Vengo regresando de León, Guanajuato, a donde tuve que acudir por cuestiones laborales pues me tocó cubrir el partido de vuelta de la semifinal donde los Panzas Verdes eliminaron a los ti-gue-res.
Más allá del tema futbolero, dos cosas llamaron poderosamente mi atención de la capital de Guanajuato, inmortalizada en aquella mítica canción de José Alfredo Jiménez.
La primera: el infernal tráfico de viernes por la tarde, mismo que sólo había observado en casi cualquier avenida de la Ciudad de México y un sábado por la tarde en rumbos como la Carretera Nacional, Avenida Leones o Gonzalitos.
Lo segundo que me llamó la atención es la enorme (en serio, es grandísima), cantidad de personas que utilizan la bicicleta como medio de transporte y una forma de escapar del caos vial que se vive en su ciudad.
Porque allá la bicicleta no es para hacer ejercicio por las mañanas escoltado por una camioneta de lujo o andar de novedoso para ir a comprar chicles orgánicos de árboles nativos en la tienda “zero waste”; en León “la bicla” la usan para ir a trabajar, para moverse en los mandados, para transportarse de verdad.
Y créanme, es impresionante tanto el número de personas que andan en dos ruedas como lo distintos que son en clases sociales: puedes ver desde el humilde trabajador de la construcción, hasta el oficinista o el estudiante.
Conforme iba avanzando lentamente por las avenidas de León (les digo que el tráfico estaba de la madre), me sorprendí al darme cuenta que a diferencia de Nuevo León, los automovilistas no andaban con el instinto homicida de echarles encima la lámina a los ciclistas.
De hecho esto se entiende no sólo por una distinta cultural vial en la que se han dado cuenta que los que viajan en dos ruedas son tantos, que ya se ganaron su espacio en la movilidad urbana; sino también por los más de 188 kilómetros de ciclovías que existen en León.
Mientras me abría paso por las avenidas de esta ciudad, pude comprobar que las autoridades se dieron cuenta que había que darle a los ciclistas opciones de movilidad reales, para gente de carne y hueso, quienes usan sus vehículos todos los días y a todas horas y no solamente para andar de farolón, presumiendo el equipo de ciclismo importado de Italia.
Por eso allá se construyó un camellón en medio de las avenidas donde está el carril de circulación de la bicicletas, sacándolos del arroyo vial y el espacio de los automovilistas.
Por eso allá instalaron en las intersecciones semáforos especiales para ciclistas que les permita circular con seguridad sin estarse cuidando de que alguien pueda atropellarlo.
Como hicieron las cosas con inteligencia y sentido común, se dieron cuenta que la mejor manera de proteger el ciclista es alejarlo del automovilista, en lugar de ponerlos a circular codo a codo.
Las obras que hicieron buscando aumentar el uso de la bicicleta, estuvieron pensadas en la vida real, en el albañil, en el estudiante, en el oficinista y no en la señora encopetada que saca su bicicleta de 50 mil pesos una vez a la semana, nomás para sentirse satisfecha por hacer su parte en el cuidado al medio ambiente.
Allá pensaron en las mayorías.
Ojalá las autoridades de San Pedro y Monterrey se echen una vuelta a Guanajuato a ver si le aprenden algo al exitoso modelo que allá están implementando y que les permite contar con una gran cantidad de ciclistas circulando de manera segura.
Ojalá lo hagan para que puedan entender que la mejor forma de hacer las cosas es pensando en los más… sin importar que ellos ruedan en una bicla que seguramente encontraron en el tianguis, pero les sirve para ahorrar el gasto del camión y el enfado de estar atorado en el tráfico.
La movilidad es un asunto de interés público, no de modas ambientalistas.