Odiar jamás. Prohibido odiar. El odio nubla la razón y se revierte contra uno mismo, tarde o temprano. El odio conduce al fanatismo. Por tanto, el que odia no tiene derecho a ejercer la crítica y menos a matizar a su gusto las noticias desde un medio profesional. No es ni siquiera tolerable el uso faccioso de las redes sociales, cargadas de odio, para manipular a las masas, con toda intención, y desorientar a la opinión pública. Porque el periodismo responsable es valiente pero ecuánime. Atrevido pero respetuoso. Es independiente de bandos y extremismos pero inteligentemente firme en la defensa de las convicciones de quien lo ejerce. Combina la calidad con la honestidad para alejarse del soborno (“chayote”) y del servilismo ante los poderes constituidis, porque es fiel a su misión no solamente de informar sino también de transformar la realidad que debe ser transformada. El buen periodismo se vale de la documentación, el rigor, la ética y el contexto.
Así las cosas, hoy que está de moda el odio en México, sobre todo en el ámbito político, debo aclarar que no odio a Andrés Manuel López Obrador. No tengo por qué odiarlo. Porque es una persona como yo, con múltiples cualidades y defectos. Y por su investidura. No importa que no esté de acuerdo con sus errores, desde mi óptica, ni con su estilo y algunas de sus formas de gobernar. Tampoco estoy ciego para no reconocer sus virtudes humanas y sus aciertos en la conducción de nuestro querido México. Apoyo su sana intención de hacer lo mejor para el bien de las mayorías, aunque a veces se equivoque en el camino que lleva a una sana convivencia. Por tanto estoy seguro que no hago mal en poner en la balanza el todo y no solo las partes que me interesan, a fin de expresar mi modestísimo punto de vista con el propósito de alentar psicológicamente un clima de tranquilidad, muy lejos de la crispación social, la ira y el pánico.
Y estoy feliz de no pertenecer a un medio que contrasta las informaciones antes de difundirlas, que no publica bulos y que tiene conciencia que sus líneas crean opinión pública. Que no se vale de portadas para escandalizar con mentiras ni recurre a lanzagranadas de declaraciones para incendiar el ambiente. Que no se aprovecha de la facilidad con que algunos se tragan todo lo tóxico sin prever sus consecuencias.
Decía Ryszard Kapuscinski que “para ser buen periodista hay que ser buena persona”. Pero la realidad es que hay que ser buena persona para ejercer cualquier profesión de servicio al prójimo o más bien para todo. Y los que taladramos el cerebro de los receptores de mensajes y la buena fe de las audiencias solamente debemos ser, además de buenas personas, tremendamente responsables en nuestro trabajo, convencidos de que no todo mundo estará de acuerdo con nosotros y no por eso están en un error. Que no le vamos a dar gusto a todos ni tratamos de convencerlos de nuestro criterio, pero sí de que obramos con limpieza y espíritu honesto.
Así es que los que defienden a AMLO a rabiar, bien harían en discernir la ponderación que cada periodista hace de los hechos y declaraciones para emitir su sentir, y no dejarse llevar por la cerrazón y el odio a la hora de valorar el buen periodismo del malo o perverso. Pero, a su vez, los periodistas atrapados en la conveniencia política del momento o en la paga en efectivo y en especie de sus favores en los medios, es necesario que se definan en su fervor por una ideología e intereses personales, para que sus seguidores sepan la línea bien trazada de su pensamiento y colores partidistas.
Lo importante es dejar atrás el odio, la inquina, la venganza, la afrenta y la hipocresía. Para que sea bienvenida toda crítica o énfasis informativo sobre AMLO cuando se lo merezca, sin dejar de lado el reconocimiento a su proceder bienintencionado y certero en las decisiones y hechos que nos afectan a todos. La razón es que si nos seguimos enfrentando en posiciones sin sustento, muy pronto habrá enemigos de México que aprovecharán nuestro divisionismo interno y nuestra inclinación a hacer daño a cualquiera que no está del lado nuestro, cuando el pluralismo y la multiplicidad de voces es lo que afianza la madurez de las personas (y más de los periodistas responsables) y promueve una sana democracia.
¿Odiar a AMLO? ¿Por qué? Aunque se nos revele como algo indescifrable e incomprensible en algunas “mañaneras”. ¿Amarlo fanáticamente y aplaudirlo en todo? ¿Por qué? Aunque nos duela debemos aceptar que con frecuencia desbarra en asuntos de capital importancia. Lo mejor es la cordura. La sensatez. La seriedad. Y más si tenemos acceso a un medio informativo. Pero ojalá que también a la hora de utilizar las redes sociales.