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El populismo y las mentiras

9 de noviembre de 2017 por José Luis Esquivel Hernández

Según mi modesta percepción sobre la realidad política en el mundo y de acuerdo con mi análisis en torno a la conducta humana en general, deduzco que hay dos clases de populismo:
1.- El bueno, o sea el de quien se apega estrictamente al origen etimológico de la palabra y, al acceder al poder, está cerca del pueblo para escucharlo, para orientarlo y para ayudarlo en sus necesidades, estimulando el esfuerzo de todos en el camino de la superación.
2.- El malo, es decir el que, creyendo que ayuda, perjudica con las dádivas y la demagogia, pues se aprovecha del pueblo para acceder al poder y se basa en dos frases históricas de Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler en la Alemania Nazi:
a) Miente, miente que algo quedará, y cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá. Y
b) Una mentira repetida adecuadamente mil veces, terminará por ser verdad.
El populista perverso es un mentiroso por compulsión, pues promete lo que sabe que no puede cumplir, y ni le pesa en la conciencia el engaño, porque éste tiene como finalidad ganar simpatía o votos que alimenten su avaricia y endulcen su vanidad. Sin embargo, se engaña a sí mismo al creer que los pobres no necesitan realizar su propio esfuerzo o ganarse el mérito personal para salir de pobres y que solamente nacieron para utilizarlos mediante la complacencia y regalándoles todo lo que pidan.
El populista perverso, si dispone de un presupuesto público, no sabe crear oportunidades de trabajo, sino que va a todas partes como Santo Clos para hacer un reparto indiscriminado de bienes y servicios, siempre con la mira puesta en su propia popularidad, puesto que acepta que el Estado está ahí para proveer. Además, se desquita de esta manera por su creencia de que las élites sociales son por naturaleza explotadoras y se han valido de las facilidades “populistas” del sistema para enriquecerse. Inclusive su convicción social podría volverlo tolerante con los delincuentes barriobajeros porque, según él, solamente están respondiendo a la violencia del medio que los margina feamente y justifica así los robos, siempre y cuando sean “por necesidad” y afecte a empresas transnacionales y a los ricos terratenientes, o al gobierno.
El populista perverso, nacido para un aparato clientelar y corporativista, exige aumentos de salario mínimo sin considerar el contexto socioeconómico en que se mueve ni la infraestructura y flujo del aparato productivo. Pero si es gobernante, esta clase de político no tiene reparos en abrir la llave del gasto público sin reparar en las consecuencias de lo que representan los subsidios, las condonaciones de impuestos y la mentira en los precios que su “buen corazón” hace que su pueblo lo vea como un regalo.
El populista perverso es aquel que enseña a sus seguidores solamente a levantar la mano para recibir ayuda, a la luz de su propia interpretación de la justicia social. Y se aprovecha de su poder de mando para establecer leyes que beneficien, en lo político, su permanencia en el poder, como lo hizo malignamente el PRI hegemónico con las jubilaciones tempranas y jugosas de los trabajadores de las empresas paraestatales de su tiempo y con los agremiados de los sindicatos “rojos”, con tal de que le acarrearan votos en las elecciones, no dejar de exprimir la ubre presupuestal y seguir viviendo de la corrupción en el olimpo político. Por eso ahora, con esa herencia de medidas paternalistas, ya le anda a México, y últimamente optó por un cambio de paradigma más acorde con la realidad.
El populista perverso puede ser también un padre de familia que, con tal de no ser mal visto por sus hijos, los deja hacer lo que quieren y no los corrige debidamente en su formación integral. Y también puede ser un profesor que, para no perder simpatías, es un pasalón o lo que comúnmente se llama un “barco”, que no exige el mínimo esfuerzo para que los alumnos se ganen una nota y prefiere regalársela.
El populista perverso, en síntesis, miente con su conducta y con sus palabras para parecer bueno. Y lo hace porque no le falla al axioma de Goebbels: “Miente, miente, miente que algo quedará, y mientras más grande sea una mentira, más gente la creerá”. ¿O no es engaño portarse en sentido contrario al sentido común?

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