
El sol ya se asoma con fuerza sobre la pista del Parque Fundidora.
Un agradable ambiente se transmite entre aquella mezcla de organizadores, socorristas, empleados de la Cruz Roja y corredores.
Será que la intención de ayudar siempre despierta una serie de sentimientos nobles en la atmósfera, pues estamos listos para participar en la carrera Salvando Vidas, que la Cruz Roja Mexicana realiza de manera simultánea en los 32 estados de la República.
En esa estamos cuando le preguntó a mi amiga Emma del Carmen Piedra, encargada de una de las áreas de la Cruz Roja que coordinan el evento, si al final podría entrevistar al ganador.
En ese momento no me imaginaba que recibiría una grata sorpresa: pues el ganador sería yo.
Ese tipo de sorpresas tiene a veces la vida. Esa mañana me deparaba una sensación que no conocía y, que por qué no decirlo, la disfruté de manera especial.
Había llegado un día antes de Houston, en un viaje relámpago de dos días para cubrir el juego de futbol americano, de la jornada 1 de la Onefa, entre Borregos del Tec Campus Monterrey y los Auténticos Tigres.
Habían sido dos noches prácticamente sin dormir, entre viernes y sábado, y con una comida en 24 horas.
La madrugada del domingo, previa a la carrera, había dormido un poco más. Me levanté a alrededor de las 3 de la mañana para estar listo con tiempo para arribar a Fundidora.
Sentía un poco la sensación de cansancio y un poco la falta de comida. Pensé, sin embargo, que tenía que intentar correr como siempre, pues los últimos días no tenían por qué definir los meses y años que tengo de preparación.
Así comenzó la carrera. Intenté salir como siempre, buscando que el primer kilómetro saliera con un ritmo debajo de 4:18, y así fue, 4:16.
Desde hace tiempo correr el primer kilómetro debajo de 4:18 se ha convertido para mí en algo así como una pauta de cómo será la carrera.
Un grupo de corredores se adelantó pronto, pero mantuve mi paso, mientras me iba a acercando de manera paulatina a los punteros.
Mi sorpresa se dio cuando los alcancé y rebasé a la altura del kilómetro tres. Esa sorpresa se dio cuando me di cuenta que ya no había más corredores que rebasar, porque la moto que encabezaba la carrera iba junto a mí, escoltándome.
Tantas carreras cubiertas como reportero viendo a la moto abriendo el paso para el paso de los corredores punteros, y ahora estaba yo allí, en ese lugar, ahora era yo el corredor que encabezaba la competencia.
Fueron alrededor de siete kilómetros liderando en solitario, animado en el trayecto por una de las personas que marcaban la ruta con una bandera:
“No dejes que te alcancen”, me dijo.
Así, me acerqué a la recta final. Una sensación rara, extraña, experimenté cuando me acerqué a la meta y vi que dos personas con uniforme de socorristas levantaban el listón que se interpondría a mi paso.
Recorrí los últimos metros y alcé los brazos al momento de tumbar el listón, como había visto a tantos corredores hacerlo mientras esperaba yo en la meta para inmortalizarlos con la cámara, en una foto, mientras se escuchaban las sirenas que anunciaban la llegada del triunfador.
El sonido local decía mi número y mi nombre. Un tiempo oficial de 41:36.
Quizá no ha sido la gran victoria, pero es una experiencia que conservaré para toda la vida.
Al final, una compañera reportera puso su grabadora frente a mí, para hacerme una breve entrevista. Y yo que había llegado pensando en correr y entrevistar al final al ganador.