
El populismo es un término que, etimológicamente, se asocia con la palabra pueblo. Arbitrariamente significa estar cerca del pueblo. Velar por el pueblo. Y desde el punto de vista político es ejercer el poder a favor del pueblo, por lo cual se concibe como una estrategia de lucha contra la clase dominante, siempre bajo la guía de una persona carismática que hace las veces de caudillo.
Lógicamente es la personalidad de un individuo la que crea la base social de un movimiento de esta naturaleza. El corazón de la campaña no es un programa sino las promesas que brotan de la boca de quien sabe encantar a sus seguidores con todas las formas del lenguaje. Y de esa identificación plena surge la confianza, la entrega sin condiciones, la simpatía y la apuesta total en las votaciones.
Desde la antigüedad, en Grecia se practicaba una especie de populismo que se repitió en Roma, porque sus dirigentes fueron los primeros en halagar a sus interlocutores con expresiones que les hacían ganar su aceptación, prometiéndoles mágicamente el bienestar con su sola voluntad. En otras palabras, les decían al oído lo que deseaban escuchar. Y es de ahí de donde deriva su sentido peyorativo, pues se le identifica con la demagogia. Es el recurso de quien condesciende irracionalmente con quienes dirige o guía, y busca el camino fácil de la captación de la simpatía o de votos acompañándolo con la dádiva oportuna, en lugar de recomendar la lección del esfuerzo diario para la superación.
Sobran nombres de emperadores romanos que han pasado a la historia como auténticos demagogos que se decían cercanos al “pópulo”. Y a partir de entonces los han imitado millones de políticos en el mundo, no por su atención al pueblo, sino por utilizar a éste con fines partidistas, endulzando el oído de los más ingenuos y derrochando los recursos públicos en la entrega de dinero, bienes y otros recursos que les sirven en sus intereses personales.
De hecho el PRI ha sido un maestro consumado en el arte del populismo, especialmente en los tiempos de partido único o hegemónico, porque conseguía que el Estado, como administrador absoluto de las principales empresas del país, otorgara prestaciones de fábula a sus trabajadores, que a la vez eran obligados a pertenecer al tricolor, y que la iniciativa privada consideraba despilfarro de los impuestos hacendarios. De este modo siempre ganaba en las elecciones no sólo haciendo fraude, por ser juez y parte en los comicios, sino porque contaba con el apoyo forzado de los líderes y votantes del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), el ISSSTE, la Comisión Federal de Electricidad y Gas Natural, así como Teléfonos de México (Telmex) y los sindicatos de maestros o de otras paraestatales que se despachaban con la cuchara grande con el dinero que chorreaba de las arcas públicas.
De ahí que ese populismo, al paso de los años, haya “quebrado” a algunas instituciones y otras, al ser privatizadas, redujeron tales PRIvilegios para los trabajadores de reciente ingreso. Sin embargo, la conducta dadivosa de los gobernantes populistas no ha terminado del todo y aún hay muchas zonas oficiales de exclusividad salarial y beneficios únicos, además de manipular al pueblo en los acarreos mediante entrega de beneficios, obsequios y billetes en efectivo, e infinidad de promesas increíbles que se creen los más tontos.
Por otra parte, el PRI y sus gobierno emanados de ese instituto político y sus imitadores de otros partidos, han ejercido también un populismo “de cuello blanco”, si tomamos en cuenta las exenciones de impuestos a empresarios millonarios y personajes de la élite social en México, solamente para congraciarse con ellos y tenerlos contentos en sus inversiones, pero muchas veces a costa de la miseria del pueblo.
“Un populista es alguien que miente a los ciudadanos, que echa mano de los más bajos instintos y promete soluciones tan fáciles como imposibles”, ha dicho Emmanuel Macron durante su cierre de campaña política en abril de 2017 para llegar a la presidencia de Francia, negando que sus propuestas busquen ser atractivas para el pueblo galo por tener una dosis de manipulación o demagogia.
En cambio se le llama populista a uno de los expresidentes sudamericanos más respetados en el mundo: José Mujica, de Uruguay, por estar cerca de pueblo, sí, pero con base en la honestidad y la congruencia y sin sentirse superior a su gente, de modo que en su mandato borró el abismo social que separa casi siempre a los gobernantes de sus gobernados. Y a pesar de que alguien critica su exhibicionismo por la modestia de utilizar un automóvil que fue creado precisamente con el sello “del pueblo”, son más los que alaban su austeridad y su ejemplo en el comportamiento diario y en la política profesional.
El componente negativo del populismo es fácil de descubrir si, al analizar las ideas que suenan convincentes, nos damos cuenta de que esconden intereses muy ocultos u ofrecen soluciones falsas a los problemas reales. Y como la intención se trasluce de un modo o de otro, hay que estar alertas a las primeras señales demagógicas o manipuladoras del caudillo o guía moral que no quiere ser exhibido en su plan chantajista y perverso para llegar al poder o para conseguir sus insanos propósitos en otros terrenos donde se desenvuelve.
Bienvenidos los populistas serios y honrados, que los hay, si de veras están cerca del pueblo y velan por el pueblo, pero no los que se disfrazan de tales y llevan la perversidad por dentro, porque su vocación no es servir sino servirse de todo por su apetito insano de poder, de dinero y de honores.