No puedo decir más que es una maldita tragedia, un pinche desperdicio de dos vidas inocentes que apenas estaban floreciendo, que se fueron de la forma más trágica justo en la edad en la que son más adorables.
El accidente donde perdieron la vida dos hermanitas que acompañaban a su mamá en su trabajo de repartición de comida por medio de una aplicación digital, sacudió a la sociedad regiomontana, a la que ya se le había olvidado que vivimos en una ciudad que ocupa los primeros lugares en muertes y accidentes viales.
De nueva cuenta los regiomontanos nos damos cuenta del altísimo precio que hay que pagar por esa falta de cultura vial, que nos convierte no solo en los peores conductores de México, sino en los más letales.
En repetidas ocasiones les he contado que cuando llegué a esta ciudad, decidí moverme en motocicleta pues el tráfico me pone muy de malas y no tenía la menor intención de perder la mitad de mis días varado en un embotellamiento.
La decisión no fue complicada pues, en su tiempo pensé (oh, inocente de mí), que llegaba procedente de Reynosa, una ciudad donde andar en moto es un deporte extremo, cercano al suicidio.
Pasó muy poco tiempo para darme cuenta que es cierto, en Reynosa los conductores son unos verdaderos cavernícolas al volante, pero en Monterrey y su zona metropolitana son unos homicidas en potencia.
Con un par de años de circular por las calles de la capital de Nuevo León, ya estoy en condiciones de elaborar mi lista de los entes más peligrosos al volante.
El primer lugar lo ocupan los choferes de los camiones urbanos, unos verdaderos psicópatas quienes por pura y perversa diversión hasta buscan la manera de intentar matar a quien se les ponga enfrente.
El segundo sitio lo tienen los conductores de taxis, unos temibles entes que andan por las calles manejando como si fueran unos descerebrados, pero no es así, en realidad son unos siniestros sádicos a quienes les encanta sentirse los dueños del asfalto.
En tercer sitio, empatados con las señoras que manejan “mama-vans”, están quienes tripulan un Audi, no me pregunten por qué, pero estos años me han enseñado que cuando veo una unidad de esta marca atrás de mí, debo de aumentar mis niveles alerta pues seguramente va a hacer una tontería.
Lo sé, meter a los conductores de Audi en el tercer lugar suena arbitrario y hasta tonto, pero la experiencia no me deja mentir. Incluso he gastado mis neuronas intentando entender por qué sucede esto y hasta he creado una teoría.
Yo creo que la persona que compra un Audi y no un BMW, un Mercedes, Land Rover o Volvo lo hace que porque, aunque tiene dinero, no es el suficiente para llevarlo a acceder a esas marcas premium.
Este tipo de conductor es un rico nuevo que, en muchísimos casos, aún no puede deshacerse del Huicho Domínguez y la María la del Barrio que tiene dentro.
Estos nacos con dinero son prepotentes y la mejor forma de manifestarlo es en su manera de conducir.
Por eso desconfío de los Audi, porque en la mayoría de las ocasiones viene tripulado por un naco con lana.
Hace días, mientras conducía mi moto con dirección a la oficina y después de dos “cerrones” no pude sino extrañar el Monterrey en tiempos de pandemia, cuando las calles estaban semi vacías y los homicidas en potencia estaban encerrados en sus casas.
Desgraciadamente las medidas se relajaron, la ciudad se autoengaña pensando que las cosas han vuelto a la “normalidad” y eso quiere decir que los pendejos al volante volvieron a sus viejas prácticas.
Desgraciadamente este regreso a la normalidad vial de Monterrey ya le costó la vida a dos pequeñas inocentes, quienes se convierten en una víctima más de la irresponsabilidad de los conductores de Nuevo León.
Aceptémoslo: en la zona metropolitana le brindamos pleitesía al automóvil, pero no sabemos manejar, porque creemos que las calles y avenidas son de nuestra propiedad y no las vamos a compartir con nadie.
No hay nada que podamos hacer.
Neta, quisiera dar un mensaje positivo que dijera que ojalá la gente entendiera del valor de ser un poquito amable tras el volante, pero sé que es inútil, eso nunca va a suceder.
Mientras tanto, el macabro contador de las muertes por accidentes viales seguirá creciendo inmisericorde.
Descansen en paz chiquitas. Por mi parte no me queda que pedirles perdón por vivir en una ciudad donde se maneja tan mal.