Al buscar un remedio para evitar la violencia en los estadios de futbol, los directivos y propietarios de clubes, que deciden sobre el destino del balón, debieran tomar decisiones con prospectiva. No basta con sancionar a un equipo u otro porque sus aficionados escenificaron una batalla campal con heridos y posibles muertos. Se supone que las acciones para ahogar impulsos agresivos en la tribuna deben provenir de políticas públicas sobre la concurrencia a los estadios. Ya existen reglamentos, leyes y todo un andamiaje de procedimientos para prevenir que las personas se lastimen cuando van a un espectáculo deportivo, donde la cerveza y el apasionamiento hacen que, en patéticos extremos, el mastique cerebral hierva y se evapore, lo que provoca la reacción Neandertal de algunos aficionados que no pueden controlar sus emociones.
Pero parece que las soluciones están condenadas a fracasar. Las políticas las hacen los políticos, lo que significa que, en un entorno donde debieran prevalecer el orden y la actuación del poder judicial, se involucren grillos que, por ejemplo, eximen a sus compadres gobernantes de responsabilidades. O puede ser que, para congraciarse con un grupo de fans de un determinado equipo, que aportan miles de votos en las elecciones, dicten sanciones parvularias, cuando debieran responder con energía a los atrevimientos de los hinchas antisociales.
La política lo ensucia todo. Los polakos enlodan todo con sus manos corruptas y convenencieras cuando se meten a asuntos nobles como el deporte, la cultura, el arte. Por desgracia, sus decisiones estarán encaminadas no tanto a beneficiar a la sociedad, como a los líderes de sus partidos o a los empresarios que les patrocinan sus carreras y que se verán afectados si cierran tal estadio, o se les quita tal concesión.
Querétaro contra Atlas, Estadio La Corregidora, 5 de marzo, Jornada 9, Campeonato Mexicano de Futbol Clausura 2022. El incidente es grave, pero no nuevo. Las redes sociales con la profusión de fotografías y videos exhibidos por supuesto ayudan a dimensionar la tragedia desde una perspectiva caleidoscópica. El evento fue cubierto prácticamente en su totalidad. Pero igual hemos visto otros antecedentes violentos, como ocurrió afuera del Estadio BBVA de Guadalupe, cuando hubo agresión después de un clásico Tigre vs Rayados en 2017 o, en septiembre del 2018, en el sector de la Aztlán de Monterrey cuando aficionados de rayados medio mataron a otro de tigres en una riña callejera. Lo que tienen en común estos y otros altercados que provocan horror y reflexiones, es que el futbol no tuvo nada que ver. La pelota se manchó por antecedentes de formación personal, inteligencia emocional. No es que el futbol les haya calentado la cabeza a los agresores. Por lo que se ve, en su vida hubo factores que le hicieron torcer el rumbo de la sanidad, al decidirse a lastimar o destruir a semejantes, ya sea por encargo o por rencores, factores, ambos, que requieren atención médica.
Es una equivocación buscar responsables en las satanizadas barras. En la narrativa del delito ayuda encontrar explicaciones simplificadas, que no siempre son las que arrojan las respuestas correctas. Barra viene de barrio, el sitio de donde salen los grupos de animación que se organizan para respaldar al equipo en la tribuna, con cantos entusiastas. El que hincha saca del cuerpo la emoción y el nerviosismo que le provoca la natural incertidumbre del partido. Hay barristas violentos, cierto, pero también los hay en sitios del estadio donde acuden espectadores sin filiación porrista. Andan, entre ellos, camorristas que acuden al estadio con la familia, o que se lían a trompadas por algún roce accidental o un estímulo que puede interpretar como provocación. No es la barra en sí. Conozco jóvenes adultos que están en alguno de esos grupos y que jamás han agredido a nadie.
El domicilio de estas culpas tiene coordenadas en las oficinas donde despachan personas que hacen cumplir la ley. En el caso particular del evento de Querétaro, el club anfitrión ignoró protocolos de seguridad, al contratar a una empresa incompetente que resguardaría el orden del estadio. Hay instancias municipales y estatales que envían comisionados, visores, inspectores que certifican que los ciudadanos ingresan a un sitio donde estarán seguros. Existen leyes estatales que sancionan a quienes incurren en delitos en espectáculos deportivos. Pero no hubo cumplimiento de la regla. Para saciar la indignación pública, que demanda justicia han sido señalados algunos charales, para que sean echados a la hoguera. Nadie ha señalado a un gobernador o a un edil. Lo peor de este sainete macabro es que, quienes dirimirán responsabilidades, serán los políticos y esos, como está dicho, ensucian lo que tocan, sobre todo la verdad.