pero no es barato. No cualquier mortal con un trabajo de obrero o empleado modesto puede llevar a sus tres o cuatro chiquillos sin correr el riesgo de dejar media quincena en las taquillas y snacks del centro de diversiones donde se divierten más los dueños, por lo que ganan.
Y ya viene Six Flags, que estará en Santa Catarina.
Monterrey y su área metropolitana siguen siendo un rancho grande en muchos sentidos.
Desde los años 60, cuando muchas áreas de esta metrópoli eran aún terrenos de campo, corrales de vacas y pastizales y allá por Los Lermas, en Guadalupe, Santa Catarina, Cadereyta, Mezquital, Juárez, Apodaca, Escobedo, aún quedan vestigios de ello.
De esta ciudad podemos presumir muchas cosas.
Sus montañas, la visión y ambición de sus empresarios, el empuje de sus jóvenes emprendedores sin miedo a probar una y otra vez en uno y otro negocio, hasta dar con el bueno; ese tesón indomable de sus trabajadores, nacidos aquí o adoptados.
Lo que no podemos presumir es su incultura. No de los trabajadores, sino de todos nosotros, los regios.
Aunque se asegura que las mejores escuelas y universidades están acá, instituciones como el ITESM, la UdeM, la UR o la Autónoma de Nuevo León no son precisamente baratas.
De hecho, el Tec de Monterrey y la UdeM son de las más costosas del país.
Y la UANL, una de las más caras entre las universidades públicas, aunque también de las mejores.
Claro, lo bueno cuesta, podría ser el argumento.
Debe serlo.
Sin embargo no nos referimos a la preparación y capacitación escolar, sino a la mala educación que los regios traemos de la cuna, de la casa.
Somos prepotentes en muchos sentidos, sobre todo para conducir autos.
Lo mismo la señora de la Del Valle, Contry o Cumbres, con su camionetón Yukon Denali o Cadillac Scalade, que el taxista con su Tsuru verde.
De hecho ya existe un dicho común aplicable a ellos.
-”Ese tipo era más ventajoso, logrón, picudo y gandalla que un taxista regio”.
La gente en general, 9 de 10 conductores de autos en Monterrey, de acuerdo a estudios realizados por la prestigiada Universidad de Sheffield, en Inglaterra, no saben para qué rayos sirven o donde está la palanquita de las luces direccionales; 5 de cada 10 no sabía para qué era el doble triangulito rojo que activa las intermitentes y 9 de 10 confesaron que no darían el paso cortésmente a otro automovilista:
a) Porque yo también llevo prisa; b) que se espere, como yo; c) no, porque ni siquiera dan las gracias.
Y 7 de cada 10 confesaron que no agradecen cuando alguien les da el paso.
Le digo… tal vez la ciudad ya no sea un rancho, pero que nos comportamos como rancheros pueblerinos, a bordo de un BMW o de un taxi ya se dieron cuenta… en Sheffield.