Tal como sucede cada año, el actual mes “patrio” fue pretexto a una especie de balance entre el estado presente del país y el estado utópico en el que lo quisiéramos ver (con desarrollo humano, seguridad, igualdad de distribución de la riqueza…). Ahora bien, si algún día queremos que lo que anhelamos para México sea una realidad, tendremos que mejorar el sistema educativo del país. Esto es lo que nos dice el informe “Panorama de la Educación 2012” publicado este mismo septiembre por la OCDE y que compara los logros educativos entre los 34 países más ricos del planeta. Usaré hoy este espacio para compartirles unas cuantas conclusiones, basándome sobre los datos del mencionado estudio, muy comentado en la prensa europea, y mi experiencia de observador y actor de la educación en México.
En resumen, México es el país que mayor proporción de la inversión pública destina a la educación. Sin embargo, el nivel educativo alcanzado por sus alumnos demuestra resultados decepcionantes en comparación con los países de características similares. Por lo tanto, los límites del sistema educativo nacional no se explican por un problema de dinero, sino de repartición. México gasta más que la mayoría, pero no gasta en los alumnos sino… en los salarios de los maestros (¡90 por ciento del gasto total!). Asimismo, el informe nos enseña que los sueldos de los profesores de secundaria (en relación con el ingreso nacional per cápita) son los segundos más altos dentro de los 34 países más ricos del planeta. Y de igual manera los maestros de primaria, pues sus sueldos también están por encima del promedio de países de la OCDE.
Me parece una buena noticia que se premie a los docentes por la altura del duro labor que efectúan; sin embargo, según mi experiencia como profesor, el establecimiento de un sistema de evaluación de los maestros sería clave para mejorar la calidad educativa. Partiendo de la importancia del ejercicio de la docencia y de la vocación de servicio que esta profesión exige, una evaluación continua de la calidad contribuiría a la racionalización del sistema para que, por ejemplo, se deje de entrar en el magisterio por “palanca” o simple herencia (práctica totalmente incompatible con un sistema educativo moderno). Asimismo, evaluar el personal docente terminaría con conductas inadecuadas. En efecto, ¿en qué empleo se les permite a unos cuantos trabajadores faltar sin avisar o llegar constantemente tarde sin consecuencia alguna?
Claro, dichas evaluaciones deberían tomar en cuenta las condiciones de enseñanza de los diferentes planteles educativos y el hecho que la mayoría de los maestros fue formada con otras exigencias que las actuales. No es lo mismo una zona rural indígena que sufre de desnutrición que una zona urbana privilegiada; al igual que en Europa no es lo mismo una zona urbana residencial que un suburbio con fuertes desigualdades sociales. Para integrar semejantes contrastes, se podrían implementar “proyectos educativos institucionales” como en Francia, donde cada jefe de escuela presenta un plan de desarrollo de la política educativa específicamente adaptado al contexto de su escuela, así como los objetivos académicos propios a la institución, en relación con sus recursos y su entorno.
En todo caso, el nuevo sistema debería proveer el acompañamiento y la capacitación necesaria a los docentes “reprobados”, ¿y por qué no?, hasta ofrecerles caminos de reconversión hacia otras profesiones si no cumplen con los estándares mínimos, tal como lo hace por ejemplo Inglaterra. En el mismo orden de ideas, no me parece incongruente que la antigüedad deje de ser el único factor de aumento salarial y que se implemente un sistema de recompensa económica para los mejores educadores.
El asunto es fundamental para México. El retraso educativo implica graves consecuencias respecto al futuro del país y los alumnos más jóvenes carecen de perspectivas positivas a largo plazo. En los últimos años, la SEP ha demostrado un fuerte interés en la cuestión educativa, esperemos para el futuro de nuestros niños que próximamente encuentre la forma de sobrepasar los candados arcaicos que impiden una verdadera reforma educativa. Pero aún así, que quede claro que no podemos dejar en los hombros de los maestros la educación, ya que todos (padres, familias, gobierno, medios) somos responsables de una educación de calidad.
[email protected]